Por Francisco Yofre
El mundo asiste a uno de los momentos de mayor tensión desde el punto de vista comercial. Estados Unidos, China y Rusia son algunos de los actores principales, a los que se puede agregar la Unión Europea (UE).
La llegada de Trump a la Casa Blanca y su lógica agresiva abrió varios frentes de batalla incluso con Europa, un histórico aliado de EE.UU. Pero para el magnate de Nueva York todos son rivales. Es así que aplicó aranceles del 25% a las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio provenientes del Viejo Continente. La ira de Trump radica en que no acepta que sus aliados europeos puedan comerciar con Rusia e Irán.
El mandatario está convencido que con los aranceles protege el empleo de los estadounidenses. Así afianza su base electoral, a pocas semanas de las elecciones de medio término.
Pero sin dudas, el gran enemigo comercial de EE.UU. es China. El gigante asiático ha comenzado a disputarle la hegemonía mundial. Fue el magnate neoyorquino el que abrió el fuego en enero de este año al imponer un arancel del 30% sobre los paneles solares importados. Se trata de un producto que China manufactura de manera casi exclusiva.
Trump venía amenazando con tomar medidas contra Pekín ya desde 2017. En abril de ese año inició una investigación sobre las importaciones de acero que el país norteamericano hacía en varios países. En su razonamiento, esas compras representarían una amenaza para la seguridad interna de la nación.
A fines de marzo empezó por aplicar un arancel del 25% al acero y del 10% al aluminio procedente de Rusia, China, Turquía y Brasil. El 1 de junio extendió el gravamen a Canadá, México y a las 28 naciones que integran la UE. Esto ha logrado que sean 34 países en total los que sienten el impacto arancelario. Trump se aísla cada vez más del mundo.
«Fue el magnate neoyorquino el que abrió el fuego en enero de este año al imponer un arancel del 30% sobre los paneles solares importados, producto que China manufactura de manera casi exclusiva»
La respuesta de China no se hizo esperar y el 2 de abril contraatacó e impuso aranceles a las importaciones por alrededor de 3.000 millones de dólares y un impuesto del 15% a 120 productos estadounidenses.
Sólo 24 horas después, el representante comercial de Estados Unidos propuso un impuesto del 25% a productos chinos vinculados al sector aeroespacial, de maquinaria y de salud. La fundamentación radicaba en responder a un supuesto robo de propiedad intelectual. La guerra ha ido escalando y no se sabe cuándo ni dónde puede acabar.
El Brics y la Seda
Ante ese escenario, tanto Rusia como China comenzaron a fortalecer aún más los ámbitos multilaterales en los que no participa la superpotencia americana. El pasado 25 de julio se llevó adelante una nueva reunión del Brics en Johannesburgo, Sudáfrica. Allí, Vladimir Putin señaló que había que avanzar en un mundo multilateral y que “no hay ganadores en ninguna guerra comercial”. Se trató de un claro mensaje dirigido a Trump.
Por su parte, China fortalece y extiende cada vez más su red comercial. La reciente visita del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ratificando decenas de acuerdos comerciales y de infraestructura, el proyecto de un canal interoceánico en Nicaragua, más la influencia creciente en la región le da a China una proyección clave de cara al futuro inmediato.
África aparece también como un mercado ideal para canalizar buena parte de los productos chinos que están siendo gravados por parte de la administración Trump. El reciente Foro Económico para la Cooperación entre África y China (Focac) lo puso de manifiesto. China se ha convertido en el mayor socio comercial de ese continente. Desde 2015 ha invertido un promedio de 3.000 millones de dólares al año.
Incluso diversos países africanos están reemplazando al dólar por el yuan como moneda de cambio. La deuda pública de esas naciones ha ido ascendiendo y casi todos tienen deuda con el país de Xi Jinping. A Washington se le hace muy difícil competir con los préstamos de bajo interés que China ofrece a los africanos y que provocan un sólido vínculo financiero entre las partes.
Según medios especializados, un tercio de toda la inversión extranjera china en materia energética de 2017 fue para África y muchos de los países de este continente han transferido buena parte de sus reservas al yuan. De hecho naciones como Zimbabue y Angola ya reconocen al yuan como moneda de curso legal.
Pero el protagonismo chino excede a su zona de influencia y a África. En 2013, el gigante asiático lanzó una añeja estrategia llamada la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda. Consiste en ir enhebrando una amplia red comercial y de infraestructura que conecte Asia con Europa y África. El objetivo inicial ya fue superado. Hay más de 70 países integrados, incluyendo naciones americanas tales como Bolivia, Panamá, Antigua y Barbuda, Guyana y Trinidad y Tobago.
Se estima que la estrategia de la Ruta de la Seda implicará al 75% de las reservas energéticas del mundo, el 70% de la población global y el 55% del Producto Interno Bruto (PIB) de todo el planeta dentro de pocos años.
«Se estima que la estrategia de la Ruta de la Seda implicará al 75% de las reservas energéticas del mundo, el 70% de la población global y el 55% del PIB de todo el planeta»
El Gobierno de Xi Jinping anunció meses atrás que hasta fines de 2017 se habían abierto 4.200 rutas aéreas con vuelos directos desde China con 43 países a lo largo de la Franja y la Ruta. Los trámites fronterizos de líneas ferroviarias se han simplificado y hay 39 rutas de trenes de carga entre China y Europa en funcionamiento.
Se han construido casi 60 zonas de cooperación comercial y económica con lo que se han generado 180.000 empleos locales. La mayoría de las naciones que se suman a la Franja están en vías de desarrollo y por ello buscan tener un comportamiento económico integrado a una potencia como China, que los ayude a no estar tan vulnerables a injerencias financieras extranjeras.
Estados Unidos comienza a exasperarse ante el avance de la diplomacia comercial china, y por ello Trump ha empezado a moverse para reforzar sus acuerdos con naciones aliadas próximas geográficamente al gigante asiático.
En noviembre de 2017, el primer ministro japonés Shinzo Abe lanzó la llamada “Estrategia Libre y Abierta del Indo-Pacífico” que conlleva una alianza defensiva y comercial entre EE.UU., Japón, Australia e India. Tokio promovió esta iniciativa a instancias de Washington, ya que también se siente amenazada por China para poder colocar sus manufacturas de artículos tecnológicos. Centralmente los acuerdos son en materia de infraestructura y tienen como objetivo ampliarse a otras naciones.
Se trata entonces de un escenario mundial en el que Washington sigue teniendo al dólar y a su desarrollo militar como principales cartas para mantenerse en el podio del poder. Sin embargo, en ese podio ya no está solo.
