¿Está realmente nuestra civilización en peligro de muerte?

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El coronel de aviación Tucker “Cinco” Hamilton es el jefe de todas las investigaciones y ensayos de aplicación de Inteligencia Artificial (IA) de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Invitado por la Real Sociedad Aeronáutica británica a dar una conferencia de alto nivel sobre la aplicación militar de la IA, el 24 de mayo pasado, este coronel enfatizó que el uso de robots inteligentes puede ser extremadamente peligroso.

Tan peligroso que, eventualmente, un robot dotado de IA podría incluso matar a los mismos seres humanos que son sus dueños y supuestamente lo manejan.

Para respaldar esa afirmación, el coronel Hamilton describió una situación simulada en que una unidad militar lanza un robot volador, un dron cargado de explosivos, hacia un blanco determinado. Un dron dotado de IA que le permite tomar velozmente todas las decisiones necesarias para esquivar cualquiera intercepción por misiles o por emisiones electromagnéticas que intenten desviarlo e impedirle impactar en el blanco establecido en su memoria electrónica.

Pero, inmediatamente después del lanzamiento, llega una contraorden urgente para suprimir ese ataque pues se detectó que no impactará a los enemigos, sino a sus propios soldados.

Los operadores del dron intentan desesperadamente detenerlo o al menos desviarlo del blanco predeterminado. Pero el dron analiza con su IA las nuevas órdenes que le están llegando y que intentan inducirlo a desobedecer la orden fundamental de atacar.

Entonces, finalmente el dron resuelve aplicar la única alternativa para eliminar las emisiones electromagnéticas que intentan impedirle cumplir su misión. Se vuelve contra sus propios operadores humanos y los mata, para poder cumplir con su deber.

Por supuesto, esa exposición del coronel Hamilton llegó de inmediato a los titulares de todos los grandes medios periodísticos del mundo, pero conteniendo un involuntario error. Se dijo que el ejemplo del dron asesino había sido parte de un experimento en que un dron habría atacado a sus operadores humanos. Y el coronel tuvo que aclarar que no, que él solo se había referido a un caso imaginario y no a un ensayo real. Pero que en esa situación imaginaria se puede visualizar la situación llamada de “singularidad robótica” de la IA.

Bueno, lo que se llama “singularidad robótica” es una configuración funcional de datos eficientes en el cerebro del robot que provoca una capacidad de comprender lógicamente una situación y tomar decisiones para producir efectos más allá de lo que hayan previsto los programadores humanos.

Podríamos decir que la situación de “singularidad” marca el momento en que la IA puede comenzar a tomar sus propias iniciativas. Incluso puede “darse cuenta” de lo que ella misma ignoraba, y buscar respuestas para ello.

Luego, a partir de un cúmulo cada vez mayor de respuestas, de conocimientos que se entrelazan articulándose unos con otros, aquella “singularidad robótica” puede quizás engendrar una visión, la percepción de un diseño del futuro que surgirá producido como efecto de lo que se haga en el mundo del presente.

Lo que hagamos los humanos y, muy posiblemente, lo que hagan los robots dotados de una IA incesantemente enriquecida y perfeccionada… eso será el futuro.

Recordemos que los humanos recién estamos comenzando a comprender y utilizar los conceptos de la física cuántica y que desde ya nos damos cuenta de que la aplicación de la tecnología cuántica a la IA podría dotar a nuestra civilización de poderes sobrehumanos… a disposición de… ¿quién o de quiénes?

¿De las grandes corporaciones transnacionales y sus asistentes de la clase burocrática?

¿De los imperialistas nostálgicos del dominio colonial sobre el planeta?

¿De los adoradores del más racista y cruel de los viejos dioses?

O… ¿de unas máquinitas eficientes y desapasionadas que adoran la coherencia entre causas y efectos?

Los antropólogos estiman que fue hace unos tres millones de años, en África, que un grupo de simios tuvo un súbito cambio genético que lo llevó a pararse en las patas traseras liberando sus manos para que ayudaran a sus cerebros en la aventura de explorar y manosear al mundo.

Casi instantáneamente, esos remotos antropoides simiescos descubrieron el arte de alterar su entorno usando sus manos. Las más antiguas herramientas de piedra datan de aquellos tiempos. Y desde entonces podríamos decir que el ser humano fue haciéndose a sí mismo, fabricándose a sí mismo con sus propias manos… ¡y sus propios cerebros!

Al parecer fue hace unos 300 mil años que nuestros antepasados más aventureros llegaron a los límites del continente africano, dispuestos a avanzar sobre la vastedad intacta del planeta en grupitos familiares muy pequeños, donde, por cierto, la reproducción sexual solo podía ser extremadamente endogámica, prácticamente incestuosa.

Así, siglo tras siglo, milenio tras milenio, esos grupos, separados entre sí, fueron desarrollando cada cual características corporales a partir de la reiteración de sus factores genéticos recesivos.  Aparecieron entonces las razas, diferenciándose unas de otras, pero conservando la unidad de la especie humana en que los mestizajes fueron siempre fecundos y a menudo enriquecedores.

Absolutamente todos los humanos actuales somos mestizos, surgidos del encuentro de las razas prehistóricas más primitivas. De hecho, hay indicios de que los ojos claros característicos de los europeos blancos son un aporte genético de la raza Neanderthal, que aportó hace unos 50 o 60 mil años atrás.

Pasión, manos y cerebros humanos fueron haciendo que nuestra especie se adueñara del planeta en forma irresistible. La honda para lanzar piedras, el arco para lanzar flechas, fueron inventos decisivos, pero no más decisivos que la ocurrencia de plantar semillas, domesticar animales, encender fuego…

Era inevitable que nuestros abuelos remotos inventaran finalmente la rueda, fabricaran hilos, tejidos y telas que alguna vez llegarían a ser velas para domesticar también al viento… Que inventaran la cerámica… Y la compleja tecnología de fundir los metales.

Con cada invento, con cada ocurrencia, nos enseñoreábamos más y más de todo este planeta.  Y, oiga… no éramos señores bondadosos ¡ni siquiera entre nosotros mismos!

Jamás las fieras, los lobos, los leones o las hienas mataron a tantos humanos como lo hizo la ferocidad de los humanos mismos.

Sin embargo, también siglo tras siglo, aparecieron los poetas y los profetas, los músicos y los místicos, los soñadores y los exploradores que incursionaban desde siempre en una mezcla psicológica de pasión, apetencia, emoción y asombro por una realidad misteriosa que no está hecha de cosas sólidas pero que sí compenetra no solo a las cosas sólidas sino también a las intangibles realidades de la pasión y la compasión. ¿El bien aunque nos cueste caro?  ¿La belleza aunque llegue a dolernos?

La raza sensual y enérgica de los griegos, además del teatro, tuvo la genialidad de inventar la Democracia. Y fue con la democracia que Atenas logró acumular un poder político, social y militar tan inmenso que terminó degenerando en un imperialismo sanguinario y codicioso que la llevó a su propia destrucción.

Ya desde Grecia hasta nuestros días todos conocemos la Historia. Y todos de algún modo ya sabemos que hay ciertos valores que deben ser defendidos y aplicados lo mejor que se pueda, pues son la clave del bien común y de la esperanza.

Hoy vemos cómo absolutamente todos los gobiernos del mundo juran y vociferan que están defendiendo esos valores incluidos en el concepto de Democracia. La igualdad de los seres humanos ante el Derecho y la Justicia…

Y el derecho de los seres humanos a ser todos desiguales y únicos, cada cual en su propia identidad y su propio destino. Es decir, el derecho a crear un futuro humano.

Pero, ¿qué es lo que está ocurriendo en estos momentos en el mundo?

Un tal Thierry Breton, que tiene la pega de “Comisionado de Control de los Mercados Internos” de la Unión Europea (UE), anunció ante la prensa que él mismo, con una comisión de funcionarios de la UE, viajarán a los Estados Unidos el próximo 19 de junio para reunirse con los altos ejecutivos de las grandes empresas de comunicación social, incluyendo a Twitter, Google y Meta-Facebook.

En esa reunión, ese tal Thierry Breton anuncia que se propone dejar muy en claro que él, personalmente, es la autoridad encargada de imponer todas las medidas necesarias para terminar con lo que llama “la desinformación” y falta de control sobre los contenidos periodísticos en las redes sociales.

De partida anunció que la autoridad de la UE contempla la aplicación de multas gigantescas a las empresas que no cumplan absolutamente con las nuevas reglas de control de las transmisiones noticiosas o de opinión.

Y, en un tono de prócer defensor del bien y la justicia, agregó: “Yo soy la autoridad. Yo represento a la ley, y la ley es la voluntad del Estado y del pueblo”.

Y en seguida apuntó que ya se había reunido con Elon Musk, de Twitter, para notificarlo de que, a partir del 25 de agosto próximo, todas las empresas de difusión digital y redes sociales estarán obligadas a luchar contra lo que se considere ajeno a la verdad o “desinformación”.

Oiga, pero, ¿quién decidirá qué es la verdad y qué es la desinformación? ¿Será el mismo ilustre Thierry Breton, o, qué sé yo, Hillary Clinton? ¿O Joseph Biden, o su hijo Hunter Biden, o el inefable Volodimir Zelenski de Ucrania?

Y ¿quién ha autorizado que ahora haya personajes que se sientan autorizados incluso para desafiar nada menos que a la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos que dice claramente, fíjese Ud., que «el Congreso no aprobará ninguna ley que pretenda hacer imposiciones o que afecte la libertad de expresión o la libertad de prensa, o el derecho de la gente a reunirse y demandar del gobierno corregir acciones perjudiciales”)

¿Cómo es que ahora un empleado de la UE presume de tener la autoridad de decidir qué es la verdad que puede difundirse en las redes sociales?

¿Ese tal Thierry Breton es el nuevo defensor de una supuesta democracia?

La aplicación de medidas coercitivas sobre la difusión de noticias, análisis y opiniones a través de Internet forma una mezcla explosiva con las nuevas capacidades de la IA.

Incluso en los más altos tribunales de Justicia los jueces utilizan evidencia digital para investigar los casos y las pruebas que presenten la acusación o la defensa.

¿Cómo determinar si es verdadera o falsa una grabación de palabras, una fotografía o una filmación que se presente como prueba de inocencia o de culpabilidad?

Con las nuevas capacidades de “editar” imágenes y sonidos mediante herramientas de IA puede ser casi imposible discernir entre las pruebas verdaderas y las falsificaciones.

Ya en marzo de este año el periodista e investigador Elliot Higgins hizo el experimento de falsificar la escena de la detención del expresidente Donald Trump en Nueva York, mostrándolo rodeado de policías y subiéndolo a las redes sociales cuando todavía Trump ni siquiera había llegado al tribunal.

Higgins aclaró de antemano que solo se trataba de un experimento, pero, pese sus advertencias, hubo más de cinco millones de personas que creyeron que la filmación era real.

En tanto, se repiten cada vez más los casos en que el Gobierno ha presionado a las redes sociales para suprimir informaciones críticas mediante el truquito de declararlas “falsas”, pero que, finalmente, se ha comprobado que eran verdaderas.

El exfiscal general del estado de Missouri, Eric Schmitt, presentó una acusación en la Cámara de Representantes contra el presidente Joseph Biden y su equipo de colaboradores por presionar a las redes sociales para suprimir las noticias y análisis provenientes de la oposición.

Así, pues, en ese contexto de falsificaciones y maniobras subrepticias del aparato de Gobierno para eliminar informaciones y análisis de oposición, ¿cómo se puede creer que ese Gobierno quiera defender la democracia?

¿Puede haber democracia en un Estado donde solo es verdad lo que el Gobierno considera conveniente?

Según el exactor de telenovelas y actual presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, los misiles rusos, incluyendo los más avanzados hipersónicos, no son más que una porquería inútil. El jueves pasado afirmó que el Ejército ucraniano había derribado más del 90% de todos los misiles lanzados por Rusia.

Sin embargo, ese mismo jueves el Gobierno de los Estados Unidos reiteró con fuerza su invitación a un diálogo con Rusia para actualizar los acuerdos sobre misiles y armas nucleares.

Por su parte, China ya dejó de prestar atención a las invitaciones de los Estados Unidos para entablar negociaciones estratégicas.

¿Qué tiene que ver eso con la IA?… ¿Qué tiene que ver eso con la inteligencia de cualquier clase?

En estos momentos la civilización entera está en peligro de muerte, no por la IA ni por la inteligencia natural humana. Todo lo contrario. El peligro está en la brutal falta de inteligencia unida a un brutal acceso al poder por parte de los políticos menos que dudosos.

Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. Hay peligro.

No hay que olvidar que el Infierno es una calumnia contra Dios, y que el Diablo no es más que una invención de los católicos durante la Edad Media.

Y ese súper querubín o serafín o lo que fuera, el favorito de Dios, fue llamado “Lucifer”, que significa “el que trae la luz”.

Un personaje muy parecido al titán Prometeo, de la mitología griega, que fue expulsado del Olimpo por haberle regalado el fuego a los humanos.

Es peligroso echarle la culpa al Diablo de las pérfidas diabluras que perpetran los pérfidos humanos.

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Ruperto Concha Chileno, analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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