Por María Fernanda Barreto
El pasado 24 de octubre, en el marco del 73° aniversario de la carta fundacional de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Venezuela abogó por enfrentar la creciente tendencia al unilateralismo, contraponiendo el multilateralismo como única vía para “avanzar efectivamente en el establecimiento de un mundo pacífico y próspero y un orden mundial justo y equitativo”. Con estas palabras, el Gobierno bolivariano fijó, una vez más, su posición frente a una contradicción fundamental que ha determinado a los organismos de integración mundial y regional.
La historia de nuestra América está plena de intentos por forjar la unidad para la emancipación y la verdadera independencia. Por su parte, la historia de los imperios es la de la brega por romper esa unidad para fortalecer su injerencia. Esto sucede porque las grandes contradicciones que han hecho andar nuestra historia común, continúan siendo las mismas, a pesar de los siglos. El propósito de despojar al continente de sus riquezas, que ha guiado los intereses de Europa y de Estados Unidos, se ha mantenido en el tiempo y a los Santander y los Rivadavia, los han sucedido los Duque y los Macri, quienes han optado por hipotecar la independencia de sus países para defender sus propios intereses.
«Desde el Congreso Anfictiónico de Panamá en el siglo XIX, no fue sino hasta el ascenso de los gobiernos progresistas en Latinoamérica que se fundaron nuevas instancias organizativas regionales con auténtica vocación multilateral»
Después de las conferencias panamericanas convocadas por el Gobierno de Washington a fines del siglo XIX y principios del XX, nace la Organización de Estados Americanos (OEA) –que Fidel Castro bautizaría como el “Ministerio de las colonias de EE.UU.”–, en la convulsionada Bogotá de abril de 1948, en medio del atroz asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y las consecuentes revueltas populares. Al igual que la OEA, otras organizaciones, tratados y conferencias americanas nacieron con el objetivo estratégico de facilitar las relaciones comerciales entre la región y EE.UU. y Europa, y no con el ánimo de fortalecer a los países miembros. Así surgieron la Comunidad Andina de Naciones (CAN), la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) y el Mercado Común del Sur (Mercosur), entre otras.
Desde el Congreso Anfictiónico de Panamá en el siglo XIX, no fue sino hasta el ascenso de los gobiernos progresistas en Latinoamérica, a partir del triunfo del comandante Hugo Chávez en Venezuela, que se fundaron nuevas instancias organizativas regionales con auténtica vocación multilateral.
De la mano de Hugo Chávez y Fidel Castro nació la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) en 2004, logrando derrotar al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovida por la administración de George W. Bushs. Nacen luego con el mismo espíritu multilateral la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en 2008 y la Comunidad de Estados Americanos y Caribeños (Celac) en 2010.
Detectada la peligrosidad de la amenaza para la hegemonía estadounidense, en 2009 se concreta el primer golpe de Estado contra el ALBA en Honduras y ese país es expulsado de la Alianza.
La recomposición de la derecha que se ha venido dando desde entonces en el subcontinente, ha colocado en el centro de sus intereses la lucha contra el multilateralismo que han promovido estas organizaciones y la arremetida ha comenzado a dar sus frutos.
En el presente año, Ecuador se retiró del ALBA y cerró la sede principal de Unasur que estaba ubicada en Quito. A principios de este mismo año, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú decidieron suspender su participación en ese bloque regional, y retirarse de Unasur fue una de las primeras medidas del gobierno uribista de Iván Duque en Colombia.
En 1826 Bolívar logró finalmente realizar el Congreso Anfictiónico en Panamá. El esfuerzo que le tomó su convocatoria tropezó constantemente con argumentos como el de Rivadavia, quién desde Buenos Aires expresó al presidente de los EE.UU. su decisión inicial de no asistir a la convocatoria bolivariana, dado que, según sus propias palabras, no quería apartarse “un ápice de la senda de los Estados Unidos, quienes, por la sabiduría y la experiencia de su gabinete, como por su gran fuerza y carácter nacional, deberían tomar la dirección de la política americana”. En estas palabras el argentino coincidía con Santander, quien conspiraba desde la propia Colombia contra el proyecto bolivariano. Del mismo tenor, son las acciones y palabras del actual Secretario de la OEA, Luis Almagro, y los representantes de los gobiernos de la región latinoamericana que hoy continúan cartelizándose contra los países progresistas a favor del unilateralismo estadounidense.
«Sólola unidad de los pueblos de América Latina y el Caribe, podrá abrir un caminohacia la prosperidad dentro de modelos de desarrollo propios»
Durante 200 años el monroísmo ha encontrado en el bolivarianismo su principal enemigo en la región. La doctrina que ha legitimado la visión de América Latina como patio trasero de EE.UU., ha sido invocada nuevamente por el presidente Trump en su reciente intervención en la ONU el pasado mes de septiembre, para recordar a la Asamblea que el hemisferio todo debe someterse a sus intereses.
A pesar de ello, la debacle del unilateralismo es evidente en el mundo en virtud del poder alcanzado por las economías emergentes y las nuevas alianzas militares. Pero al alentador futuro le precede el tiempo inmediato en el que, retirado a lo que considera sus predios, Washington retoma con fuerza su vieja doctrina para recobrar el terreno perdido en las últimas dos décadas en América Latina y el Caribe. Enfrentar esa arremetida implicará también la defensa del multilateralismo en la región, para fortalecer la unidad de los Estados que se sienten soberanos y ven en los organismos de integración espacios para el diálogo y el apoyo mutuo entre países independientes. Sólo la unidad de los pueblos de América Latina y el Caribe, podrá abrir un camino hacia la prosperidad dentro de modelos de desarrollo propios, que encuentren un lugar estable en el delicado equilibrio geopolítico de un mundo que cada vez más lucha por la multipolaridad.