Entrevistamos al destacado representante de la Unión Internacional de la Marioneta (Unima), Daniel Di Mauro, hijo de la escritora chilena y artista multidisciplinaria Laura de Rokha y del apasionado titiritero argentino Eduardo Di Mauro. Creció inmerso en un ambiente de creatividad y dedicación al arte de los títeres y desde temprana edad, junto a su primo Enrique, se inició en el mundo del teatro de muñecos, realizando en 1975 una gira por Sudamérica con su compañía El Telón. Al establecerse en Venezuela continuó desarrollando y promoviendo este arte milenario. En 2016 publicó Elementos en resistencia: obras para teatro de títeres, una colección de obras que refleja su compromiso con el teatro de títeres.
En 2018, con su esposa Estrella, emprendió una gira latinoamericana que los llevó a Argentina, donde decidieron radicarse. Su destacada trayectoria y aportes al arte titiritero fueron reconocidos en 2019 al serle otorgada la membresía honorífica de la Unión Internacional de la Marioneta (Unima) en Argentina, entidad que su tío, Héctor Di Mauro, había contribuido a fundar y donde ejerció como primer secretario general.
La Unima nació en Praga, Checoslovaquia, el 20 de mayo 1929, ¿cuándo se conforma en América Latina? ¿Cómo fue ese proceso?
Inicialmente fue el checo Jan Malik el que ofreció la representación de la Unima a titiriteros latinoamericanos que ocasionalmente conoció, entre ellos a Javier Villafañe, quien participó en el Festival Mundial de Unima en 1958 y representó a la organización en Argentina y luego en Venezuela la artista plástica colombiana Julia Rodríguez y el titiritero mexicano Roberto Lago.
Fue recién en 1972 que se le da forma a la Unima Argentina, con la participación del grueso de los teatros de títeres de la época y donde Héctor Di Mauro es elegido presidente. Esta fue la primera representación formal de una filial de Unima en Sudamérica
¿Cuenta la Unima en América Latina con apoyo institucional o de gobiernos?
Nunca he visto, en la práctica profesional, que las oficinas de Unima de nuestros países tengan alguna preocupación por su desarrollo. Si bien es cierto que la labor de Unima Internacional tiene incidencia en el aspecto formativo y de mejoramiento profesional con la organización de talleres, el acceso a estos eventos nunca se manejó muy democráticamente o con criterio amplio. Así como en el caso de Malik, sigue siendo el dedo el que señala quién organiza y quiénes acceden a esos beneficios. Los estatutos de Unima son demasiado amplios: “todo aquel que ama el arte de los títeres puede pertenecer a la organización”.
¿A qué está abocada la Unima actualmente en América Latina?
No puede verse a la Unima como un cuerpo que trabaja orgánicamente en Latinoamérica, en cada país ha tenido características distintas, nunca muy productivas. Incluso en España, pues en noviembre de 2003 participamos con nuestro teatro La Pareja en el prestigioso Festival Internacional de Títeres de Bilbao y Concha de la Casa nos invitó a una reunión de Unima y allí participamos de una discusión –cuyo conflicto se debatía en Argentina muchos años antes– sobre si debían plantearse en el seno de la Unima proyectos de carácter profesional, pues esto era una necesidad. Sin embargo, los mismos estatutos le daban tanto derecho al voto a titiriteros como a luminotécnicos, locutores radiales o a cualquier persona que probara su amor hacia el oficio y los titiriteros resultaban ser una franca minoría.

¿Cuál es la importancia de mantener el mundo del títere?
Entiendo que el mundo moderno está signado por la tecnología, todas las edades sienten auténtica atracción por las constantes novedades científicas, lo cual es absolutamente comprensible. Lo que preocupa es que esa adicción se adueñe del mundo de los niños, en cuya edad es tan importante el aprender a compartir a través del juego colectivo. El niño que navega en Internet siente que está compartiendo su tiempo con muchos amigos y personajes de su interés, pero en realidad está solo, con una pantalla en sus manos.
Cuando el arte es ejercido con honradez, el público de todas las edades lo disfruta, los títeres, la danza, la música o cualquier otra expresión genuina genera inmensa motivación y toca las fibras sensibles del que las comparte y las disfruta. Esta motivación debe transformarse en expresión creadora, especialmente en las infancias, cuando las percepciones son infinitas y las devoluciones son y serán siempre afirmativas y afirmadoras. El sentirnos a gusto con nuestro mundo interior nos reafirma y nos predispone a la empatía con el entorno.
Los guiones para títeres han variado en el tiempo, ¿qué nos pueden contar hoy?
Todo varía con el tiempo y el arte no es ajeno a esta realidad. Las temáticas siempre han sido testimonio de los diversos modos de vida, de todo lo que hace al entorno del creador que –de alguna forma– trasciende dejando plasmada su obra. Desde que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) entendió que los títeres deberían estar presentes en todos los niveles de la educación moderna mucho se han simplificado los argumentos de las obras para títeres, con el interés puesto en el aprendizaje, aunque esta forma didáctica cumple un rol específico en el ámbito de la enseñanza.
¿Cuáles son los principales desafíos y oportunidades que enfrenta el mundo del títere en el contexto actual?
A nadie escapa que, en el mundo actual, la conflictividad ha aumentado considerablemente. Por un lado, está el pragmatismo neoliberal que promueve la idea del fin de la Historia, del fin del arte, y lo desvela el deseo de lograrlo; por otro lado, está el humanismo, el cuidado del planeta, la atención inteligente sobre los efectos de la locura capitalista que, en aras de una mayor productividad y ganancia, irrespeta la salud natural de las aguas, de la tierra y del aire.
Toda la destrucción generada por las religiones, los intereses económicos, las tensiones políticas, las estrategias hegemónicas y muchas veces la furia de un planeta que desde su centro también se manifiesta, se aplacan, se suavizan y se curan con el arte, con todas las formas de amor. Estoy seguro que a todas esas formas de amor se accede con el vínculo necesario de las infancias con el arte. Las educadoras y los educadores enseñan los rudimentos del pensamiento lógico, las destrezas, leer, escribir, sumar, restar… el arte enseña a soñar, a intuir que el cuidar al otro es la plenitud y que lograrlo es el punto culminante de la existencia.
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Pilar Orellana Correo del Alba