Por Erwin Palis
Es cada vez más notable como los Estados Unidos de Donald Trump, en su unilateralismo, manipula el sistema financiero internacional para obtener ventajas comerciales, financieras o simplemente políticas que apuntan a lograr, mediante la coacción o el chantaje, un mayor beneficio, además de la sumisión de las economías del mundo. En ese camino se llevan por delante tanto a «aliados» como Canadá, México y la Unión Europea (UE), como a «economías competidoras» como las de India, Turquía, Irán, China y Rusia, lo que ha creado el actual panorama de guerra comercial y arancelaria que recorre el mundo. Las consecuencias a corto plazo apuntan a una ralentización del comercio y hasta una posible recesión mundial.
Siguiendo esa ruta, los EE.UU. han recrudecido el ataque a los gobiernos de la región latinoamericana y caribeña que se han opuesto a su hegemonía, y Venezuela en particular ha sido blanco de sanciones financieras, comerciales, económicas, diplomáticas y militares destinadas a dañar de todas las formas posibles la calidad de vida de la población del país con más reservas petroleras del mundo y casualmente más cercano a sus refinerías. Las «sanciones» se concentran en impedir el comercio internacional mediante un bloqueo financiero que paraliza, por ejemplo, el pago de las facturas eléctricas que Brasil le debe a Venezuela, hecho reconocido recientemente por la cancillería de aquel país, aliado a los designios de Washington.
Actualmente, la compra de medicamentos y alimentos que necesita Venezuela se encuentra afectada por unas medidas contrarias al derecho internacional y en vista de ello el Gobierno de Nicolás Maduro decidió ir al fondo del asunto, que no es otro que la manipulación del dólar estadounidense como la divisa más utilizada en el comercio, ya que su uso implica que toda operación financiera debe cruzar su sistema bancario y utilizar el sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication – Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales), del que tienen el poder de bloquear a discreción.
Esta medida implica para Venezuela liberarse de una parte de ese yugo que la asfixia y es acorde con el postulado revolucionario de impulsar un mundo multicéntrico y pluripolar, en que se reconocen otras monedas de uso global como el euro y el yuan chino. Con ellas se pueden hacer transacciones sin que meta las narices el imperio estadounidense. Por este motivo, la nueva medida implica también dar un paso al frente en la defensa de la patria y encierra el riesgo de enfrentar más odio por parte de los ultraconservadores de la Casa Blanca. Es un acto valiente, sobre todo si consideramos que los países que hace más de una década tomaron similares posturas, como Irak y Cuba, padecieron agresiones militares abiertas o encubiertas.
Pero este paso da una señal al mundo de cómo la modesta y resistente Revolución bolivariana superó el miedo al poder financiero del dólar y este año países como Irán, Turquía y China anunciaron sus intenciones de desdolarizar sus economías ante la pérdida de la confianza en dicha divisa, cuestión que paradójicamente ha facilitado el propio gobierno estadounidense con sus sanciones, aranceles y bloqueos contrarios a las más elementales normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y del ordenamiento financiero global.
En definitiva, es una acción que de seguirla otros Estados podría minimizar el desastre de la guerra comercial en curso. Y es que a los pocos días de ser anunciada, el pasado 18 de octubre, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, sugirió una medida similar a la tomada por Venezuela: «porque deseamos garantizar nuestra seguridad».
América Latina, y en particular Bolivia, deben evaluar la conveniencia de continuar siendo una «zona dólar» o ampliar sus operaciones a otras monedas en la medida que su comercio se diversifica.