Bolivia vivió en 1982 una de las crisis económicas más severas de su historia, cuando las reservas internacionales eran negativas: el país no contaba con activos suficientes para cubrir sus obligaciones de corto plazo. Hoy la situación es distinta, aunque persisten dudas sobre la composición y ubicación de las reservas.
Las reservas de oro están depositadas en el exterior, medida adoptada durante la gestión del Dr. Juan Antonio Morales. En ese período se decidió monetizar el oro –incluyendo joyas y otros activos–, refinarlo y depositarlo en bancos internacionales de alta calificación. En el país solo se mantiene una mínima parte física. Esta práctica, habitual en el sistema financiero internacional, permite asegurar los activos, garantizar su liquidez y facilitar su uso como divisa de cambio al mismo nivel que el dólar.
Durante los últimos 25 años las reservas en oro se han acumulado gradualmente. En 2000, cuando el precio de la onza troy fina cayó a 200 dólares, muchos países, como Chile, vendieron sus reservas. Bolivia decidió conservarlas, una medida que resultó favorable pues hoy la onza ronda los cuatro mil dólares. El oro, activo de refugio por excelencia, mantiene su valor en el tiempo y protege frente a la depreciación de monedas de reserva como el dólar ante la inflación internacional.
Actualmente las Reservas Internacionales Netas (RIN) ascienden a tres mil 275 millones de dólares, equivalentes a más de cuatro meses de importaciones y alrededor del 5% del PIB. Si bien en la época de auge (2014) llegaron al 45.5% del PIB, el nivel actual sigue siendo preocupante frente a niveles entre el 10% y el 15% recomendados.
El principal problema no radica en la cantidad total, sino en su composición: el 95% de las reservas corresponde al oro y apenas el 3.1% a divisas. Esto reduce la liquidez del sistema. Una ley reciente estableció que el Banco Central de Bolivia (BCB) debe mantener un mínimo de 22 toneladas de oro inmovilizadas. En consecuencia, solo puede operar con el excedente lo que limita su capacidad de maniobra.
La reducción de las reservas en divisas se debe, sobre todo, a factores externos: la caída de las exportaciones, el aumento de las importaciones e incremento del servicio de la deuda, pero principalmente por la disminución de ingresos de exportación por gas natural. Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), que antes transfería divisas al BCB, ahora debe importar combustibles, generando un saldo negativo en la balanza cambiaria.
Desde 1973, cuando se abandonó el patrón oro, el metal dejó de respaldar directamente la emisión monetaria, pero pasó a ser un activo financiero de reserva. Mantenerlo en el exterior es una práctica común de los bancos centrales que facilita transacciones y reduce riesgos logísticos.
Sin embargo, el desafío actual de Bolivia no es la solvencia, sino la liquidez. La elevada proporción de oro –que no puede venderse por debajo del límite legal– restringe la capacidad de generar divisas inmediatas para cubrir obligaciones externas y pagar importaciones de combustibles. La política monetaria debería orientarse, por tanto, a equilibrar la relación entre reservas metálicas y monetarias, fortaleciendo la disponibilidad de dólares, sin comprometer la estabilidad del oro acumulado.
Tipo de cambio y reservas internacionales
El tipo de cambio fijo ha sido, en los últimos años, uno de los principales temas de debate económico en Bolivia. Desde 2011 el país mantiene una paridad fija del Boliviano con el dólar, que sirvió durante mucho tiempo como ancla de precios y símbolo de estabilidad, pero que hoy enfrenta presiones estructurales.
El problema no se origina únicamente en el régimen cambiario, sino en el contexto de una economía con menor disponibilidad de divisas y una estructura productiva poco diversificada. Mientras los ingresos por exportaciones disminuyen y las importaciones crecen, la oferta de dólares en el mercado se reduce. En paralelo, el sector público ha multiplicado su gasto y su deuda, generando mayor demanda de divisas.
El BCB ha intentado sostener la estabilidad del tipo de cambio mediante el uso de reservas internacionales y la venta directa de dólares. Sin embargo, esta estrategia se ha vuelto cada vez más costosa. La escasez de divisas en el sistema financiero ha provocado un mercado paralelo con un tipo de cambio más alto que el oficial una brecha cambiaria, lo que refleja una brecha creciente entre la política monetaria y la realidad económica.
La fijación del tipo de cambio si bien ha ofrecido previsibilidad y control de la inflación, también ha creado distorsiones. En un contexto de déficit comercial y fiscal mantener un tipo de cambio rígido impide que la economía se ajuste gradualmente a los desequilibrios externos. Además encarece las exportaciones, desincentiva la producción local y abarata las importaciones, profundizando la dependencia externa.
Varios economistas plantean que una eventual modificación del régimen cambiario –sea una devaluación o un esquema más flexible– debería implementarse con prudencia, acompañada de medidas de protección social y productiva. Un cambio abrupto podría acarrear inflación y pérdida de poder adquisitivo, pero continuar indefinidamente con el tipo fijo también erosiona la competitividad y agudiza la escasez de divisas.
La transición hacia una política cambiaria más dinámica requiere reconstruir la confianza, fortalecer la institucionalidad y diversificar las fuentes de ingreso externo y contar con un Fonde de Estabilización. No se trata de liberalizar sin control, sino de diseñar un sistema que combine estabilidad y flexibilidad.
El desafío, en última instancia, es mantener la coherencia entre la política monetaria, la fiscal y la productiva. Mientras el tipo de cambio siga siendo una herramienta política más que económica, la estabilidad será frágil. El equilibrio futuro dependerá de la capacidad del país para generar divisas genuinas que sostengan la moneda y reduzcan la presión sobre las reservas internacionales.
Deuda externa: solvencia o liquidez
La deuda externa es un tema que trae muchas dudas. Bueno, según el último informe del BCB de agosto, el saldo de la deuda pública está en 13 mil 740 millones de dólares y en diciembre de 2024 la deuda estaba en 13 mil 300 millones, así que ha aumentado en 400 millones de dólares. El problema es que los desembolsos de deuda (780.4 millones de dólares), ingresos, son menores al servicio de la deuda (mil 51 millones), es decir, a lo que tenemos que pagar. Por lo tanto, hay un flujo negativo y el BCB informa que la transferencia neta al exterior, hasta agosto, es de 269.8 millones de dólares.
Bolivia, entonces, no tiene un problema serio con la deuda externa, porque representa menos del 25% del PIB. Comparando con 2003, cuando la deuda externa era más del 60% del PIB, estamos en una situación mucho más holgada. Y además tenemos un saldo por desembolsar de tres mil 585.5 millones de dólares según el BCB. El problema real no es la deuda total, sino la liquidez.
El porcentaje de deuda siempre hay que evaluarlo en relación al tamaño de la economía. Los Estados Unidos, por ejemplo, tienen deuda, todos los países la tienen, pero mientras la economía crezca, la deuda relativa no es crítica. Bolivia hoy está en 23.1% del PIB frente al 65% que tenía en 2003. Por eso, en términos macroeconómicos, la deuda es manejable.
Lo que sí preocupa es la liquidez y la capacidad de enfrentar los compromisos sin depender de nuevas fuentes de financiamiento. Y eso tiene que ver con las reservas internacionales y con la capacidad de exportación del país. Si Bolivia empieza a producir y vender gas, por ejemplo, el problema se alivia. Pero hasta ahora tenemos que ver cómo se generan divisas para cubrir necesidades básicas.
Por otro lado, hay que hablar del subsidio a los combustibles. En Bolivia el subsidio representa alrededor del 3.6% del PIB, mientras que en Venezuela es del 6% y Ecuador 3%, pero ambos son exportadores de petróleo y en cambio nosotros somos importadores netos de combustibles (importamos más de lo que exportamos). Esto nos muestra que mantener los subsidios mientras importamos combustibles conlleva un costo fiscal elevado y contrabando de exportación.
En definitiva, la deuda externa no es un riesgo inminente, pero sí necesitamos reglas claras, acelerar la aprobación de préstamos externos, información transparente y políticas que permitan manejar el déficit fiscal y la liquidez de divisas. Si se administran bien las reservas, el oro y las divisas, y se promueve la producción interna, Bolivia puede enfrentar sus compromisos sin caer en grandes crisis.
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Gabriel Loza Tellería Boliviano, economista, expresidente del Banco Central y exministro de Planificación








