Este 23 de abril, abrió sus puertas la Bienal de Arte de Venecia, Italia una cita cultural que reúne 213 artistas de 58 países, con 1 mil 433 obras en exposición. La República Bolivariana de Venezuela, para esta 59ª edición artística, de la mítica laguna, participa con la propuesta “Tierra, País, Casa, Cuerpo”, la cual reúne las expresiones artísticas de Palmira Correa, Mila Quast, César Vázquez y Jorge Recio bajo la curaduría de Zacarías García Echezuría.

El planteamiento pictórico se sustenta en el trabajo de Palmira Correa, nativa del estado Sucre, en la zona costera oriental de Venezuela, quizás por esta razón las obras de esta artista están bañadas por una luz donde no hay sombras. Bajo esta iluminación fija y total, crea espacios, amplitudes donde todo los elementos están de acuerdo y en comunicación, un ritmo esencial que une objetos, personas, cosas, animales que al observarlos imprimen al espectador una bocanada de energía, de vida. Son espacios alegres, festivos, con personajes casi siempre sonrientes y agradecidos, no hay dramatismo, ni cielos oscuros, no hay momentos desgarradores, apenas una emoción emerge en sus miradas bañando el rostro, sin llegar a hacer lúgubre la escena. No obstante, la vida de Palmira está signada por una enfermedad irreversible en sus extremidades y a pesar de este revés, ella haya decidido ser una luchadora y tomar el camino del arte, no para exorcizar el dolor, si no para dar felicidad así misma y al mundo.

El lenguaje artístico de Palmira nos recuerda la pureza de los reinos de la infancia, con una sucesión de situaciones en donde las y los protagonistas están delineados con un trazo en negro decidido. Con la ingenuidad propia del pueblo, bajo una siempre soleada celebración, donde casi podemos oír las voces, la algarabía, la conquista de la alegría y la música que plena a los venezolanos y venezolanas bajo un sol resplandeciente y un clima que llama siempre al optimismo. La piel de sus personajes una veces es naranja, el color cobre mestizo de una tierra llena de mezclas, de razas; otras veces es azul, matizado, verdeazulado, como los colores irreales de los sueños, como transparencias que reflejan emociones.

Palmira nos describe escenas cotidianas, que pueden ser vividas en cualquier lugar del mundo, pero que probablemente pertenecen a su universo íntimo, privado, pero que la artista no tiene resquemores en hacerlo público. Nos muestra unas amigas tomando café plácidamente en una pequeña sala, niños jugando en un campo, una familia reunida ocupados en la elaboración de un plato típico decembrino-venezolano “las hallacas”, una ciudad alegre con papagayos volando, edificios con árboles florecidos. Es la revelación de un mundo que deja de pertenecer a uno y pertenece a todos. En la obra de Correa, la perspectiva está proscrita, pero con ello se abre un nuevo camino que ofrece la ocasión de dialogar con la totalidad de lo real. A través de esta ausencia de perspectiva, la realidad puede por fin ser captada en su verdad, es decir, fuera de las reglas que la técnica le impone. Un detalle lejano puede hacerse grande, ocupar un lugar mayor; esto es lo que lo observamos en las pinturas de Palmira, las escenas están construidas con todos los personajes y sus detalles en un primer plano. Es una realidad ausente de perspectivas estudiadas pero en continuo movimiento, son espacios de vida donde la ciudad, el campo, la calle, la habitación, son la gran casa donde todos habitamos, que no deja de ser “Tierra, País, Casa y Cuerpo”.
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia