Por Alejo Brignole
Muchas veces los lugares comunes, el saber popular y la fraseología que el hombre y la mujer de la calle suelen utilizar cotidianamente, tienen una virtud innegable: verbalizar la realidad sin artificios lingüísticos. Por eso, muchos aseguran que en 2018 “el mundo fue para atrás”.
En el ámbito internacional, eso podría traducirse como una mayor gravitación de eventos que contribuyeron –en general– a agudizar la situación heredada de 2017, que tampoco fue alentador. Precisamente desde estas mismas páginas, al año anterior lo bautizamos como Annus Terribilis. Sin embargo, el 2018 no le va a la zaga, según veremos.
Sin dudas la guerra comercial de Estados Unidos con China, iniciada por Donald Trump en marzo pasado, podría ubicarse en la cúspide de las preocupaciones globales, debido sobre todo a las derivaciones posibles en el equilibrio internacional y cuyas consecuencias afectarán a las economías desarrolladas en primer término. Si tomamos el caso de Europa, cuyo comercio exterior está concentrado en un 80% a las exportaciones a EE.UU., veremos que el panorama puede ser muy desalentador para los satélites de esta pelea.
Fiel a su estilo cargado de testosterona y como síntoma del menguante poder estadounidense, Trump podría eventualmente extender el conflicto a otros campos más preocupantes. Sobre estas contingencias aleatorias, bastaría analizar el cambio de discurso estadounidense durante los últimos 12 meses en otras áreas, tales como la ecología o la carrera nuclear. La administración Trump, que en 2017 se desmarcó del Acuerdo de París para el Cambio Climático, el presente año comenzó a sugerir peligrosas variantes en su doctrina nuclear, hasta ahora consensuada con las demás potencias que poseen arsenal atómico.
En su última edición del año en curso, la revista Foreign Affairs (editada por la prestigiosa y siempre preocupante usina de pensamiento estadounidense Council of Foreign Relations), estuvo consagrada al debate sobre el uso del armamento nuclear norteamericano, no ya en el marco de una guerra termonuclear a gran escala, sino como elemento táctico de baja intensidad, algo que, por supuesto, vulneraría todos los equilibrios cuidadosamente construidos durante la Guerra Fría. De hecho, Trump y sus halcones del Pentágono ya aluden a la necesidad de abandonar el Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF), firmado en diciembre de 1987 entre Mijail Gorbachov y Ronald Reagan.
Un abandono eventual de este acuerdo no sólo propiciaría el retorno a una carrera armamentística desenfrenada, sino un regreso a la nuclearización de la política internacional. Y peor aún, introduciría en el lenguaje bélico de baja o media intensidad la posibilidad de utilizar armas de destrucción masiva de manera focal.
“Trump y sus halcones del Pentágono ya aluden la necesidad de abandonar el Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF)”
Dejando un poco de lado los terrores implícitos y explícitos que la realidad de este 2018 nos inoculó como una inyección letal, detengámonos brevemente en los aspectos más amables de un año complejo.
Este año tuvo lugar el Mundial de Fútbol celebrado en Rusia y en donde resultó vencedora la selección de Francia, que derrotó a una insospechada Croacia (selección menor en términos mundialistas). Y a pesar de que Croacia se ganó todas las simpatías internacionales por su vibrante juego y entusiasmo, finalmente no pudo alzarse con una copa que los galos se llevaron por segunda vez.
También el 2018 fue el año en que dos personas compartieron el Premio Nobel de la Paz bajo un muy interesante concepto. El galardón le correspondió al médico congoleño Denis Mukwege, quien trabajó con mujeres víctimas de violaciones masivas en los conflictos de la República Democrática del Congo. Mukwege viene desarrollando su labor profesional –a la vez que humanitaria– en el Hospital Panzi, en Bukavu, que él mismo fundó, y donde asiste a mujeres violadas por decenas de hombres –con frecuencia en el mismo día–, con resultados catastróficos para sus cuerpos y su psique.
Por ello, Nadia Murad, una víctima de esta habitual práctica en el mundo de la guerra dominado por hombres, compartió el galardón entregado en Oslo, Noruega.
En 2014 y con 19 años, Nadia Murad fue secuestrada por el Estado Islámico y reducida a esclava sexual hasta 2017, en que logró escapar y regresar a su hogar, en el norte de Irak. Desde entonces se convirtió en activista contra este flagelo, lo que le mereció la atención del comité Nobel.
En lo electoral, fuimos testigos de diversas novedades, más bien oscuras, hay que decirlo, pero con algunas excepciones. Una de ellas fue que el Gobierno de Mariano Rajoy en España debió ceder ante una moción de censura parlamentaria que lo depuso y dio lugar a un gobierno de coalición liderado por Pedro Sánchez, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con la ayuda de otras bancadas, entre ellas la de Podemos. Sánchez y sus aliados terminaron con siete años de gobierno del Partido Popular (PP), cuyas señas de identidad fueron la represión brutal de la protesta social, los desahucios bancarios que arrojaron a cientos de miles de familias a la calle por no poder pagar su hipoteca, la privatización del sol y la ley mordaza.
Todo esto mientras la llamada “Trama Gürtel” desnudaba las escandalosas implicaciones del Gobierno español en casos de corrupción y vaciamiento institucional en varias entidades bancarias provinciales, en donde el nombre “M. Rajoy” surgió en anotaciones comprometedoras.
“La continuidad de Putin al frente del Kremlin significa una buena noticia en términos estratégicos globales”
Por su parte, el pasado mayo Vladimir Putin fue elegido por cuarta vez consecutiva como presidente de la Federación Rusa, con un aplastante 75% de votos, habilitándolo para un nuevo período que se prolongará hasta 2024. Sin dudas, la continuidad de Putin al frente del Kremlin significa una buena noticia en términos estratégicos globales, pues junto con China, Rusia ha fungido como un eficaz muro de contención al expansionismo de la OTAN bajo el auspicio de EE.UU. La guerra con Siria en estos años previos sirvió de termómetro para medir la confrontación entre los nuevos actores que hoy definen las fronteras geopolíticas. Putin ha sido hasta ahora un presidente dispuesto a devolverle a Rusia su protagonismo mundial de primer nivel: la anexión de Crimea en 2014, o la eficaz contención de la OTAN en el norte de África y Medio Oriente, son claras pruebas.
Esta nueva elección rusa trae aires frescos para los gobiernos latinoamericanos refractarios a la hegemonía hemisférica estadounidense, por cuanto la consolidación de un esquema internacional multipolar abre las necesarias vías estratégicas para alianzas como las que actualmente celebran Venezuela, Nicaragua o Cuba con Moscú.
Sin embargo, para América Latina el 2018 fue un año aciago, debido principalmente a la proscripción de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones brasileñas y el ascenso de un exótico filonazi, promotor de la tortura y el racismo como Jair Bolsonaro, quien se alzó con la presidencia en segunda vuelta con el 55.13% de los votos, tras derrotar al candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad.
La maquinaria mediática de la Red O Globo obró el milagro de que los sectores femeninos y los grupos étnicos marginales brasileños votaran a un supremacista racial detractor de las mujeres. Los pobres también le dieron el voto a un Bolsonaro que les mostraba el hacha neoliberal con que pensaba ejecutarlos.
Esta maquinaria mediática corporativa trasnacional dirigida desde Washington, sin embargo, no pudo evitar que Nicolás Maduro ganara las elecciones presidenciales venezolanas en mayo de 2018, luego de un arduo proceso de diálogo con diversos actores tales como el Grupo de Lima, el cual finalmente boicoteó toda tentativa de pacificación política en la nación caribeña, boicot urdido por el Departamento de Estado norteamericano que despertó las más airadas protestas internacionales, como las expresadas por el expresidente español Rodríguez Zapatero, quien fue veedor de las conversaciones y comprobó el carácter manipulador y sin vocación de diálogo de los presidentes regionales y la propia OEA, meros apéndices de Washington.
De la misma manera, la crisis nicaragüense que intenta poner cerco al gobierno popular de Daniel Ortega marcó este año que se nos va. El gobierno sandinista de Nicaragua –que ha logrado una pacificación histórica y avances sociales y económicos sin precedentes en el país centroamericano– debió lidiar durante todo el año con operaciones encubiertas de la CIA que financia a grupos desestabilizadores, sobre todo universitarios, para alcanzar una tendencia golpista contra el Gobierno de Ortega, hoy estrechamente vinculado a proyectos estratégicos financiados por China y Rusia en la zona caribeña, algo que Washington intenta desactivar por medios indirectos. Aunque, como vemos, el perro no puede morder como antes, a punta de bayonetas y botas marines.