Migrar en el siglo XXI: ¿del sueño a la pesadilla?

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No eran bienvenidos. En los supermercados, en los cafés, en los parques donde antes caminaban sin temor, ahora las miradas duraban demasiado, las palabras se envenenaban en murmullos. Se convirtieron en intrusos en una tierra donde la hospitalidad había sido un espejismo.

Exit West, Mohsin Hamid

La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el 20 de enero de 2025, marcó un giro virulento en el discurso político hacia los migrantes que en ese país representan a más de un 14% de la población. Para muchos, el sueño americano, otrora símbolo de esperanza, se ha transformado en una pesadilla bajo su administración. Las medidas arbitrarias y la “mano dura” del Gobierno no solo han creado un clima de hostilidad, sino que también han exacerbado las preexistentes tensiones económicas y sociales del país. 

Estados Unidos atraviesa una decadencia económica y social que se ha profundizado en las últimas décadas, y la narrativa antiinmigrante lejos de ser una solución parece servir como chivo expiatorio, ocultando las fallas estructurales del sistema. La crisis migratoria, por tanto, se revela como un síntoma y no como la causa de un malestar profundo que afecta la estructura misma de esta “pesadilla  americana”, dejando a los migrantes como víctimas de una situación más compleja. Analizaremos en este artículo cuestiones como qué es un o una migrante en el mundo en tanto hay muchas diferencias y motivos entre las personas que toman la decisión de dejar su hogar y marchar para encontrar mejores condiciones futuras.

“Migrante” se define en general como ese alguien que por voluntad o necesidad abandona lo que conoce: su hogar, su gente, su tierra. Puede partir con la esperanza de un futuro mejor o con el peso de no tener otra opción. A veces regresa, otras no. En ocasiones su viaje es elección, en otras es fruto de la supervivencia.

El término «migrante» es amplio, neutro, sin distinción de género ni de destino. Su uso se extiende más allá de las fronteras humanas, alcanzando ámbitos como la medicina, los negocios, el lenguaje. Pero su indefinición legal no es un mero tecnicismo, sino una barrera invisible que puede significar la diferencia entre el amparo y el abandono.

La falta de una definición internacional clara confunde, desdibuja y, a menudo, margina. Se entremezcla con palabras como «refugiado», restándole a este último su derecho inalienable a buscar protección. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) esta confusión erosiona el acceso al asilo, volviendo aún más arduo el camino de quienes huyen de la guerra, la persecución o la desesperanza. Y en esa confusión florecen discursos de rechazo, narrativas que avivan el miedo y convierten la necesidad en amenaza, cerrando puertas y levantando muros.

Las Naciones Unidas, en su afán de medir y categorizar, definen como migrante internacional a quien cambia de país de residencia. Pero más allá de cifras y términos, la migración es ante todo una historia de humanidad en movimiento. Es la historia de quienes transitan a veces duros caminos con el anhelo, con el miedo y con la certeza de que en algún lugar debe existir un refugio o algo mejor que en su lugar de origen; certeza muchas veces motivada por historias narradas a medias, las cuales distan bastante de ser reales.

Cuántas personan migran realmente en el mundo

En el informe “Sobre las migraciones en el mundo 2024”, presentado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), se concluye que el mundo está en movimiento. Si bien la mayoría de la población reside en su país de origen (aproximadamente el 97%), solo una de cada 30 personas a nivel global migra. No obstante, la cantidad de gente que vive fuera de su país natal ha experimentado un crecimiento exponencial en las últimas décadas. Este aumento de la población migrante internacional, que ascendía a 281 millones en 2020, representa un cambio demográfico fundamental, una cifra equivalente al 3.6% de la población mundial. Comparado con 1990, dicha cifra implica un incremento de 128 millones de migrantes internacionales; y comparado con 1970 se ha más que triplicado. Comprender esta creciente movilidad humana, con sus implicaciones sociales y económicas a escala global, es crucial para afrontar los desafíos del siglo XXI.

Los motivos para migrar no son iguales para todos y todas ya que hay personas obligadas a migrar a causa de circunstancias que atraviesan en sus lugares de origen, como guerras o las sequías que se dan en gran parte de África.

El peligro que conlleva el migrar es otro tema que enciende las alarmas. Esto porque al menos  ocho mil 938 personas murieron en rutas migratorias a nivel mundial, la cifra más alta registrada, según datos de la OIM. Este número continúa una tendencia de cinco años de aumento constante, superando las ocho mil 747 muertes documentadas en 2023.

La migración es igualmente un tema altamente politizado, lo que facilita la desinformación por parte de actores con intereses específicos. Ha sido el caso de Venezuela, donde personeros de la derecha opositora han instado a la comunidad internacional, especialmente a países de América Latina y el Caribe, a aislar al gobierno de Nicolás Maduro y a ofrecer apoyo a los migrantes venezolanos. Por ejemplo, han pedido que se mantenga el Estatus de Protección Temporal (TPS) para venezolanas y venezolanos en los Estados Unidos.

 En general, la migración ocurre de forma segura y regulada. Pero hay quienes se ven forzados a abandonar sus hogares por conflictos, persecuciones o desastres, enfrentando situaciones de extrema vulnerabilidad. Aunque los refugiados y desplazados representan una fracción menor del total de migrantes, son quienes requieren mayor asistencia y protección.

La violencia sigue siendo una de las principales causas de muerte entre migrantes, representando al menos un 10% de los casos desde 2022. En 2024 casi 600 personas murieron en rutas migratorias de Asia Meridional y del Sudeste debido a ataques y agresiones.

El año pasado fue el más letal en varias regiones: Asia registró  dos mil 778 muertes, África dos mil 242 y Europa 233. En el Mediterráneo al menos dos mil 452 personas fallecieron en la travesía.

En  América, aunque los datos aún no se han difundido en su totalidad, se han documentado al menos mil 233 muertes, incluyendo 341 en el Caribe y 174 en el cruce del Darién, ambas cifras sin precedentes.

Demás está decir que muchas muertes y desapariciones quedan sin registrar por falta de datos oficiales, y la identidad de la mayoría de las víctimas sigue siendo desconocida.

América Latina, delincuencia y migración

El impacto de los delincuentes que migran y continúan con sus actividades ilícitas en otros países es profundo y multifacético, pero quienes más sufren las consecuencias no son solo las sociedades receptoras, sino los migrantes trabajadores y honestos.

Primero, hay estigmatización y prejuicios. Cuando una minoría de migrantes comete delitos en un país de acogida el imaginario colectivo tiende a generalizar esa conducta al resto de la comunidad migrante. Esto da lugar a estereotipos dañinos que asocian la migración con la delincuencia, afectando directamente a quienes han migrado en busca de un futuro digno. Como resultado los migrantes honrados enfrentan discriminación en el ámbito laboral, en el acceso a vivienda y servicios, e incluso en el trato cotidiano de la sociedad.

Segundo, el endurecimiento de políticas migratorias. El crimen cometido por migrantes delincuentes a menudo se usa como justificación para implementar políticas migratorias más restrictivas, lo que complica la vida de quienes buscan establecerse legalmente y contribuir a la sociedad. Controles más estrictos, mayores requisitos para la regularización y discursos políticos de rechazo generan barreras adicionales para los migrantes honestos, quienes se ven atrapados en un sistema que los trata con desconfianza.

Tercero, aumento de la xenofobia y hostilidad social. El miedo y la percepción de inseguridad pueden alimentar sentimientos xenófobos en la población local. Esto se traduce en agresiones verbales y físicas, exclusión social y un clima de hostilidad que afecta incluso a aquellos migrantes que llevan años construyendo una vida en su nuevo país. La narrativa antiinmigrante se fortalece, haciendo que la integración de los migrantes que no son delincuentes sea cada vez más difícil.

Los migrantes que huyen de la violencia y la criminalidad en sus países de origen pueden hallar en su nuevo destino a los mismos grupos delictivos que los obligaron a partir. Pandillas y redes criminales transnacionales pueden perseguir y extorsionar a sus propios compatriotas, sometiéndolos a condiciones de miedo y vulnerabilidad similares a las que intentaban dejar atrás.

En un contexto de políticas migratorias cada vez más agresivas, la Casa Blanca, por ejemplo, ha llevado a cabo redadas masivas contra migrantes, aplicando medidas que los criminalizan sin una verificación adecuada de su situación legal o antecedentes. Bajo el pretexto de reforzar la seguridad nacional, miles de migrantes han sido detenidos indiscriminadamente y trasladados a centros en El Salvador y la Base Naval de Guantánamo, sin garantías de debido proceso ni una revisión justa de sus casos. Estas acciones no solo vulneran derechos fundamentales, sino que también perpetúan la falsa narrativa de que todos los migrantes representan una amenaza, ignorando las historias de quienes han huido de la violencia o buscan una vida digna mediante el trabajo honesto. Al operar bajo criterios generalizados y sin pruebas concretas, estas redadas erosionan los principios de justicia y humanidad, dejando a muchas personas en un limbo legal y expuestas a condiciones inhumanas en su confinamiento.

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