6 de Agosto: Bolivia y la culminación de la gesta libertaria americana

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Por Orlando Rincones

Transcurrido el primer cuarto del siglo XIX, el panorama político y militar para la total emancipación del “Nuevo Mundo” se presentaba ampliamente halagador. Consumada ya la independencia en varias regiones del continente americano: Haití (1804), Argentina (1816), Chile (1818), Nueva Granada (1819), Venezuela (1821), México (1821), Perú (1821), América Central (1821), Panamá (1821) y Ecuador (1822), el apoteósico triunfo de las armas patriotas en la Batalla de Ayacucho (09-12-1824) vino a refrendar estas conquistas y la total independencia del Perú, quedando tan sólo Cuba y Puerto Rico, en el Caribe; y el Alto Perú, en territorio continental, aferrados a la decadente dominación colonial española en América.

Por irónico que parezca, pasados los años, el Alto Perú –primer territorio en pronunciarse a favor de la causa independentista en 1809–, no lograba adscribirse a este mapa libertario americano. La obstinación del jefe realista Pedro Antonio Olañeta frustraba ese anhelo, convirtiendo los territorios subordinados a la Real Audiencia de Charcas en un bastión inexpugnable, tanto para patriotas como para los propios liberales españoles. La gran rebelión encabezada por Tupac Katari y Bartolina Sisa en 1781, más los quince años de lucha guerrillera entre 1809 y 1824, no fueron suficientes para vencer a Olañeta. En ese empeño, muchos altoperuanos ofrendaron sus vidas, otros, como José Miguel Lanza y Juana Azurduy de Padilla, no desmayaron nunca y continuaron infatigablemente luchando por la libertad. Esta situación va a cambiar radicalmente en 1825 con el arribo al Alto Perú del Ejército Unido Libertador, bajo el mando del ilustre jefe venezolano Antonio José de Sucre.

Antes de emprender su campaña sobre el Alto Perú, el 1 de enero de 1825, desde su cuartel general en Cuzco, el mariscal Sucre da un primer y decisivo paso para allanar el camino de la independencia de la futura Bolivia: decide enviar una comunicación a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Sucre y Chuquisaca e informarles que ha derrotado al virrey José de la Serna en Ayacucho y que avanza sobre esos territorios con 10 mil bravos de Colombia y Perú, con el fin de garantizar su libertad y para convocar de la manera más inmediata una asamblea, para que sean los propios altoperuanos los que decidan sobre lo que más convenga a sus intereses. A esta comunicación, Sucre anexa –astutamente– copia de la Capitulación de Ayacucho, con lo cual los realistas del Alto Perú pueden conocer de primera mano sus nobles términos y las garantías que ofrecía el Ejército Libertador a todos aquellos que decidieran engrosar sus filas, pese a su pasado realista. Las repercusiones en el bando español no se hicieron esperar.

«La gran rebelión encabezada por Tupac Katari y Bartolina Sisa en 1781, más los quince años de lucha guerrillera entre 1809 y 1824, no fueron suficientes para vencer a Olañeta»

Al conocerse los generosos términos de la Capitulación de Ayacucho, así como la envergadura del victorioso ejército que avanzaba sobre ellos, los realistas –otrora fieles a Olañeta– no dudaron en plegarse masivamente a la causa libertaria. El 14 de enero la guarnición de Cochabamba abraza la causa republicana. Lo propio hacen Vallegrande (2 de febrero), Santa Cruz (14 de febrero) y Chuquisaca (22 de febrero). Ya antes lo había hecho también la guarnición de Oruro, en este caso por la comunicación directa que estableció Sucre con el coronel Arraya. Gracias a esta estrategia epistolar, sin cruzar Desaguadero, Sucre había mermado ya de forma considerable las fuerzas de su oponente y había remozado sus filas, ahorrando nuevos sacrificios a la patria.

Precedido del ejército de Lanza, el jefe venezolano arriba a La Paz el 6 de febrero y un día después cumple lo ofrecido en sus comunicaciones y convoca una Asamblea General Deliberante, para que sean los propios locales los que decidan su futuro.

La iniciativa del héroe de Ayacucho no dejaba de ser temeraria. En tiempos de la Colonia, los territorios del Alto Perú y su Real Audiencia estuvieron subordinados al Virreinato del Perú hasta 1776. Luego –por decisión del Rey español– pasaron a ser parte del recién creado Virreinato del Río de la Plata, hasta 1810, cuando la Revolución de Buenos Aires hizo retornar la tuición de las “provincias altas” a la Lima señorial.

Alcanzada la independencia en toda la región, Buenos Aires podía reclamar estos territorios en atención al principio del uti possidetis juris de 1810, así como también podía hacerlo el Perú, por haberlos tenido bajo su jurisdicción durante 234 años. Bolívar, celoso del derecho internacional, pensaba elevar esta diferencia a la consideración de un gran congreso de pueblos hermanos, libres y soberanos, el Congreso Anfictiónico de Panamá, por él convocado en diciembre de 1824 y finalmente celebrado en el istmo el 22 de junio de 1826.

No obstante aquella aspiración, el más preciado de los tenientes de Bolívar escuchó el clamor del pueblo altoperuano y se adelantó al incierto destino. Él conocía desde 1822 la inclinación de ese heroico pueblo por una independencia plena, por ello actuó siguiendo los mandatos de su corazón y las grandes lecciones aprendidas del Libertador. Finalmente, luego de escuchar los sólidos argumentos de Sucre, Bolívar ratifica en mayo la convocatoria a la Asamblea General Deliberante expedida por Sucre desde La Paz.

El estado de guerra en que se encontraba el país durante el primer trimestre de 1825 había retrasado significativamente los preparativos para la Asamblea, especialmente en lo referente a la elección de los diputados y a la escogencia de la fecha y sede para las deliberaciones. En Chuquisaca y Potosí esta situación era particularmente compleja, puesto que allí había corrido a atrincherarse Olañeta con los últimos residuos de su ejército. Finalmente, el 1 de abril de 1825, Olañeta cae abatido en Tumusla a manos de sus propios lugartenientes, con lo cual el camino para la instalación de la augusta Asamblea quedaba totalmente expedito.

Eliminada la amenaza realista, Sucre se dio tiempo para atender algunos temas administrativos del país. De manera muy particular se mostró preocupado por el estado de la instrucción pública y de la administración de justicia. En ambas materias tomó acciones muy concretas.

La Asamblea finalmente pudo instalarse el 10 de julio en Chuquisaca. Desde allí el mariscal Sucre dirige un emotivo mensaje a la Asamblea General Deliberante, resumiendo cinco meses de impecable gestión administrativa al frente de los destinos del Alto Perú.

Fueron diez intensas sesiones de trabajo para la Asamblea desde su instalación hasta su finalización. Apasionados argumentos a favor y en contra de una total separación del Alto Perú –tanto de Lima como de Buenos Aires– se hicieron escuchar. Después de un mes de debates, la Asamblea tenía prácticamente lista su decisión. Para los primeros días de agosto, una comisión había elaborado ya la Declaración de Independencia, reservando para el día 6 –primer aniversario de la gloriosa batalla de Junín– el gran momento de su promulgación.

Finalmente, llegó el momento cúlmine. Se escuchó el anunció que se votaría sobre la separación, la unión con las Provincias Unidas, o la unión con el Bajo Perú. El general José Miguel Lanza, líder de la guerrilla, único veterano de distinción en la Asamblea, fue invitado a ocupar la presidencia. Aceptando la designación, Lanza asume su puesto en la presidencia de la Asamblea el glorioso 6 de agosto de 1825 y de inmediato inicia el interrogatorio para la votación, en base a las tres propuestas que estaban sobre la mesa.
“¿Los departamentos del Alto Perú se unirán a las Provincias Unidas?”, preguntó. Uno por uno, cada uno de los 47 delegados, votó “no”. Luego, leyó la segunda propuesta a ser votada, sobre si las provincias se unirían a la República del Bajo Perú. En esta oportunidad, Eusebio Gutiérrez y Juan Manuel Velarde (La Paz), fueron los únicos en votar a favor de la unión del Alto y el Bajo Perú.

El momento culminante llegó cuando Lanza anunció la tercera propuesta: si los departamentos del Alto Perú decláranse a sí mismos un Estado soberano e independiente de todas las otras naciones en el Viejo y Nuevo Mundo. El resultado era de esperarse, todos, salvo los dos diputados que votaron por la unión al Perú, orgullosamente se pronunciaron por el “sí”. Finalmente la independencia del Alto Perú fue declarada el sábado 6 de agosto en el salón de asambleas de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. El Acta de Independencia reza textualmente en su Declaración lo siguiente:
“Declaración: La representación soberana de las provincias del Alto Perú, profundamente penetrada del grandor e inmenso peso de su responsabilidad para con el cielo y con la tierra, en el acto de pronunciar la futura suerte de sus comitentes, despojándose en las aras de la justicia de todo espíritu de parcialidad, interés y miras privadas; habiendo implorado, llena de sumisión y respetuoso ardor, la paternal asistencia del Hacedor santo del orbe, y tranquila en lo íntimo de su conciencia por la buena fe, detención, justicia, moderación y profundas meditaciones que presiden a la presente resolución, declara solemnemente a nombre y absoluto poder de sus dignos representados: Que ha llegado el venturoso día en que los inalterables y ardientes votos del Alto-Perú, por emanciparse del poder injusto, opresor y miserable del rey Fernando VII, mil veces corroborados con la sangre de sus hijos, consten con la solemnidad y autenticidad que al presente, y que cese para con esta privilegiada región la condición degradante de colonia de la España, junto con toda dependencia, tanto de ella, como de su actual y posteriores monarcas: que en consecuencia, y siendo al mismo tiempo interesante a su dicha, no asociarse a ninguna de las repúblicas vecinas, se erige en un Estado soberano e independiente de todas las naciones, tanto del viejo como del nuevo mundo; y los departamentos del Alto Perú, firmes y unánimes en esta tan justa y magnánima resolución, protestan a la faz de la tierra entera, que su voluntad irrevocable es gobernarse por sí mismos, y ser regidos por la constitución, leyes y autoridades que ellos propios se diesen y creyesen más conducentes a su futura felicidad en clase de nación, y el sostén inalterable de su santa religión Católica, y de los sacrosantos derechos de honor, vida, libertad, igualdad, propiedad y seguridad. Y para la invariabilidad y firmeza de esta resolución, se ligan, vinculan y comprometen, por medio de esta representación soberana, a sostenerla tan firme, constante y heroicamente, que en caso necesario sean consagrados con placer a su cumplimiento, defensa e inalterabilidad, la vida misma con los haberes y cuanto hay grato para los hombres”.

“La independencia del Alto Perú fue declarada el sábado 6 de agosto en el salón de asambleas de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca”

Días más tarde, el 11 de agosto, se sancionó la Ley en la cual se estableció, entre otras importantes disposiciones, que “la denominación de nuevo Estado es y será para lo sucesivo, República de Bolívar… La ciudad capital de la República y su departamento se denominará en lo sucesivo Sucre”. El 6 de octubre, la Asamblea General Deliberante cesa sus funciones, dejando un trascendental legado a las nuevas generaciones: la independencia de Bolivia.

De esta manera la América del Sur baja el telón del largo proceso de luchas por la emancipación. Una nueva nación, coronada con los laureles de Ayacucho, nace al mundo libre. En octubre, un Bolívar pletórico de emoción y alegría, acompañado de su maestro Rodríguez y del insigne Sucre, corona el Cerro Menor de Potosí con las banderas de Colombia, Perú, Argentina y Bolivia, como inequívoca señal del fin de la guerra y del inicio de un nuevo tiempo de hermandad y unidad para el continente americano.

 

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Orlando Rincones. Historiador

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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