ENTREVISTA│Juan Ramón Pérez: “Es vergonzoso un teatro o un cine que crece a la sombra del poder”

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Nació en Acarigua, estado Portuguesa, el 17 de marzo de 1958. Fue miembro fundador y escritor del Grupo Cultural Fanep. Entre sus obras de teatro figuran:  El Mesías que vino del Infierno (1978), Mi amigo Supermán (1980), Se llamarán hombres (1984), Vaquero de Vidrio (1986), Nuestra reina de corazones (2003), “Hasta la vista Beibi” (Festheve 2008).

Algunos premios en teatro: Mención de Honor del Premio Fundarte de Dramaturgia 2003 Alcaldía de Caracas, Premio Bienal de Dramaturgia de la Universidad Central de Venezuela en 1987, Premio Nacional de Dramaturgia Rajatabla 2013).

El año 2007 gana el primer Concurso de Guiones, que convoca la Villa del Cine, con “Flor de Mayo”, guion que forma parte de la película “1, 2 y 3 Mujeres”.

En literatura el 2014 gana la XIV edición del Premio Nacional de Literatura “José Joaquín Burgos” con su libro de cuentos “La venganza del hombre invisible”, en 2017 obtuvo el 2do lugar en el Concurso Nacional sobre Ensayos de Teatro con el trabajo “Los ángeles en la dramaturgia de Rodolfo Santana” En 2019 consiguió Mención en segundo Concurso de Crónica “Lo mejor de nos” con el trabajo “El negrito de Acarigua”.

Actualmente reside en Puerto la Cruz desde donde conversamos con este polifacético creador.

¿Cómo te describirías, quien es Juan Ramón Pérez?

― “Uno no es lo que quiere, sino lo que pudo ser”, dice una canción mexicana. Llevo ya casi seis décadas y media de vida y a estas alturas, o más bien a estas larguras, ya uno tiene un concepto claro de lo que es; o más bien de lo que dejó de ser. Ya ganaste, ya perdiste, ya amaste, ya lloraste, perdiste seres queridos, por muerte o por separación. Eso sí, viví una época histórica, privilegiada, con acontecimientos que fueron bisagra importante no solo del país, sino de la humanidad. Siempre cito a Marina Briz, una fotógrafa ya anciana, pero aún lúcida y vital, con una vida espectacular que nunca quiso que documentáramos: “Yo no le pido nada a la vida”, dice ella. Y no se trata de necrofilias ni  afinidades poéticas con la muerte. Ya la vida le dio una familia, ella misma creó una familia, tiene nietos que ya son adultos, trabajó en lo que le gustaba y en lo que no, tuvo sus grandes felicidades, y sus grandes tristezas. “Así que, si la muerte llega”, dice ella, “ya no le debo nada a la vida”.

Me describo como irreverente, pero no gratuito, no como pose, o como actitud para joder a los demás. Trato de que sea una irreverencia orgánica, y por supuesto coherente, porque las cosas no funcionan como deberían funcionar. Y nadie o pocos hacen nada al respecto. Como un esperar que la ola que te golpee. Hay un personaje histórico, sin que esto signifique presunción, que Mario Briceño Iragorry inmortalizó en “El Caballo de Ledesma”. Se trata de  Andrea de Ledesma quien por allá en los años 1600 salió a enfrentar él solo en las costas -de lo que hoy es Venezuela- a los filibusteros que venían a saquear. Dice Briceño Iragorry que el capitán de los piratas, por lástima, ordenó que no lo mataran todavía, que lo dejaran hacer sus fintas de pelea, como gatos jugando con un ratón antes del zarpazo final, que lo dejaran lucir sus gritos de batalla, su hidalguía, que toda la tropa se viera en aquel viejo solitario porque al final la vida lo recordaría a él y no al resto del poblado que se quedó viendo de lejos el acontecimiento. Es una historia muy hermosa de convicción por encima de todas las cosas, de lo que es un propósito de vida. Tengo de alguna manera, ese síndrome de Ledesma.

¿Cómo fue tu acercamiento al teatro y a la dramaturgia?

Por el Liceo, la educación formal, que te acerca irremediablemente a esas cosas. Me gustó el teatro no como resultado de asistir a una obra y quedar encantado con una escena o un personaje sino con leer una obra. Aunque desde niño siempre me gustó el circo como espectáculo, pero nunca lo asocié con dramaturgia. En esa época de liceo veíamos la materia Literatura y fue el momento de conocer a “María” de Jorge Isaac y a Macondo con los 17 Aurelianos de Gabriel García Márquez, entre otros. Pero también tocó estudiar teatro, teatro como literatura. En el libro o texto oficial de la materia encontré la obra “Lo que dejó la Tempestad” de César Rengifo. Por supuesto no entendí su contexto histórico ni nada de esas cosas. Me atraía sólo el hecho de que eso existiera y fuera posible, de que pudieran escribirse cosas para que los demás las representaran, insumos para actores. Era una manera de construir realidades. En casa había una máquina de escribir, una Olivetti gris y pequeñita. Ahí empecé mis primeras letras. Leía y escribía, leía y escribía. América Latina estaba plagada entonces de dictadores militares. Empecé también en el liceo cierta militancia política, de izquierda. Comencé a escribir mi propia obra, “El mesías que vino del infierno”.

 Para esa época apareció en las librerías “El Otoño del Patriarca” de García Márquez, el mejor libro de ese escritor y que marcó un antes y un después. Apareció entonces Héctor Marcano con una conversa de que él estaba formando un grupo y necesitaba una obra. Le hablé de la mía, se la ofrecí y aceptó. Creo que esa propuesta de Héctor decidió lo que quería hacer con las letras. 

¿Cuáles son tus referentes teatrales?

El problema del teatro es que no se publica teatro, uno porque no hay comercio para eso porque el público que sabe leer teatro es poco y otro porque las obras se mueven de mano en mano, casi en secreto. Los referentes siempre son necesariamente los clásicos, que uno leía en cualquier biblioteca, para aprender, pero sabía que algo así no podía montarse. Shakespeare, los griegos, el siglo de oro español, los franceses y por supuesto Bertholt Brecht que las imprentas comunistas hicieron circular en español por todo el mundo. Eso hay que agradecerlo. También estuvo el fenómeno de Aquiles Nazoa porque para esa época el libro “Humor y Amor” estaba en casi casi todas las casas del país. Vimos mucho teatro, todo el que se podía ver en una ciudad como Acarigua. Era inevitable saber de Román Chalbaud, Isaac Chorón, José Ignacio Cabrujas y Rodolfo Santana que se abrieron camino. En Acarigua se presentó “La empresa persona un momento de locura” y me pareció la obra más extraordinaria jamás vista. Combinaba la denuncia social con un lenguaje fresco y actual aparte de un desdoblamiento de actores que me impresionó. Rodolfo Santana se convirtió en mi dramaturgo predilecto.

Tienes en tu haber varios premios nacionales y regionales. ¿Qué significa para Juan Ramón Pérez estos logros?

Los premios son males necesarios. Mi primer premio en teatro lo gané con la obra “Vaquero de vidrio” por allá en 1986, una Bienal que convocaba la Universidad Central de Venezuela y los jurados eran por cierto Rodolfo Santana, Orlando Rodríguez y Armando Carías. Yo entonces era un estudiante universitario y el premio eran 3 mil bolívares, muchísima plata para entonces. El dinero, aunque me importaba no era lo que más quería. El premio de ensayo teatral con una tesis sobre Rodolfo Santana. Era la época de la hiperinflación y el premio se devaluó al equivalente a uno o dos kilos de arroz. También fui Ciudadano Ilustre por la Alcaldía de Araure y me dieron un reconocimiento, que guardo y respeto, y recibí una estatuilla a motu proprio de un artista plástico llamado Edgar Hernández. Esa estatuilla la conservo con mucho cariño. Lo que quiero decir es que los premios son solo eso, un instante. Se reciben, se agradecen, te comprometen a hacerlo mejor la próxima vez. Pero no te hacen mejor ni peor.       

El dramaturgo tiene imágenes y visiones particulares al escribir sus obras. ¿Qué haces cuando montan algunas de tus creaciones y cambian la historia y lo que quisiste decir?

Es terrible ver que la obra que uno escribió se transforma en algo que uno necesariamente no desea. Es doloroso, pero también es inevitable. Es la propia dinámica de la obra, el abanico de lecturas de la que es capaz. Un poco son como los hijos de uno. Hasta cierto tiempo son como uno quiere, pero luego crecen, estudian, se casan, tienen otras experiencias, viven y son diferentes. “El mesías que vino del infierno” se escribió para una época particular de América Latina con la dictadura. Alguien quiso montarla para los primeros años de Chávez tratando de endosar los mismos conceptos. En principio a uno le choca, pero al final se resigna y respeta eso. Imagínate la cantidad de versiones y adaptaciones que hay de los griegos o de Shakespeare. En el fondo permanece una esencia, lo que uno escribió. Ya no tengo problemas con eso. Pero si los tuve.

¿Entre las obras que has escrito cuál es tu preferida y por qué?

Tengo varias, o todas, porque cada una tiene su historia. “Vaquero de Vidrio” es la primera porque fue mi primer reconocimiento, pero además marcó un antes y un después en lo que venía escribiendo. Mis primeras eran obras pensadas en el grupo y para el grupo donde participaba. Pero “Vaquero de Vidrio” en particular era un drama crudo con una exigencia actoral que quizá el grupo no tenía. Fue una separación, un divorcio en buenos términos. Pero mi dramaturgia necesitaba respirar otras cosas. También tengo una versión de “Lucullus”, una obra de Betholt Brecht, que tropicalizamos. Para esa época había muerto Eugenio Mendoza y la versión convertía a ese empresario en Lucullus. Hubo mucha investigación para hacer esa adaptación. “Vamos al Sexólogo” una experiencia escrita a cuatro manos con el uruguayo Daniel Martínez Dambolena y que funcionó muy bien dentro y fuera del país. La escritura a 4 manos no es fácil y quisiera experimentarla otra vez con el dramaturgo de Puerto la Cruz Benjamín Farías con una propuesta sobre Manuela Sáenz. Está también “Mi Amigo Supermán”, una obra que nunca termina de escribirse porque el personaje cambia día a día. Está también “Querido Niño Jesús” que nunca se estrenó en Venezuela a pesar de las múltiples ofertas. Un día me llamó Paco Gutiérrez del grupo Gestos de México diciéndome que quería montar la obra. Le dije que sí y lo exoneré de cualquier pago. Se sigue presentando allá todos los años para la época de navidad. Y por supuesto no olvido otro monólogo corto llamado “Yo soy Ivonne, su Doctora Corazón” y que una actriz de Anzoátegui asumió como suyo. Es mi obra más representada, aunque poca gente sabe que soy su autor. 

¿Crees que hay poca participación de las y los jóvenes en teatro en este momento?

Hay una buena participación de jóvenes actualmente en teatro. Casi todos encausados hacia la actuación. Las viejas generaciones no han comprendido ni hecho énfasis en las otras áreas del teatro y el director termina llenando todos los otros cargos. Necesitamos jóvenes vestuaristas, escenógrafos iluminadores, sonidistas y un largo etcétera. Eso también forma parte del teatro. Se ha perdido, por ejemplo, la costumbre del programa de mano, la paginita que te contextualiza, la guía que te indica quienes están al frente y quieres detrás de la obra. Esas son áreas que también deben desarrollarse. Pero la mayor falta está en la dramaturgia, necesitamos escritores, muchos escritores, muchísimos, con nuevas propuestas. Nuevos directores con frescura escénica que hayan bebido de las estéticas del cine, de la inmediatez de las redes sociales, que palpiten al ritmo de una nueva época que no da tregua. Eso necesitamos de los jóvenes, que se asuman como tales, que quiten del medio las anquilosadas formas de hacer teatro y apuesten todo por trascender, no ellos como actores o autores, que eso viene automáticamente, se trata del teatro como medio de expresión, de faltarle el respeto a la vida, de conquistar una época y que nadie diga por ellos, que sean ellos los que digan.  Menos ego y más hechos.

El teatro y el cine han cruzado todas las calles desde la historia, lo social, lo político, lo económico, no hay tema que no haya sido tocado por el cine y el teatro. ¿Aparte de lo social, lo político está presente en tu obra?

Usando una frase trillada, lo político está en todo. Pero lo serio del asunto es que lo político es inevitable. Así que es también inevitable que el artista busque, solicite y encuentre su formación política. No partidista, que es otra cosa y también es válida. Hablamos de la política como el arte de administrar el poder. Esa definición te lleva a pensar en quién lo administra, cómo y para qué. En la región hemos tenido lamentablemente, y ya me pronuncié sobre eso, la presencia de autoridades únicas de la cultura, aberraciones burocráticas que no ayudan en nada al hecho cultural y que solo pretenden el control por el control. La figura de autoridad única está contemplada en las tesis y el derecho político. Es la manoseada tesis del dictador, una figura llamada a manejar una situación determinada, con un plan determinado, por un tiempo determinado. Hecho esto, cesan sus funciones.

Aquí no, el poder se regodea, se acicala, se acaricia, diría hasta que se masturba en el ejercicio de sus funciones. El poder por el poder y no el poder como un medio. Asistimos a una peligrosa etapa de totalitarismo, un totalitarismo mal entendido y peor implementado. Eso es peligroso porque hay toda una maquinaria en funcionamiento en esa dirección. Toca al artista negarse y denunciar eso. Tengo un proyecto de teatro llamado Pensión Roma. Es sobre una señora que hace lo que le da la gana con unos estudiantes que viven allí. Que se aprovecha de su desconocimiento, pero sobre todo abusa de su ascendencia sobre ellos. Son las vías que tiene el arte para denunciar. Y son válidas.  Y son necesarias.

¿Ha ganado el teatro y el cine con la virtualidad, con el streaming, con las redes sociales?

Por supuesto, y mucho. El cine y el teatro cambiaron, y para siempre. Va a ser difícil volver a posiciones o situaciones ya vividas. La pandemia replanteó el concepto de lo presencial, la precisión del gesto, el equilibrio en escena y el juego de cada uno de los componentes que construye una escena: el vestuario, el maquillaje, la coreografía, la luz, el sonido, la voz, todo- Todo está replanteado, tengamos o no los recursos para adaptarnos a ello. Lo nuevo, lo viejo y lo trascendental tienen otra definición hoy. La inmediatez marca los signos de este siglo y eso hay que comprenderlo, asimilarlo, digerirlo. Viene el teatro virtual o digital o remoto. Un grupo de actores ubicados en cualquier parte del planeta con cascos o dispositivos de realidad virtual presentando una obra virtual para un púbico con casco virtual reunido en un espacio virtual en un momento dado. Y eso no es mañana, es hoy. Y no solamente es hoy, es aquí. Eric Venettilli, un experto en 3D ya está haciendo pruebas sobre eso, aquí mismo en Puerto la Cruz.

¿Cuáles son los proyectos y planes de Juan Ramón Pérez para los próximos años?

Escribir, escribir, escribir. Pero para eso hay que leer mucho, estudiar, tratar de comprender lo que pasa, separar la paja del polvo. Nunca antes había estado a disposición de nadie semejante cantidad de información.  Lamentablemente alguna gente prefiere perder su tiempo viendo videos idiotas en canales sociales. Trato todos los días de ponerme al día. Son vertiginosos estos procesos. Vivimos una especie de bisagra tecnológica. El futuro acaba de cruzar la esquina y hay que seguirle la pista. Un futuro cargado de futuro, pero también de fragilidades. El apagón nacional en Venezuela de hace algunos años nos hizo entender la fragilidad de todo y buscar las vías y los canales alternos. Es un continuo aprendizaje. De eso se trata.

Finalmente. Un mensaje para las y los teatristas, cineastas y el pueblo venezolano.

Yo no sé quiénes van a leer estas reflexiones. No son nuevas ni todas mías. Pero desde ya me adelanto a responder que es una visión particular, mis apreciaciones que siempre he dicho sin mirar para atrás. Ya estoy en una edad donde no cabe la falsa modestia, pero lamentablemente he acertado en muchas visiones, muchas cosas que terminaron cumpliéndose.  El mensaje es a centrarse en lo que ocurre, el mensaje es a la irreverencia, a la rebelión permanente. Y a denunciar a los líderes caducos, anquilosados, a líderes con mensajes gastados y podridos.  Por ahí dije que es vergonzoso un teatro o un cine que crece a la sombra del poder, de cualquier poder, porque termina siendo un bufón con derecho a cambiar sólo su gorro todos los años para que crea que algo cambió, que algo “le toca” de la tajada. Es un teatro y en general un arte que termina comprando aplausos y vendiendo principios. 

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Tony González Corresponsal de Correo del Alba en Venezuela

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