La década de 1960 vivió un oleaje social que removió los cimientos políticos del continente. En ese oleaje destaca el triunfo electoral de Salvador Allende en Chile. En su declinación, la Asamblea Popular de Bolivia es derrotada en 1971.
Llegada a Chile
Cuatro jóvenes de Santa Cruz, destinados a tareas de formación en el exterior, estábamos en La Paz sin posibilidad de retorno o quedarnos. Cruzamos el gélido Altiplano y llegamos a Chile, donde la inédita “vía pacífica al socialismo” era sostenida por millones de obreros enfrentando la conspiración interna y externa.
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Solidaridad internacionalista
Durante la restauración de regímenes militares en el continente, el gobierno de Salvador Allende protegió con asilo a miles de militantes fugados y perseguidos.
4 de noviembre de 1971: 16 confinados en Madidi secuestran un avión militar y fugan a Perú. Allende les otorgó asilo político en Chile.
2 de noviembre de 1972: 74 confinados en la isla Coati del Lago Titicaca fugan en seis canoas y balsas de totora. Salvador Allende impidió que sean devueltos a Bolivia y los trasladó a Chile y Cuba.
Vivencia
El gobierno socialista soportaba la conspiración variopinto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la International Telephone & Telegraph (ITT), partidos de derecha, boicot económico, desabastecimiento de alimentos, subida de precios, bloqueo del transporte y comunicaciones, además de actos terroristas.
Fuimos partícipes de la victoria popular sobre el conato militar del 29 junio de 1973, que intentó derrocar a Allende cercando La Moneda con tanques de guerra. Queda en nuestra memoria la advertencia hecha por el capitán custodio presidencial: «¡la guardia presidencial muere… nunca se rinde, mierda!».
11 de septiembre: inicio del calvario social
Despertamos con el bombardeo al Palacio La Moneda. Salí en busca de mi hermano mayor, su esposa y otros compañeros alojados cerca de la Alameda. Los militares se los habían llevado. En mi camino encontré a un compañero que me insistió llegar al Palacio, junto al Presidente. Era una locura. Le pedí ir a los cordones industriales donde estaban militantes del Movimiento de Izquierda revolucionaria (MIR) y el Partido Socialista (PS). No aceptó y cruzó la calle. Al año siguiente, en la exhibición de diapositivas durante un mitin en París, creí reconocer su rostro en la imagen de un hombre agazapado en una de las ventanas de La Moneda en Santiago. ¿Era él?
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Dos días y noches los gritos de combate de los obreros en Cerrillos y Vicuña Mackenna fueron silenciados poco a poco por la artillería militar. Mi hermano mayor fue dado por “desaparecido” y cremado. Dos meses después, una monja lo encontró recluido en el Estadio Nacional junto a otros 82 bolivianos, torturados uno tras uno en los camarines. Separado de ellos estaba Jorge Chichi Ríos Dalenz –jefe nacional del MIR boliviano–. Los compañeros fueron testigos de cuando lo llamaron por altavoz, lo esposaron y lo llevaron. Al día siguiente la prensa informó: “jefe guerrillero del MIR boliviano fue abatido en enfrentamiento con el Ejército”.
Los avisos radiales y de tv llamaban a bolivianos, uruguayos y argentinos a entregarse. ¡Imposible! Ya habíamos visto, casi presencialmente, el asesinato de dos jóvenes estudiantes cuyas madres bolivianas clamaban por encontrarlos.
En Antofagasta, un compañero cruceño del cual solo recuerdo su apellido –Busch– fue tomado prisionero junto a su esposa Grimilda e hijo. Sometidos a tortura pública, fueron fusilados él y su hijo. La esposa sobreviviente denunció este crimen ante el Tribunal Russel en Bélgica y Francia.
Un compañero fugado de Madidi, amigo mío, sufrió el trauma de ver el secuestro de sus vecinos que, arrastrados a golpes hasta un jardín, fueron fusilados. Eran esposos, responsables de la Junta de Abastecimiento y Control de Precios (JAP) del barrio.
Informados de la emergencia logística del MIR, y al no tener medios propios para quedarnos, siete compañeros incursionamos en las oficinas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Allí nos quedamos hasta el traslado a un refugio para extranjeros similar al de Padre Hurtado. Creo que se llamaba La Enconada.
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Al refugio llegó un hombre, creo era vallegrandino, que se decía cónsul de Bolivia en Chile. Pidió información sobre bolivianos presos y asesinados. Le dimos un relato pormenorizado de lo que sabíamos. Tomó notas y se marchó sin nunca más darnos noticias de sus gestiones. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) hablaron de 529 bolivianos y cinco mil latinos en la misma situación. 93 fuimos “expulsados”, 30 “deben abandonar” y el resto “salir de Chile”.
A los trabajadores chilenos, su presidente Salvador Allende y Miguel Enríquez, jefe del MIR: ¡muchas gracias por la fraternal solidaridad internacionalista!
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Hugo Salvatierra Gutiérrez Boliviano, exministro de Desarrollo Rural y Tierras, residente en Chile en 1973