Carlos Azpúrua es un reconocido cineasta venezolano, cuya producción de películas y documentales ha dado vueltas por las salas de cine de nuestro continente durante décadas, destacando filmes como Amaneció de Golpe y el reciente documental La Batalla de los Puentes.
Director del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) de Venezuela, ha visitado en numerosas ocasiones Bolivia, donde filmó el documental América Tiene Alma. En esta oportunidad regresó para participar del Bolivia Lab, razón por la que le entrevistamos, en exclusiva para Correo del Alba.
¿En qué contexto regresa a Bolivia? Y ¿cómo ha sido este reencuentro con el público local?
Vine al Bolivia Lab, realizado recientemente en Santa Cruz. Un evento al que, a mi juicio, no se le ha dado la dimensión que tiene, porque lleva 14 ediciones y se ha constituido en un espacio de extraordinaria importancia para el arte cinematográfico y cultural en América Latina. Es decir, el esfuerzo que ha hecho el equipo organizador, con la visión de Viviana Saavedra, ha sido excepcional, y pienso que debiera estar apoyado por políticas de Estado, sobre todo por su significado y dimensión.
Los que amamos el cine vemos en el Bolivia LAB un maravilloso estímulo para el encuentro de los cineastas latinoamericanos. Por ejemplo, yo vine invitado porque hay una coproducción venezolana-boliviana, Los Hijos de la Tierra, que me pareció valioso poder exhibirla en este marco.
Además vine a reencontrarme con un país que me agrada mucho, del cual quiero observar desde dentro todo el proceso político que está viviendo. Y, por supuesto, vine a hacer lazos de cooperación, entendimiento y de integración. De hecho, me voy a llevar al equipo del Bolivia Lab para el CNAC en Venezuela, para que esta experiencia de 14 años pueda ser replicada no solamente en mi país, sino en otros países latinoamericanos, con el fin de que se produzca una interrelación y haya una sinergia de esta experiencia de laboratorio de formación, de estímulo a la creación y de atención a los jóvenes realizadores en sus sueños y necesidades de hacer cine.
¿Cómo pudiera llevarse a cabo esa integración e intercambios en términos prácticos?
El Bolivia Lab podría ser replicado en todos los países latinoamericanos, y esa integración podría vincularnos en la dinámica de la realización en cada uno de los países, con participación de todos; o sea, que los bolivianos visiten Venezuela, nosotros Colombia, etcétera.
En la medida que esos laboratorios, espacios de reflexión y de construcción sean elementos fundamentales para la comprensión entre nuestros países, sería positivo estimularlos a escala continental, esto como elemento esencial para la integración. Qué maravilla sería que un brasileño pudiera tocar temas latinoamericanos o integrarnos inclusive en búsquedas que implican coproducción, enfoques acerca de nuestras realidades. Es ahí la potencia que tiene la cultura como un elemento de entendimiento y colaboración entre todos.
VIDEO │ «América tiene alma», por Carlos Azpúrua
En la década del 60 uno encuentra el boom del Nuevo Cine Latinoamericano, prestigiosos festivales, además de obras y realizadores hasta hoy valiosos. ¿Cuál es el estado actual de la industria cinematográfica en esta parte del continente?
Ayer vi en el noticiero la presentación de unos premios de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y, en relación a lo que preguntas, se me ocurre que en ese espacio se pudiera incluir un premio a la cinematografía en distintos géneros, tanto en ficción como en documental y animación, uno por país. Sería fácil y manejable en términos operativos.
Pero siguiendo con lo que planteas, creo que en América Latina hemos fallado en lograr una sinergia y una integración respecto al conocimiento de nuestra cinematografía. Desconocemos las diversas expresiones de un arte tan importante y potente como este; por ejemplo, el cine boliviano, a duras penas, lo vemos en cinematecas, y lo mismo pasa con el cine argentino, donde vemos una que otra película que logra cierta relevancia a nivel comercial. Pero no ha habido entre nuestros países políticas de integración a partir de la cinematografía, carecemos del conocimiento y de la dinámica de lo que es la potencialidad del cine como encuentro, y de paso estamos al tanto muchísimo más del cine estadounidense. Obviamente el cine es un negocio que está muy controlado en cuanto a la exhibición, sobre todo en salas. Aunque ahora se ha abierto con este tema de las plataformas de streaming.
En efecto, podríamos decir que se ha hecho poco en nuestra Región en cuanto al conocimiento del que es un arte tan poderoso, tan integrador y tan positivo como el cine, esto en función de lo que pudiera ser el conocimiento de nuestra diversidad cultural en América Latina.
¿Por qué ha pasado y pasa eso, comprendiendo que hemos tenido por años gobiernos progresistas que dicen valorar esa esfera cultural? ¿Ha habido una falta de visión al respecto?
Sí, ha habido una falta de visión. Mira, por más que se ha avanzado algo, uno de los avances mayores ha decaído a causa de nuestras realidades políticas y económicas, como es el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
En ese festival realizado en Cuba nos encontramos y reconocemos los cineastas latinoamericanos. Vemos nuestras realidades, nos enteramos de las dificultades para realizar, coincidíamos en las debilidades que teníamos en cada país.
Entonces hay un desequilibro en cuanto a políticas de Estado para entender la importancia del cine como un elemento de comunicación para nuestro conocimiento. Hemos fallado. Por ejemplo, no se han hecho los circuitos necesarios, más allá de cinematecas y esfuerzos individuales, para que podamos ver películas que reflejen la diversidad latinoamericana, y aquí hablo de diversidad como un derecho humano, y en nuestro caso específico como un derecho latinoamericano. En otras palabras, descubrirnos en nuestro cine para entendernos y comprender nuestras realidades y similitudes, nuestro amor y dolor; porque, en definitiva, el arte es eso: la expresión de nuestras dinámicas sociales, donde hallamos las mayores subjetividades de vida.
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Javier Larraín Parada Jefe editorial