¿Podrá haber una Tercera Guerra Mundial sin que se use armamento atómico?

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Ahora a don Yevgueni  Prigozhin le tocó el turno de ser famoso. Un tipo bastante gordo, grosero para hablar y feo además, de 61 años, nacido en San Petersburgo, Rusia, que en 1980, a los 19 años, tras salir de la cárcel, donde estaba preso por robo, comenzó un negocito de vender hot dogs en la calle.

Le fue rebien, y en pocos meses amplió su negocio a la preparación de almuerzos para distribuir en oficinas, talleres y otros lugares de trabajo. Después de la desintegración de la Unión Soviética se instaló con un restaurante tan bueno que llegó a ser predilecto de los principales personeros de los negocios y la política de la Rusia occidental postsoviética y liberal. Entre sus clientes se contaba el entonces vicealcalde de San Petersburgo, don Vladímir Putin.

Pero Yevgueni Prigozhin quería más. Mucho más. Comenzó a adjudicarse contratos de alimentación para numerosas instituciones del Gobierno y de las grandes empresas privadas y se extendió hacia Moscú y otras ciudades importantes… Y siguió ganando cada vez más en la Rusia liberal postsoviética.

Y tras tanto éxito, se tentó con la idea de crear una organización militar privada, siguiendo el ejemplo de las empresas de mercenarios de los Estados Unidos y Gran Bretaña, como Blackwater y Mundt, que, según admitió en su momento el presidente Barack Obama, estaban encargadas de cumplir ciertas misiones muy oscuras que, por cuya naturaleza, “los gobiernos necesitaban lavarse las manos”. O sea, empresas privadas de mercenarios armados hasta los dientes y dispuestas a perpetrar todas las atrocidades que sus clientes consideraran necesarias.

Para ello, Prigozhin se asoció con dos aguerridos coroneles retirados del Ejército ruso, Dmitri Utkin y Konstantin Pikalov, para crear el Grupo Wagner, en 2014, contratando inicialmente, con muy buenos sueldos, a unos cinco mil militares expertos retirados del mentado Ejército.

Las primeras operaciones del Grupo Wagner fueron en apoyo de las poblaciones rusas de Crimea y el Donbass, en Ucrania, que estaban siendo atacadas por el Ejército de este país. El éxito de sus intervenciones elevó de inmediato su prestigio y fue llamado por los principales grupos de poder y gobiernos de países como Libia, Siria, República Centroafricana, Sudán, Mali, República del Congo y Sudáfrica, entre muchas otras.

Al estallar la guerra de Ucrania el Grupo Wagner se sumó a las fuerzas de la Federación de Rusia, participando con éxito en los combates más encarnizados.

Sin embargo, sin consultar con sus socios militares Utkin y Pikalov, el financista Yevgueni Prigozhin comenzó a criticar en forma insultante a los altos mandos del Ejército ruso, al comando de las fuerzas en Ucrania y al propio Ministro de Defensa de Rusia. Hasta acusó a Moscú de ser incapaz de establecer una estrategia y una táctica eficaz para alcanzar la victoria rápida sobre el Ejército ucraniano.

La serie de declaraciones de prensa emitidas por Prigozhin, incluso para medios de prensa de países enemigos del Kremlin, provocaron finalmente que el propio presidente Vladímir Putin anunciara que todas las fuerzas militares destacadas en Ucrania, Grupo Wagner incluido, quedarían directamente bajo el mando militar del Ejército ruso y la autoridad del Gobierno.

Ante ello, el recién pasado viernes 23 de junio, Yevgueni Prigozhin ordenó que todas las tropas del Grupo Wagner abandonaran sus puestos de batalla en Ucrania y marcharan en pie de guerra de regreso a Rusia, dispuestos a derribar al gobierno de Moscú.

Aparentemente no todas esas tropas acataron la orden. Un número importante permanecieron en sus puestos bajo las órdenes de los coroneles Utnik y Pikalov

En pocas horas, Prigozhin cruzó la frontera hacia la pequeña ciudad de rusa de Rostov, cuyas autoridades no opusieron resistencia. Al día siguiente, el sábado, ordenó la marcha que supuestamente culminaría con la conquista de Moscú y la instalación de Yevgueni Progozhin como líder supremo de la Federación de Rusia.

Grandes intenciones, ¿verdad?

¡Muy grandes para una fuerza militar de menos de 50 mil hombres!

Como era de esperar, al instante el Ejército ruso se preparó para terminar esa asombrosa insensatez. El presidente Putin denunció la traición y provocó una enorme respuesta de emoción y furia de la ciudadanía. Por lo pronto, una escuadrilla de helicópteros de combate salió al encuentro de las columnas de mercenarios que teóricamente avanzaban para apoderarse de Moscú, y dispararon algunas ráfagas de ametralladora sobre la carretera, como advertencia.

Evidentemente los mercenarios optaron por detenerse de inmediato. En tanto, el desmesurado Yevgueni Prigozhin pareció darse cuenta al fin de la situación demencial en que se había metido. De hecho, ya gran parte de las tropas que inicialmente habían obedecido sus órdenes ahora estaban regresando a sus posiciones de combate en Ucrania.

A la par, el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko intervino en procura de una solución digamos que “compasiva” por parte del presidente Putin, quien accedió a retirar el cargo de traición a la patria contra Prigozhin, pues con eso lo habría condenado a muerte, y permitirle que se refugiara autoexiliándose en su páis, o cualquier otro lugar del mundo, sin jamás retornar a Rusia.

En cuanto al Grupo Wagner, Putin accedió a permitirle continuar en sus acciones en África, bajo el mando de los coroneles Utnik y Pikalov. Pero las fuerzas desplegadas en Ucrania quedaron en su totalidad bajo el mando unificado del Ejército ruso.

Y a las tropas que inicialmente habían acatado las órdenes de Prigozhin no se las consideró como cómplices, sino simplemente como tropas disciplinadas y obedientes a sus superiores.

Así, ese grotesco incidente, lejos de hacer tambalearse al Gobierno, provocó un sentimiento mayoritario de emocionado apoyo al presidente Vladímir Putin.

En cuanto a los países amigos de Rusia, incluyendo a Turquía, Egipto, Sudáfrica, Irán, la India, Chechenia, Afganistán, Kazakstán, Brasil, México y la China, entre otros, enfatizaron en que Moscú no había necesitado ninguna ayuda, de ninguna clase y en ningún momento.

Más aún, en los momentos mismos en que se estaban produciendo estos hechos, en la capital de Kazakstán, Astana, los ministros de Relaciones Exteriores de Turquía y Siria, invitados por el gobierno de Irán, llegaban a un acuerdo propuesto por Rusia para la retirada de las tropas turcas que, junto a las de los Estados Unidos, siguen ocupando una franja de territorio de Siria.

Tras la retirada de la intervención turca, solo permanecerían algunas tropas de los Estados Unidos ocupando ilegalmente esos lugares en el norte de Siria, bajo el pretexto de seguir realizando una acción “antiterrorista”.

Mientras tanto, la guerra en Ucrania muestra un fracaso desalentador de la esperada “contraofensiva” de las tropas de Selenski para recuperar los territorios bajo control ruso.

El viernes pasado finalizó en Londres la llamada Conferencia de Recuperación de Ucrania, en que las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) admitieron la posibilidad de que la guerra termine quedando bajo control ruso prácticamente todo el territorio actualmente ocupado.

Según palabras del analista Samuel Scharap, de la Organización Rand, del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, es casi imposible que Ucrania gane la guerra, ni siquiera contando con todo el apoyo militar y financiero de los países de la OTAN. Se admitió que en estos momentos las fuerzas armadas ucranianas, financiadas, armadas y entrenadas por la OTAN, incluyendo las divisiones de tanques Leopard enviados por Alemania, están sufriendo gravísimas pérdidas.

De ahí se infiere que Ucrania finalmente pueda quedar dividida por una línea de armisticio, tal como quedó en su época dividida la península de Corea, en Corea del Norte y Corea del Sur. La parte occidental de Ucrania quedaría bajo administración de Polonia, y los Estados Unidos con la Unión Europea (UE)facilitarían el financiamiento de la reconstrucción del país, que exigiría una inversión de entre 600 mil y un millón de millones de dólares.

Pero, ¿puede esperarse que la OTAN se resigne a aceptar su ruinosa derrota ante Rusia?

¿No sería eso equivalente a aceptar la derrota de la OTAN ante China y el final del predominio económico y político de Occidente sobre el resto del mundo?

Aparentemente un número apreciable de políticos importantes siguen creyendo que Rusia, China y sus demás aliados no son más que unos fanfarrones y que sus gobiernos se morirán de miedo ante el magnífico poderío de Occidente y sus aliados.

La narrativa de la gran prensa mundial de las transnacionales se muestra empeñada en convencer a la gente de que la posibilidad de una guerra mundial sería solo una nueva versión de lo que fue la Segunda Guerra Mundial, porque ni China ni Rusia se atreverán a utilizar sus arsenales nucleares.

La semana pasada un grupo de parlamentarios demócratas y republicanos propuso en el Congreso de los Estados Unidos un proyecto de ley que castigara como acción de guerra cualquiera emanación de radiactividad que se detectara en alguno de los países de la OTAN, proveniente de focos radiactivos de Ucrania, de Bielorrusia o de Rusia. Es decir, incluso las emanaciones de las bombas de uranio empobrecido enviadas por Inglaterra a Ucrania podrían ser causal para que la OTAN declare la guerra a Moscú.

Por fortuna, esa propuesta no ha prosperado hasta ahora. Más aún, la visita a China del ministro de Exteriores de los Estados Unidos fue un intento de restablecer de alguna manera el diálogo entre las dos superpotencias mundiales.

Sin embargo, la continuación del sistema de sanciones, las intervenciones ilegales de tropas en territorios de países soberanos y el lenguaje insolente empleado por los políticos occidentales llevan a comprender que ni los Estados Unidos ni sus aliados están dispuestos a perder su posición de dominio férreo sobre el resto de mundo.

¿Cuál es el riesgo de una Tercera Guerra Mundial? ¿Podrá haber una Tercera Guerra Mundial sin que se use armamento atómico?

Tanto los Estados Unidos como Rusia y China tienen instalados y preparados sus sistemas de lanzamiento automático de sus respectivos arsenales nucleares que, se estima, contemplan la detonación de unos cinco mil megatones casi simultáneamente.

El efecto de ese intercambio de misiles atómicos provocaría en el hemisferio norte de nuestro planeta una concentración radiactiva de entre 200 y 500 rems. Es decir, allí no quedaría ni un solo ser humano vivo.

Por su parte, en el hemisferio sur la radiactividad sería menor, del orden de 100 rems, lo que permitiría que alrededor del 20% de la población sobreviva, en condiciones realmente horrorosas.

Los efectos colaterales sobre la atmósfera y los océanos serían tan desastrosos que difícilmente podrá haber algunos organismos vivos que puedan resistirlos y sobrevivan.

“Hablando claro”, como dicen los choros del puerto…: “Después de la guerra… ¡se nos acaban todos los problemas!”.

Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. Hay peligro de que se nos acabe todo… Incluso la posibilidad de tener problemas.

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Ruperto Concha Chileno, analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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