Por Roberto Muñoz
A principios de octubre dio a conocer el fallo, que la Corte Internacional de Justicia de La Haya redactó como resultado de años de juicio y análisis de la demanda presentada por Bolivia, para lograr que el gobierno chileno aceptara dialogar de manera propositiva en vistas a que nuestros hermanos recuperaran una salida soberana al Océano Pacífico y así terminar con el enclaustramiento que sufren desde casi 140 años, producto de la invasión a Antofagasta, por parte del ejército chileno el 14 de febrero de 1879.
Ya todos sabemos el resultado de este nuevo esfuerzo del pueblo boliviano, y está claro que esto producirá alineamientos y respuestas variadas según sea la posición que se adopte al respecto.
Entre los insumos que se deben considerar para una próxima estrategia entre los que consideramos justa la demanda boliviana, es que debemos hacer notar que las formas o modos de pensar y reaccionar de gran parte del pueblo chileno respecto a este tema tienen una larga historia y no precisamente desde la Guerra por el Salitre (o Guerra del Pacífico); sino desde la misma conformación de la moderna nación chilena y la configuración del dominio oligárquico de los factores de poder en Chile.
El triunfo de la batalla de Lircay (17 de abril de 1830), donde se produce el triunfo de los sectores conservadores o pelucones contra los liberales o pipiolos, es el momento de arranque de una concepción de mundo que tendrá repercusiones y continuidad hasta el día de hoy.
Uno de sus máximos exponentes ideológicos es Diego Portales, considerado el forjador del estado creado por hacendados, comerciantes y mineros que desde un inicio establecieron como forma de dominio, aparte de la exclusión de los sectores populares y plebeyos, el potenciar el avance territorial y bloquear otros proyectos políticos en este lado del continente.
Es por esto que Portales, siendo cabeza de un sector de comerciantes avecindados en Valparaíso, y expresión de una naciente burguesía portuaria, vislumbra la necesidad de bloquear el desarrollo de iniciativas como las del Mariscal Santa Cruz y su proyecto de unidad peruano boliviana, e impedir que el puerto de El Callao continuara con su supremacía en el Pacífico.
Las iniciativas del mariscal Andrés de Santa Cruz, están enmarcadas en un proyecto estratégico gestado en las enseñanzas del Libertador Simón Bolívar; pero también en profundas y seculares intenciones de los pueblos dominados por el colonialismo español, de restituir una forma de gobierno que tiene su raíz en el Tawantinsuyo o en formas de convivencia comunitaria de los pueblos ancestrales del continente, para lo cual era fundamental el fortalecimiento de la unidad de lo que ahora es Ecuador, Perú, Bolivia y el actual norte de Chile.
El triunfo del proyecto oligárquico chileno en Yungay, es también el inicio de una configuración de lo que sería un mito nacional: el Roto chileno, bravo contra el enemigo externo, sumiso con el patrón de fundo y el empresario minero. Esta ideología ha sido instalada y profundizada desde esos lejanos años. Por supuesto ha tenido grandes contradicciones y permanentes desafíos desde los sectores populares conscientes y a medida que se ha ido desarrollando el proceso político y económico se viene desmoronando esta concepción de mundo, sobretodo con las luchas de los mineros salitreros (los mismos que combatieron en 1879-1883).
Teniendo claro estos antecedentes históricos es que podemos comprender mejor la magnitud de nuestra lucha por la necesaria transformación y derribamiento de las ideas que acompañan esta dominación de los sectores que son reacios a comprender la importancia de fortalecer la unidad continental en base a un proyecto político liberador en lo social y económico.
Nosotros, chilenos preocupados de generar diálogos de pueblo a pueblo, trabajadores por un país de justicia y hermandad, en busca de un camino propio que permita liberarnos de una tradición de dominación oligárquica, no podemos estar ajenos a los anhelos del pueblo andino-amazónico por encontrar en conjunto una formula que permita fortalecer la paz, amistad, entendimiento e integración para beneficio de nuestros pueblos en justicia y fraternidad, recordando que tenemos una historia ancestral común y un futuro que unidos debemos enfrentar.
Es por esto que necesitamos con mas fuerza establecer contactos de Pueblo a Pueblo, para reforzar la idea de que en ese camino podremos encontrar soluciones. Este diálogo deberá ser en diversas esferas: políticos, culturales, académicos, artísticos, etc. Se hace necesario profundizar esta relación entre los que tenemos este proyecto común antioligárquico, para elaborar sentidos comunes diversos al dominante, entendiendo que a medida que derribemos mitos y formas de pensar gestadas por los mismos que impiden nuestra liberación, que triunfemos en nuestras particulares demandas como pueblo, podremos gestar una forma de pensar que abra el camino al necesario encuentro.
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Roberto Muñoz │Centro de Estudios Francisco Bilbao, Chile.