El reino de España celebra 40 años de adhesión al Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Pedro Sánchez, reclama la sede de la Cumbre los días 29 y 30 de junio como reconocimiento a su fidelidad. Su propuesta, realizada en Davos, es ampliar la presencia de la OTAN hacia el Sahel en el flanco sur. Son 5 mil 400 kilómetros que van desde el océano Atlántico hasta el Mar Rojo. Diez países cruzan la franja. José Manuel Albares, su ministro de Exteriores, expresó que, al ser países muy pobres donde la gobernabilidad se ha debilitado, el problema de la inmigración ilegal debe unir las políticas de seguridad de la OTAN en defensa de los valores de Occidente. En otras palabras, trasformar la OTAN en el gendarme del mundo, bajo la batuta de Estados Unidos.
Hagamos memoria. La entrada de España en la maquinaria de guerra de la OTAN estuvo precedida por la renuncia del entonces presidente de gobierno, Adolfo Suárez. Su posición contraria al ingreso a la Alianza generó el movimiento en busca de su dimisión. El rey Juan Carlos I, las fuerzas armadas, y una gran parte de los partidos políticos, conspiraron para su caída. España debía cambiar el rumbo de su política exterior, abandonar la neutralidad activa e ingresar a la OTAN. Estados Unidos presionaba. En este contexto, se barajó la formación de un gobierno de concentración, bajo el mando del general Alfonso Armada, integrado por destacados miembros del PSOE, UCD, Alianza Popular y algún renegado del Partido Comunista. Todo con el beneplácito de la Corona. Fue en parte la estrategia del golpe del 23-F. Eliminado Adolfo Suárez, es nombrado presidente de gobierno el nacionalcatólico, atlantista de pro, Leopoldo Calvo Sotelo, quien no tardó en sellar la solicitud de ingreso a la OTAN. El 30 de mayo de 1982, el encargado de negocios de la embajada de España en Washington, Alfonso Álvarez de Toledo, entregó al secretario de Estado adjunto de Ronald Reagan, Walter Stoessell, el documento de adhesión. En el acto, Álvarez de Toledo, enfatizó: “España lleva años colaborando en la defensa de Occidente (…) pero queríamos hacerlo como miembro de pleno derecho de la OTAN”.
El PSOE, en la oposición, jugo a la ambigüedad. Su lema de campaña fue: OTAN de entrada No. Sin embargo, tras la mayoría absoluta en las elecciones de octubre 1982, Felipe González y su gobierno variaron el rumbo. Habían dado el Sí bajo cuerda. Joan E. Garcés, en Soberanos e intervenidos: estrategias globales, americanos y españoles, relata con precisión los hechos. Sus dirigentes habían urdido la trama para mantenerse en la OTAN. Cuatro años más tarde convocará un referéndum pidiendo el Sí. Celebrado el 12 de marzo de 1986, contó con un despliegue publicitario sin precedentes. Millones de las antiguas pesetas fluyeron sin control. Una parte se derivó hacia la compañía de propaganda, destacando la contratación de un equipo interdisciplinario de sociólogos, politólogos, sicólogos, especialistas en marketing político y manejo de opinión pública, liderado por Jesús Ibáñez. Trabajaron codo a codo con el Centro de Investigaciones Sociológicas del gobierno. Mientras tanto, Felipe González utilizó el chantaje como argumento del Sí. De triunfar el No -dirá- pondría su cargo a disposición del rey. Su popularidad en la gestión era la baza para consumar la traición. El Sí a la OTAN obtuvo un 56.85 por ciento de los votos, pero en Canarias, Cataluña, Navarra y el País Vasco, el No superó 50 por ciento. Conocido el resultado, el entonces vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, exclamó: con el Sí a la OTAN podemos dar por concluida la transición. Todo estaba atado, y bien atado.
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Marcos Roitman Rosenmann Sociólogo y escritor chileno-español
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