Veamos un ejemplo. España es un país perteneciente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En su territorio cohabitan fuerzas armadas estadounidenses y sus gobiernos se hayan atados a sus designios. Como parte de los acuerdos, tuvo a Javier Solana, socialista anti-OTAN en los años 80 del siglo pasado, como su secretario general. Hoy ocupa el cargo de comandante en jefe del Estado Mayor de la Unión Europea (UE). Por otro lado, Josep Borrell, otro anti-OTAN en su juventud, funge como representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. En esta dinámica, la capacidad de crítica, la soberanía de España en temas de seguridad estratégica y defensa está hipotecada. Solo cabe una dirección en los análisis, una visión de los conflictos y un enemigo, aquel que la OTAN y Estados Unidos señalen como tal: en este caso, Rusia. Pero no es solo España la que asume el relato hegemónico de la OTAN y Estados Unidos: son todos los países aliados.
El encuadre político, las imágenes, los relatos de enviados especiales, las agencias de prensa de la guerra ruso-Ucrania están sometidos a un férreo control de la OTAN y sus mandos, tanto políticos como militares. En su interior se despliega una estrategia, la opinión pública debe ser manipulada. Hay que ocultar hechos, borrar la historia, resaltar la crueldad de los invasores y la muerte de civiles haciendo hincapié en los desplazados, el llanto de las mujeres y los niños desorientados y con miradas perdidas. Todo sirve para justificar a unos y descalificar a otros. En este caso, Vladímir Putin, encarnación del mal, es un sicópata, un ser despreciable, ávido de sangre y muerte. Enfrente tiene a un hombre de bien, un demócrata, defensor de las libertades, un héroe de su patria que llama a resistir, tomar las armas y protegerse del invasor. El mal y el bien, confrontados. Europa, Occidente y la OTAN se identifican con el bien, toman partido. Imponen sanciones, llaman a boicotear actos deportivos, claman «no la guerra» y piden solidaridad bajo el atento mirar de la OTAN, cuyo papel se presenta como mediador, no como parte de la guerra creada por sus estrategas. Todo es poco para combatir al lado de Ucrania y convertirla en víctima del imperialismo ruso, que busca reeditar la Guerra Fría. El miedo de una amenaza rusa se pone sobre el tapete. El enemigo ha resurgido de sus cenizas.
Ni tanto ni tan poco. Ni Putin es un diablo ni Zelensky un santo. Ucrania ha sido utilizada por Occidente para sus espurios intereses: alterar la balanza de poder en la Región. Lo que está en juego sobrepasa a Ucrania y destapa la farsa de Occidente: el coste en vidas humanas es irrelevante, son rusos y ucranios. Ni españoles ni alemanes ni británicos, franceses o belgas, tampoco estadounidenses. El gobierno de Joe Biden no tiene problemas para lanzar a Europa al campo de batalla. Es la comparsa que pone la cara, mientras Biden cubre sus vergüenzas. Bravuconería cuyas consecuencias las pagan, como de costumbre, los pueblos y las clases populares, mientras el complejo financiero militar tecnológico se frota las manos. Más fondos para armamentos y comisiones que irán a parar a los de siempre.
Los países occidentales y Estados Unidos han dejado que Ucrania se desangre. Han financiado grupos neofascistas, han patrocinado un golpe de Estado en 2014, han incumplido acuerdos de dotar de autonomía a las regiones rusoparlantes, han masacrado a su población. En un lustro, las cifras hablan de 15 mil asesinados a manos de las fuerzas de choque neofascistas y el Ejército ucranio. El poder está en manos de una plutocracia sin escrúpulos. El hambre, la miseria y la desigualdad han aumentado exponencialmente. La OTAN ha surtido de armamento a las fuerzas de choque y, de paso, Ucrania se ha convertido en territorio de formación y adiestramiento paramilitar de los grupos de extrema derecha de la UE. Pero lo dicho ha desaparecido del análisis político. En esta guerra, como en todas, donde somos parte de uno de los bandos, se busca desinformar, manipular, mentir y poner todos los medios de propaganda al servicio de la desinformación de inteligencia en manos del estado mayor de guerra. Periodistas, políticos, académicos, psicólogos, militares, especialistas en relaciones internacionales y publicistas son una piña. No hay fisuras en el discurso. En esta lógica no aparece la historia, se desvanece en proclamas y en bloquear la información que ponga en duda el discurso oficial. Censura acompañada de presiones, emociones cerriles y descalificaciones. No hay espacio para reflexionar, para pensar y dudar de quienes fomentan la guerra.
Durante estos días, es posible saber que Ucrania ha sido invadida. Sin embargo, la explicación no se halla en el hecho, una verdad particularmente evidente; se encuentra en el devenir de acontecimientos que tienen larga data, décadas. Por ello no se puede caer en el maniqueísmo. El tiempo de la guerra debe ser ralentizado. Los acontecimientos fraguados por la OTAN, Estados Unidos y sus aliados europeos han supuesto una guerra que tendrá enormes consecuencias. Para revertir la deriva, hay que escuchar las propuestas de paz de Rusia. Las mismas que no se tuvieron en cuenta y podrían haber evitado la guerra. Cualquier intento de obviar esta realidad es un acto de hipocresía.
¿Qué esconde la marca España? Existe un estrecho vínculo entre las empresas trasnacionales españolas y los gobiernos de la monarquía. Seamos serios, las relaciones entre el Reino de España y los países latinoamericanos no se caracteriza por estrechar vínculos culturales, menos aún por la reciprocidad comercial, empresarial o la transparencia en las inversiones. Tras la retórica de la hispanidad se encubren negocios fraudulentos, comisiones, lavado de dinero, cuentas en paraísos fiscales y un sin número de ilícitos, cuya lista es interminable. Cada viaje de los presidentes de gobierno y los reyes se acompaña de un séquito de empresarios ávidos de pingües beneficios. Así, apoyan reformas neoliberales en el continente. Posteriormente, conceden medallas y agradecen a gobernantes corruptos, los servicios prestados a la marca España: Zedillo, Uribe, Piñera, Macri, Calderón. La lista es amplia.
Hoy las relaciones comerciales con Iván Duque, en Colombia; Alejandro Giammattei, en Guatemala; Sebastián Piñera, en Chile; Jair Bolsonaro, en Brasil; Guillermo Lasso, en Ecuador, y Mario Abdo, en Paraguay, cuentan con el adjetivo de seguridad jurídica para los inversionistas españoles. Para que no exista equivoco, la expropiación de YPF-Repsol en Argentina, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, fue considerada un ataque a España. La prensa y el gobierno tacharon la acción de populismo izquierdista, robo y una sinrazón política. Una década más tarde, con el gobierno de Mauricio Macri, Felipe VI cambia el discurso en su viaje a la Argentina: apoyamos todos los programas de reforma que están en marcha. Los empresarios españoles se frotaron las manos. Macri impulsó recortes salariales, despidos y exenciones fiscales a los empresarios españoles. Así, pudieron repatriar sus beneficios y empobrecer a los argentinos. Pero Felipe VI lo tenía claro: España cuenta con empresas punteras, competitivas, modernas e innovadoras, exponentes de la marca España, que representa calidad y excelencia. Olvidó el expolio y etnocidio en Chile, contra el pueblo Pehuenche, cometido por Endesa en la construcción de la presa Ralco. Hecho constatado por el informe a Naciones Unidas redactado por Rodolfo Stavenhagen. Felipe VI tampoco recordó cómo los empresarios españoles compraron a precio de saldo bancos, compañías de aviación, tierras, ríos, bosques, construcciones, puertos, etcétera, obteniendo su padre grandes comisiones.
La marca España, se caracteriza por realizar megaproyectos eólicos, mineros, de explotación turística, donde prima la destrucción medioambiental, la violación de los derechos humanos, la criminalización de las protestas y los movimientos de resistencia. Sirva como ejemplo, la actuación de ACS en Guatemala, en Alta Verapaz. Allí, han sido entubados 30 kilómetros del río Cahabón, equivalente a 80 por ciento del tramo que cubre las poblaciones de los pueblos mayas que habitan el entorno. El 20 por ciento restante, señala Vladimir Soto, abogado del Colectivo Madre Selva, corre entre dos muros de cemento. 50 mil son las personas afectadas por el proyecto. Mientras tanto, en España se invisibiliza el desastre ecológico y humano causado por el presidente de ACS, Florentino Pérez, considerado un empresario ejemplar. Nada escapa a la voracidad empresarial de la marca España, destruyen todo cuanto supone un estorbo. Sin ruborizarse, extorsionan, desplazan población, pagan a bandas paramilitares, contaminan ríos, destruyen reservas naturales y violan los derechos humanos. No importa el precio a pagar. Todo por el beneficio.
No hay ministro de Industria, Economía, Turismo o Relaciones Exteriores español que no acuda en defensa de sus empresarios cuando emergen escándalos. El ex ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, en el gobierno de Mario Rajoy, sintetizó el espíritu de la marca España: el gobierno de España defiende los intereses de todas las empresas españolas, dentro y fuera. Si en alguna parte del mundo hay gestos de hostilidad hacia esos intereses, el gobierno lo interpreta como gestos de hostilidad hacia España y hacia el gobierno de España.
Bajo este principio actúan gobierno, medios de comunicación y políticos. Son una piña. Niegan, mienten y se escandalizan cuando provocan desastres medioambientales. Así entrelazan el discurso político con los intereses de las plutocracias a ambos lados del Atlántico. Repsol, Iberdrola, Telefónica, BBVA, Santander, Endesa, Zara, Sacyr, ACS, Prosegur, Ferrovial y Meliá, entre otros, pero son sólo la punta de iceberg, tras éstas, hay una pléyade de empresas que viven de esquilmar los recursos en América Latina. (Véase el Observatorio de Multinacionales Españolas en América latina. OMAL) Por último, la guinda la pone el secretario de Estado para Iberoamérica y el Caribe, Juan Fernández Trigo. El 1/1/2022, declaró: América Latina no es precisamente un lugar ajeno al modelo de sociedad en el que nos desenvolvemos las sociedades europeas, las sociedades llamadas del primer mundo… En América Latina se abusa mucho del concepto integracionista y se hace poco en realidad para llegar a integraciones reales entre las economías y los sistemas políticos. Es verdad que el mito de Bolívar es algo que está muy presente en las conversaciones… pero es importante, algo más que declaraciones, por eso nos parece importante trabajar con la OEA. En esta dirección, podemos interpretar la elección de Andrés Allamand –un golpista, defensor de la dictadura de Pinochet, coordinador de la campaña de Pinochet para el referéndum de 1988, con las manos manchadas de sangre– al frente de la Secretaría General Iberoamericana. Así entiende España la dignidad de los pueblos latinoamericanos. Arriba España. Una, grande y libre.
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Marcos Roitman Rosenmann Sociólogo y escritor chileno-español
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