Por qué la maldad se toma los corazones y almas de los seres humanos

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En los últimos días hemos presenciado un lúgubre coro de titulares horribles que parecen concertarse para demostrarnos que los seres humanos tenemos una tremenda carga de maldad latente, metida bien adentro de eso que nos gusta llamar “alma”.

Por cierto, está el bestial ataque del viernes 22 de marzo contra una multitud de más de seis mil chiquillas y chiquillos que atestaban el Crocus City Hall, de Moscú, por cuatro asesinos armados de ametralladoras, que cobraban cinco mil dólares por adelantado por matar a 137 seres humanos. O sea, menos de 190 dólares por chiquillo muerto. Pero recién comenzamos a conocer la horrible verdad detrás de esa bestialidad.

Por ahora, en tanto, en Corea del Sur finalmente se dio a conocer la tristísima historia del expresidente Roh Moo-hyun, que en 2009 se suicidó arrojándose a un precipicio, abrumado por las acusaciones de haber aceptado que un poderoso industrial invirtiera cinco millones de dólares en una empresa propiedad de su hijo.

Lo de esa inversión era verdad y así lo reconoció el estadista. Pero el carácter de “soborno” no llegó a ser comprobado. De hecho, faltaban muchas diligencias antes de que el tribunal pudiera pronunciarse en un veredicto. Pero, para el entonces Presidente, la humillación y el descrédito sobre su carrera política se hicieron insoportables.

Ese presidente suicida llegó a ser el símbolo más potente del triunfo de la voluntad de un hombre muy pobre, pero muy inteligente, por encima de toda la adversidad. Fíjese que sus padres eran tan pobres que no pudieron pagarle más que la enseñanza básica. Sin embargo, él se dedicó a estudiar por su cuenta en cada ratito libre. Y no solo terminó la enseñanza secundaria, sino que siguió estudiando de la misma manera: de a ratitos y ganándole la pelea al cansancio de cada día.

Ocurre que en Corea del Sur los títulos profesionales, incluso los más empingorotados, Medicina, Física, Ingeniería o Derecho, los otorga directamente el Estado, sin exigir ningún cartón o certificado de estudios en alguna universidad. Sencillamente, la autoridad educacional designa una comisión examinadora y el postulante tiene que rendir exámenes. Si aprueba los exámenes, el estudiante obtiene su título profesional.

Y así fue como Roh Moo-hyun estudió Derecho, rindió sus exámenes y obtuvo el título de abogado, antes de ser finalmente elegido Presidente de la República de Corea del Sur.

Integrado en la izquierda socialdemócrata de su país, hizo una carrera política brillante y ya siendo Presidente de la República en 2002, y reelegido luego en 2007, inició una política de acercamiento con Corea del Norte y de transparencia en las prácticas democráticas de su país, que tradicionalmente se sumían en el secretismo y, seguramente, en la corrupción.

El fracaso de su política de acercamiento con Corea del Norte tuvo por efecto que perdiera las últimas elecciones ante un candidato de la coalición de derecha, y se dio de inmediato inicio a una agresiva y violenta investigación sobre cada detalle de su probidad administrativa durante su presidencia. Fue así como salieron a luz esos dos hechos que seguían siendo investigados, pero que, según su defensa, no constituían ni soborno ni habían implicado ninguna anomalía.

Más aún, resultaba chocante la dureza de los ataques en su contra, por una irregularidad que alcanzaría a seis millones de dólares máximo, en circunstancias de que sus antecesores, dos presidentes apoyados por la derecha, habían eludido ser condenados aun cuando fueron acusados de malversaciones por 280 y 340 millones de dólares respectivamente.

Mientras el suicidio del expresidente Moo-hyun provocaba recogimiento en Corea del Sur, en la China otro suicidio hacía noticia y causaba asombro. Un hombre se había trepado al barandal de un puente y durante varias horas estaba amenazando a la Policía y a los bomberos con lanzarse al vacío. En una de esas, un viejo trabajador que iba pasando se detuvo a contemplar la escena. Luego se acercó al suicida, le estrechó la mano y en seguida, fíjese usted, ¡le dio un empujón que lo lanzó al vacío!

Por suerte el suicida fracasó en su intento, gracias a las lonas extendidas por los bomberos para amortiguar la caída, allá abajo. En cuanto al anciano trabajador, se limitó a declarar que le cargaban esos tipos que hacen teatro y no se atreven a materializar el suicidio. “¡Entonces quise ayudarlo a portarse como hombre, pues!”. Esa fue toda su explicación.

Imagínese: quería ayudarlo a hacerse hombre. La misma explicación dio ese gigantón sádico que en Londres asesinó al pequeñín llamado Peter, que en sus escasos 17 meses de vida fue torturado hasta morir.

Según informaron con horror los periódicos británicos, el asesino, un hombrazo de 32 años, con 1.95m de estatura y más de 100kg de músculos, hacía gala de la aterrorizada obediencia que le mostraba el niñito. Por ejemplo, cuando él hacía chasquear los dedos, el pequeñín Peter de inmediato se tiraba al suelo y apoyaba la carita a los pies del criminal.

“Así voy a hacer que sea duro y recio”, fanfarroneaba el tipo. Bueno, ahora, el alma colectiva de los británicos parece retorcerse de horror tratando de discernir quiénes son los cómplices de esa acción de crueldad satánica.

En primer lugar, la mamá del pequeño Peter, una mujer de 27 años, que consintió en que su hijito fuese sometido a esos horrores solo para que no se enojara el criminal que era su novio, y que contemplaba con indiferencia mientras lo hacía tragarse un dientecito de un puñetazo.

En segundo lugar, el tipo que administraba la casa en que vivía la pareja con el pequeño Peter. Este individuo, Jason Owens, de 36 años, era testigo encubridor, y al parecer en algunas ocasiones hasta participó de las sádicas diversiones perpetradas sobre el niñito.

Ellos son los culpables directos. Pero igual son culpables los cinco funcionarios del servicio de asistencia social y los tres médicos que supuestamente habían examinado al niñito, incluso cuando tenía muestras de lesiones gravísimas. Tan desinteresados, tan indiferentes y corruptos de flojera fueron todos ellos que no advirtieron el infierno en que se hallaba Peter, del que podían haberlo rescatado con toda facilidad si hubieran hecho su trabajo.

A juicio de la magistrada a cargo de este horrible asesinato de un inocente, los funcionarios y los médicos afectados mostraron una actitud de estúpida insensibilidad y se limitaron a reiterar una y otra vez lo que irresponsablemente consideraron como un crimen normal, como cualquiera otro.

Mientras en Inglaterra se destapaba aquel horror, ahí al ladito, en Irlanda, salía a la luz otro abismo infernal, esta vez habitado por curas y monjas sádicos. El miércoles de la semana siguiente a la de la noticia del pequeño Peter, la Justicia irlandesa daba a conocer un informe gigantesco, de dos mil 600 páginas, sobre 350 hogares de menores y casas de acogida, de propiedad de la Iglesia católica de Irlanda, y administrados por sacerdotes y monjas de varias órdenes religiosas.

El enorme informe constituye el documento más pavoroso y repugnante de abusos, torturas, violaciones y otras aberraciones sexuales perpetradas por curas y monjas sobre miles de niños, sobre todo niños que debían ser rescatados de la miseria o de hogares desintegrados.

Los niños y las niñas se encontraban en situación de esclavitud, teniendo que realizar trabajos agotadores sin recibir ni remuneración ni gratificación alguna y, por el contrario, siendo castigados con dureza cuando se mostraban flojos o rebeldes.

Ante la gravedad de estos hechos, la propia Iglesia católica se hizo parte en las querellas criminales contra los responsables de décadas de prácticas horrendas, en que se estima llegó a haber más de 30 mil niños y niñas convertidos en víctimas. De hecho, la jerarquía católica irlandesa admitió que esos actos terribles han infligido una herida dolorosa en el corazón de la comunidad irlandesa, que tradicionalmente ha encontrado en el catolicismo el aliento para sus gestas históricas.

Pero también aquí la opinión pública se encuentra angustiada ante la incapacidad de todas las autoridades y todas las instituciones, tanto laicas como religiosas, para acoger oportunamente las denuncias, investigar con seriedad y poner remedio a todo aquel horror. Durante décadas las denuncias fueron desechadas como basura y los testimonios de los niños eran calificados como mentiras y fábulas de chiquillos de malas costumbres. Y todo eso agravado por el irracional concepto de que una institución mal supervisada y burocrática pudiera ser mejor que el hogar o, en su defecto, un hogar sustituto en que son familias las que recogen a niños y reciben del Estado una ayuda financiera para solventar los gastos.

Esas son algunas de las noticias horribles que mencioné al inicio de esta crónica. Y, como resulta claro, todas apuntan a que en el corazón o en la mente de los seres humanos hay una carga latente de maldad que espera que se produzcan las circunstancias para manifestarse en forma atroz. Todos los educadores y psicólogos han observado cómo en los niños se manifiestan a la vez conductas destructivas y crueles, y conductas de maravillosa generosidad y amor. Es decir, desde la primera infancia todos llevamos adentro un extraño enjambre de ángeles y demonios.

Y ha sido por la necesidad de establecer un modo de convivencia eficaz, para tolerarnos unos a otros y colaborar en la búsqueda de nuestros fines, que los seres humanos hemos tenido que definir e inventar eso que llamamos ética y que muchos filósofos definen como “aquella parte de nuestra libertad que estamos dispuestos a sacrificar en pro de una convivencia sana”.

En realidad, algunos hombres de ciencia sostienen que los seres humanos en general empleamos nuestra capacidad racional solo excepcionalmente, y que habitualmente nos limitamos a aplicar algoritmos, fórmulas, programas o protocolos automáticos que constituyen lo que ellos llaman el “raciomorfo”. En otras palabras, un proceso de toma de decisiones que parece racional, pero que en realidad solo es la aplicación de esquemas biológicos propios de animales de manada.

El neurólogo Rupert Riedl señala que las normas de convivencia, las reglas de jerarquía que presentan animales como los lobos, las hienas, los elefantes y, por cierto, los simios, chimpancés, bonobos y gorilas, son algo así como el bosquejo básico de las mismas normas primarias de las sociedades humanas. Más aún, sugiere que sería beneficioso estudiar sistemáticamente las normas de convivencia de los animales de manada para entender mejor las normas de los seres humanos, las de hoy y las del pasado.

En un período de gran incertidumbre, inquietud y sufrimiento social, el gran escritor judío alemán Bertolt Brecht lanzó un desafiante grito al exclamar: “Comer primero. ¡Luego la moral!”.

Pero esa gran poeta chilena y Premio Nobel, Gabriela Mistral, se atrevió en cambio a señalar que“la necesidad puede hacernos astutos, pero la felicidad es la que puede hacernos sabios”. O sea, cuando las necesidades fisiológicas del animalito humano están satisfechas, solo entonces, el alma, el corazón o la mente, pueden darse el lujo de construir y diseñar la bella arquitectura de la ética y el deber.

El peligro de perder la noción de que lo correcto es necesario… es un peligro de muerte de la mismísima alma humana.

Hasta la próxima, gente amiga. Cuidémonos, hay peligro.

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Ruperto Concha Chileno, analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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