Por Rudy López
Hace ya unas semanas que vemos en los noticieros la denominada “guerra comercial” entre China y Estados Unidos. Aumentos unilaterales de aranceles a ciertos productos, promesas de empleo, indicadores en rojo en Wall Street, son algunas de las características y consecuencias de este acontecimiento. No obstante, en este artículo no pretendo hablar de temas de alta economía ni analizar las subidas y bajadas en los flujos financieros, sería irresponsable tocar esa área que no domino. Al contrario, busco algo más sencillo, pero igualmente relevante. Analizar la actual situación entre ambas potencias y su impacto en Latinoamérica a través de la óptica del estructuralismo latinoamericano.
El estructuralismo latinoamericano fue –y es– una de las principales corrientes del pensamiento económico y político surgidas en nuestro continente. Conocida también como la “escuela cepaliana”, donde destacan los nombres de Raúl Prebisch, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto o Theotonio dos Santos, fue la que rigió la agenda de la región en materia productiva a mitad del siglo XX.
Esta teoría rechaza los postulados de clásicos de la economía liberal sobre el beneficio mutuo. Sostiene que existe un “deterioro en los términos de intercambio” de los productos primarios versus los manufacturados. Mediante ello, se asume que los países del denominado “centro global” –o países desarrollados– retienen la mayor parte de las ganancias del comercio y que una pequeña porción escapaba de las economías de la “periferia global” –o países subdesarrollados–, lo que dificultaba el desarrollo económico en éstos gracias a la desigualdad existente.
Estos estudios se profundizaron con otros teóricos (Celso Furtado, Dos Santos, entre otros) a la par que confluían con teorías marxistas. De allí surge la Teoría de la Dependencia, que explica de forma detallada (al agregar causas internas como las elites y externas como la relación centro-periferia) el lugar marginal y desigual que ocupan las distintas regiones del mundo en correspondencia a los centros globales. En las relaciones internacionales, estos estudios aún se emplean –cada vez menos, lamentablemente– para explicar las decisiones –existentes y adoptadas– y desenvolvimiento de la región.
«Para algunas naciones, las asociaciones estratégicas con Pekín pasaron a ser puntos clave dentro de sus políticas exteriores»
En cuanto a la mentada guerra comercial, se ha escrito sobre sus posibles impactos en ambas potencias y también en Latinoamérica. Por lo tanto debe llamarnos la atención, ya que aún mantenemos un modelo extractivista, alejado de la industrialización impulsada a mediados del siglo pasado. Así, tanto China como EE.UU. son los principales socios comerciales de Latinoamérica, y mientras que en países como Chile prima la relación con el gigante asiático, para otros como México, la relación con Washington es vital.
Decir que nuestros países se ven en la obligación de tomar partido por uno de los dos bandos no resulta descabellado si se considera que la periferia global se ve constreñida a moverse de acuerdo al vaivén de la marejada internacional ocasionada por el centro. Esto se hace notorio al observar que los alineamientos que deben adoptar los gobiernos latinoamericanos muchas veces pueden ir en contra de sus propios intereses.
«Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), China representa el 16% del total de las exportaciones latinoamericanas, mientras que Estados Unidos bajó al 8%»
EE.UU. y China son consumidores de materia prima y nosotros se la proporcionamos. A la vez, ambas superpotencias nos suministran la manufactura necesaria para nuestra –escasa– industria, dejando en claro que esta condición estudiada en las décadas del ‘50 y ‘60 sigue vigente. Es mediante la relación de intercambio que ambos países ostentan distintos medios de presión para imponer sus preferencias comerciales y políticas.
Para algunas naciones, las asociaciones estratégicas con Pekín pasaron a ser puntos clave dentro de sus políticas exteriores. Para otros, la larga data de relaciones y, a veces, extrema bilateralización que mantienen con Washington (un claro ejemplo era la relación boliviano-norteamericana hasta el 2006) configuran un alineamiento que perjudica socialmente, aunque beneficia a las grandes empresas.
Latinoamérica actualmente cuenta con un importante número de países en que China se perfila como el principal socio comercial. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), China representa el 16% del total de las exportaciones latinoamericanas, mientras que Estados Unidos bajó al 8%. En esta dirección, y tal como lo han explicado otros escritos de opinión y académicos, la presunta guerra comercial puede resultar beneficiosa para una nación que persigue vías más económicas de adquirir materias primas, lo cual se traduciría en mayores oportunidades para la región, claro, a costa de profundizar el modelo extractivista y de alejarnos, cada vez más, de la necesaria industrialización para el desarrollo.