En un momento mundial de alta complejidad económica, social y política, en donde los juegos y las fuerzas que operan resultan demasiado dinámicas, Correo de Alba entrevistó al escritor, novelista y analista político argentino Alejo Brignole –que además acaba de lanzar su última novela– para que nos dé su punto de vista sobre la política internacional y las variables que la afectan.
Comencemos por un perfil de Trump. ¿Quién es este personaje que otra vez ocupa el Salón Oval de la Casa Blanca? ¿Cómo lo caracterizaría?
Hablar de perfiles políticos exitosos (y Trump lo es) casi siempre es hablar de personalidades complejas desde una perspectiva psicológica y social. Trump ha ocupado la escena mediática y económica estadounidense desde la década del 70 y me atrevería a decir que fue unos de los precursores del fetichismo mediático de los ricos. Fue Trump el que asoció la riqueza y los grandes negocios con un glamour rimbombante y algo vulgar. Algo que resultó aspiracional para las masas. Es además una personalidad con un estilo agresivo, determinado, resuelto y profundamente elitista, lo cual en este capitalismo donde se exalta el éxito personal individualista resultó para Trump un buen trampolín propagandístico desde que se inició con su imperio inmobiliario en la década de 1970.
Donald Trump es un disruptor, un hombre que ha cultivado lo políticamente incorrecto, o por lo menos juega con ese naipe en el imaginario público.
¿Y eso en qué se traduce?
En muchas cosas que fue haciendo a lo largo de su vida. Ir a contracorriente. Aunque en realidad todo está impregnado de impostura ya que Donald Trump, en tanto presidente, es un producto sistémico de lo peor del capitalismo estadounidense: hegemónico, neocolonial y expansionista. En lo personal, su narcisismo ramplante (helicópteros con su nombre en el fuselaje, grandes edificios homónimos, protagonismo televisivo en programas de consumo popular y un largo etcétera), es la Marca Trump, que encaja a la perfección en una cultura global psicotizada, necrófila y brutalista, como la actual.
¿Qué papel viene a cumplir Trump en una coyuntura mundial marcada por una creciente multipolaridad?
Donald Trump tiene dos caminos ahora mismo: hacer de cuenta que el siglo XXI será un “nuevo siglo americano”, como pregonaban autores y estrategas como Joseph Nye en la década de 1990, en la cual imaginaron un mundo arbitrado por Washington sin muchas resistencias (el “fin de la Historia” que teorizó Francis Fukuyama), o bien ser realista y mostrar habilidades adaptativas en un escenario que no se puede soslayar. Ni el avance tecnológico, militar y comercial de China permite ignorarla, ni la emergencia de Rusia como gran potencia militar dispuesta a jugar un rol protagonista tampoco puede ser subestimada. Sin obviar el crecimiento de los Brics y las nuevas reglas de juego comerciales que ya poco dominan los Estados Unidos, tampoco el Banco Mundial (BM) ni el Fondo Monetario Internacional (FMI). Todas estas herramientas surgidas de la segunda postguerra y de los Acuerdos de Bretton Woods ya tienen sus días contados. Por eso Donald Trump, a pesar de su famosa frase “Make America Great Again” (“hagamos grande a [norte] América otra vez”) que es muy efectiva en términos electoralistas, sabe que eso eso no va a ser posible encerrándose en su casa, sino jugando el nuevo ajedrez mundial, que irremediablemente es múltiple e imparable, y por tanto transicional hacia un nuevo orden internacional. Solo desplegando sus recursos militares (cada vez más costosos para su economía), Washington podría retrasar –y solo un poco– su agonía como primera potencia tal y como la conocimos hasta ahora.
¿Estima factible que en los planes de Trump esté el ordenamiento de un mundo tripolar (esferas de influencia China-Rusia-Estados Unidos)? ¿Cuál sería la posición de las naciones latino-caribeñas en un escenario de ese tipo?
Yo creo que Donald Tump juega un doble juego discursivo. Dice cosas en clave disruptiva y le gusta patear el tablero con medidas que frisan el delirio: comprar Groenlandia, anexar Canadá, etcétera, pero por otro lado sabe que tendrá que negociar el rol estadounidense a futuro. China se ha encargado muy bien de dejárselo en claro. Rusia también, por supuesto. Sus cordiales relaciones con Vladímir Putin y el frente político del Este europeo son parte de sus estrategias, en apariencia caóticas pero que hablan de que está conectado con la realidad. Haberles soltado las manos al dictador fascista ucraniano Zelenski y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) parásita del presupuesto norteamericano son prueba de que su visión no es delirante, sino que tiene matices muy pragmáticos y nada desenfocados.
“Fue Trump el que asoció la riqueza y los grandes negocios con un glamour rimbombante y algo vulgar”
En el escenario que usted plantea, con esferas de influencia mundiales dominadas por China, Rusia y los Estados Unidos, yo cambiaría la ecuación: creo que las esferas de las nuevas hegemonías emergentes (y aquí hablamos de comercio, recursos y carrera tecnológica), la tríada la protagonizarán los Estados Unidos, China y la India que, al igual que China, viene creciendo y tecnologizándose casi en silencio y con altísimos estándares. A Rusia la percibo como el brazo fuerte militar del nuevo eje tripartito, pero siempre en alianza con su vecino chino en una complementariedad muy sólida y eficaz en términos estratégicos y geopolíticos. Si esta partición global informal –pero efectiva– se cumpliera, el escenario latinoamericano sería uno de los peores a nivel global, porque quedaría a merced de su explotador histórico, que fue Washington. Se cristalizaría ya de forma brutal la Doctrina Monroe («América para los [norte] americanos») y las ideas de Alfred Maham de fines del siglo XIX sobre “la isla continental”, que concibe al continente americano como una gran porción insular que debe ser controlada por los Estados Unidos de forma exclusiva. Y hay razones objetivas para pronosticar que eso pueda suceder. Tengamos en cuenta que el 75% de los insumos primarios que los Estados Unidos necesitan para sus industrias y armamentismo no está en su territorio. Y además, de ese 75% la casi totalidad (en el orden de un 80%) se pueden obtener de América Latina. El panorama, yo creo, es ciertamente siniestro para el sur nuestroamericano.
¿Asistimos a la decadencia de la civilización de Occidente? ¿Está realmente “agónico” el imperialismo yanqui?
El alemán Oswald Spengler ya analizó el tema en su obra de 1918 La decadencia de Occidente,en donde despliega una teoría que aplicaría a todas las civilizaciones que, como un ser vivo, nacen, se desarrollan y finalmente desaparecen. En lo personal, hablar de la desaparición de Occidente, en tanto desarrollo judeo-cristiano de la cultura, me parece apresurado. Su decadencia ya es tangible, pero ese proceso puede durar otros mil años. Asimismo, el imperialismo estadounidense está agónico, pero no muerto. Se travestirá, como hizo Inglaterra tras la conferencia de Yalta y Postdam en 1945 luego del triunfo aliado. América Latina –sus intelectuales, sus organizaciones campesinas y obreras y sus clases medias– jamás deben dejarse seducir por la idea de un imperialismo estadounidense debilitado o desenfocado en nuestra Región, porque, como señalé más arriba, su injerencia mortal en nuestras naciones irá creciendo conforme Washington deba ceder terreno en el resto planetario. Un Estados Unidos debilitado en el resto del mundo, pero centrado paroxísticamente en su parcela estratégica, que somos nosotros, el sur continental, no pronostica nada bueno.
¿Cómo observa la posición y accionar de la Casa Blanca respecto a la deportación de migrantes? ¿Cuál es la importancia de los migrantes para un país como los Estados Unidos y, como sabemos de su gusto por la Historia, para los imperios en general?
Washington no puede prescindir de la inmigración, porque en primer lugar colapsaría su economía de base; y en segundo lugar, porque el fenómeno es imparable y evitarlo por la fuerza conlleva ingentes recursos del Estado (ya muy tambaleante económicamente en el caso de los Estados Unidos, que posee unas mil 600 agencias gubernamentales). Por otra parte, las decisiones de Trump de deportar hispanos no son superiores a las que realizaba Barack Obama en silencio y sin hacer prensa. Trump, en cambio, necesita mostrar signos de fortaleza nacionalista (“americana”, diría él) y los migrantes son un segmento rentable desde una perspectiva proselitista. Sin embargo, recordemos un caso: cuando Gran Bretaña aprobó el Brexit (su salida de la Unión Europea que se hizo efectiva en 2020) y quitó las prerrogativas de permanencia a otros países miembros (sobre todo del Este europeo), inmediatamente Inglaterra se quedó sin camioneros. Generó un déficit de unos 100 mil conductores de grandes vehículos que alteró el funcionamiento de toda la economía británica, obligándolos a volver en sus pasos y otorgar nuevamente permisos de permanencia a transportistas profesionales polacos, rumanos y de otros países del Este, que eran los que ocupaban ese nicho laboral. Las expulsiones violentas y las persecuciones con encierros inhumanos no detienen el problema. Simplemente perfeccionan sus mecanismos de penetración ilegal. Es decir, agrava el fenómeno.
¿Adónde puede llevarnos la “guerra arancelaria” dispuesta por Trump? ¿Cuál es el fundamento de esas medidas y cuáles son los riesgos reales que acarrean?
Volvemos a lo dicho al principio de esta entrevista. Estas decisiones son producto del gusto de Donald Trump por la provocación y las políticas agresivas y disruptivas, no siempre debidamente ancladas en la realidad. Esas medidas fueron parte de su forma grandilocuente y autorreferencial. Parecer un buen guardián de los intereses estadounidenses. Pero tras los anuncios del 3 de abril pasado, el lunes 7 los mercados entraron en pánico. Apenas cinco minutos después de su apertura la Bolsa de Nueva York perdió más del 4%. El impacto de los nuevos aranceles anunciados por Trump licuaron en pocos minutos la friolera de 2.1 billones de dólares del mercado estadounidense. El Banco Goldman Sachs elevó la probabilidad de recesión en los Estados Unidos del 35% al 45% y la plataforma Polymarket fue más allá: estimó en un 63% la posibilidad de una recesión para este año. No olvidemos que el dólar es una moneda fiduciaria, es decir, basada en la confianza mundial y sin respaldo en la economía real o en oro. Una creciente desconfianza hacia el dólar y la búsqueda de nuevos cimientos monetarios internacionales como el yuan, o monedas emergentes que pueden surgir –los Brics ya estudian el tema–, incluso las propias criptomonedas, pueden derribar la economía norteamericana como un castillo de naipes. Los delirantes aranceles del orden del 50%, a China y a otros mercados, son simplemente un salto al vacío para Washington. En mi opinión, no creo que prospere como mecánica comercial y los Estados Unidos deberán dar marcha atrás en cualquier momento.
“Un Estados Unidos debilitado en el resto del mundo, pero centrado paroxísticamente en su parcela estratégica, que somos nosotros, el sur continental, no pronostica nada bueno”
¿Cómo valora la ruta para alcanzar la paz en el conflicto de Ucrania? ¿Cuáles pueden ser los eventuales desenlaces? ¿Cómo ve las declaraciones y posiciones de la OTAN?
Puntualmente en el tema ucraniano Trump creo que se destaca por su gran lucidez: sabe que por allí no hay nada que hacer. De hecho ha escenificado su repudio a las políticas europeas en el conflicto, con reprimendas al presidente Zelenski –inaceptables en el ámbito protocolar diplomático– durante una reunión bilateral realizada hace unas semanas en la Casa Blanca. Trump quiere terminar con esa guerra e implícitamente le abre el juego a Rusia frente a la UE, dejándola como una potencia ganadora y razonable, que es lo que ha sido siempre en este conflicto. No olvidemos que las advertencias de Rusia frente a la Comisión Europea y el Parlamento Europeo en los últimos 10 años han sido claras: propuso hasta el cansancio crear un protocolo consensuado de estabilidad frente al avance de OTAN hacia los países del Este (que Rusia toleró) hasta que Ucrania fue la gota que colmó el vaso. La guerra iniciada por Putin fue una guerra defensiva tras largos años de advertirle a Europa que estaba trasgrediendo acuerdos tácitos de la Era Reagan-Gorbachov en 1989: no avanzar ni un metro hacia el Este con bases de la OTAN. Algo que no se cumplió y además se exacerbó durante muchas administraciones estadounidenses que financiaron hasta la saturación las infraestructuras de la OTAN. Trump le soltó la mano a los Estados europeos de la Alianza Atlántica. Los puso contra las cuerdas: “financien ustedes su propia defensa”, les dijo. Sin embargo, eso también es parte de cierto show político. Trump juega al dueño de la granja con los europeos, pero el apoyo estadounidense no puede cesar en los términos que Trump anuncia, porque la OTAN colapsaría en pocos años. Y Washington no puede permitirse un desequilibrio semejante frente a dos gigantes militares como China y Rusia en este momento de transición global.
En cuanto a la guerra de Ucrania en particular, creo que un desenlace posible (e inminente) es el recambio de Zelenski por otro mandatario sin desgaste y hacer una pantomima de entendimiento con Rusia sin las obsesiones del anterior presidente. Firmar una paz, pero maquillada de vocación humanista que humille menos a una Europa derrotada por Rusia.
La administración Trump se ha pronunciado por declarar “terroristas” a los carteles de narcotráfico, ¿qué reviste tal política? ¿Cuál es la peligrosidad para nuestros pueblos?
Aquí –creo yo– hay que matizar algunos aspectos. En efecto, los carteles de narcotráfico son organizaciones mafiosas y terroristas, sin paliativos. Sin embargo, son terroristas “made in USA”, es decir, son estructuras apoyadas, alentadas y colaborativas con los Estados Unidos que se sirve del narcotráfico y la Administración de Control de Drogas (DEA) como instrumentos en las sombras para el financiamiento de operaciones clandestinas y acciones no autorizadas por el Congreso norteamericano. Los Estados Unidos no combaten el narcotráfico: lo alientan. Entonces, en este esquema, la cocaína se convierte en la criptomoneda para todo lo clandestino que necesitan realizar los Estados Unidos a lo largo y ancho del Globo. El escándalo Irán-Contras durante la Administración Reagan fue el ejemplo más claro que salió a la luz. Pero no nos engañemos… ese episodio fue uno de entre cientos (acaso miles) llevados a cabo en secreto y con el mismo modus operandi. La ruta ilegal de la geopolítica norteamericana se nutre de cocaína.
¿Y ello cómo aplica en nuestra Región actualmente?
En Latinoamérica el número de bases estadounidenses ha ido creciendo en los últimos años, ya con la excusa del narcotráfico o del terrorismo. Pero lo que los Estados Unidos están rodeando con esas bases son las fuentes de recursos primarios para asegurarse provisión en ese mundo multipolar que ya es una realidad. Basta con mirar el estudio de la mexicana Ana Esther Ceceña, que en su obra El proceso de ocupación de América Latina en el siglo XXI cartografió los principales yacimientos estratégicos de nuestra Región y los comparó con las bases estadounidenses: todas están cerca o rodeando tales yacimientos. El terrorismo y la droga, más allá de su existencia, es un gran recurso dialéctico para justificar expansiones imperialistas.
Finalmente, en un escenario convulso, incierto, de arremetida yanqui… ¿hacia dónde debieran caminar América Latina y el Caribe para enfrentar con buen pie una conducta agresiva que parece inevitable por parte de Washington?
No tengo dudas que América Latina y el Caribe deben seguir los lineamientos de cooperación estratégica que marcaran Hugo Chávez, Fidel y Salvador Allende: la unidad y las interdependencias ya emancipadas del Norte rico (lo que ya planteara el egipcio Samir Amin en su famoso ensayo La Desconexión). La novedad es que que las relaciones Sur-Sur ahora pueden ser enriquecidas con alianzas Sur-Oriente. La presencia de China en el crecimiento infraestructural y el intercambio científico con América Latina es un eje fundamental para nuestra independencia. También hay que lograr una rotación en el campo de la provisión militar. Debemos sustituir toda la maquinaria europea y estadounidense de nuestras Fuerzas Armadas e ir alcanzando acuerdos con Moscú y China para proveer a nuestros ejércitos. Y, por supuesto, cortar todos los flujos misceláneos y docentes que hacen los Estados Unidos con nuestros militares y fuerzas de seguridad, en donde son adoctrinados para la represión interna, acallar la protesta social y criminalizar a las organizaciones sociales de base, las cuales, por otra parte, serán la muralla contra ese eventual avance de Washington en las próximas décadas.
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Correo del Alba