José Benito Irady Arias, es docente, escritor e investigador venezolano. Nació en El Tigre, estado Anzoátegui, región oriental de Venezuela el 23 de marzo de 1951. Hijo único de Estilita Genoveva Irady Arias (1926-2018). Destacada cultora gastronómica, oriunda del estado Bolívar.
Este intelectual, con larga trayectoria en la gestión cultural, se ha destacado en la literatura desde muy joven al ganar varios premios por su creación como cuentista. Ha ejercido diferentes funciones en el gobierno bolivariano, destacando su trabajo al frente del viceministro de Identidad y Diversidad Cultural del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y presidente del Centro de Diversidad.
Autor de varios libros entre los que destaca Zona de tolerancia (1978). A lo largo de su larga trayectoria ha obtenido muchos premios y reconocimientos, entre ellos: Premio Stefania Mosca en el género crónica, la Orden José Antonio Abreu (2019).
Desde tierras orientales, conversamos con este gran maestro, conocedor, amante de la identidad y del patrimonio tangible e intangible de Venezuela.
¿Cómo fue su llegada al arte y cuál fue la primera expresión artística en la que participó?
Un escritor norteamericano, nacido en 1897, William Faulkner, al que he admirado mucho, sostenía que el artista no tiene importancia. Solo lo que él crea es importante, puesto que no hay nada nuevo que decir, aseguraba Faulkner y se lamentaba de no lograr un sueño de perfección. Al interrogarle sobre la forma de ser buen novelista, respondía 99% de talento, 99% de disciplina, 99% de trabajo. Siendo adolescente, me identifiqué con ese reto por la disciplina y el trabajo. El talento resultaba más difícil.
Al hurgar en la sendas de la cultura, aparte de mis vínculos tempranos con los pueblos Kariña, me acerqué a lo que materialmente existía allá, en el novelado campo petrolero O.G1 de la Mesa de Guanipa donde nací.
Un taller libre de arte dirigido por Eduardo Latouche, quien fue mi cómplice en estas andanzas desde el año 1969 y un diario de circulación regional: Antorcha, donde tuve a mi propio padre del periodismo, Juan Meza Vergara, quien me enseñó desde el uso de un linotipo, hasta el uso de un teletipo y la fórmulas secretas de los grandes titulares. Un panameño, que se las sabía todas, militante comunista además, del cual fui discípulo.
Así empecé, muy cerca de la pintura, del periodismo, de los compromisos políticos y de cientos de amigos regados por todas partes del país. Luego, quise escribir lo que la memoria me dictaba. Naufragué entre la poesía, la prosa, el relato breve, pero en un momento del año 1971, la revista literaria “En Negro”, premiaba desde Cantaura uno de mis primeros cuentos: “La huida”.
Fue también el primero que se llegó a publicar y se dio a conocer con frases de elogios del novelista José Balza. Con el monto del premio, al fin pude comprar una máquina de escribir y allí pasaba horas. Escribí muchos otros cuentos y obtuve con el tiempo, varios premios. Pero llegué a entender que me faltaba demasiado, que yo no tenía ese talento especial y no cumplía con la totalidad de las reglas anunciadas por Faulkner. Así empecé, dedicándome además a refundar una Casa de la Cultura, para el provecho de todos mis coterráneos y comprendí entonces que la gestión de la cultura, en gran proporción es sustancia del arte y que va mucho más allá si responde a un deseo de pueblo. De eso hace medio siglo, tiempo antes de mis pasos desatados en la Universidad de Oriente y de mi prolongada residencia en Cumaná.
En Anzoátegui hay grandes nombres de la literatura ¿Quiénes son sus referentes de esta tierra y del país?
Referentes de la tierra de Anzoátegui tengo muchos y fueron muchos a los que me acerqué. Nacidos en ese mundo de mar y ríos, montañas, sabanas y soledades, un Alfredo Armas Alfonzo, al que he admirado siempre, que también fue amigo y maestro. Un Miguel Otero Silva, al que conocí en la última etapa de su vida y con quien pude compartir en momentos distintos, pero también estaban otros cercanos a mi generación, los que estudiaron en el mismo liceo donde yo estudié: Earle Herrera, Enrique Hidalgo, Ramón Ordaz, para citar solo a tres, cada uno con su propia visión del mundo literario, y otros que nos llevaban cierta ventaja en edad, y con la solidez de una obra magnífica, como lo ha sido Gustavo Pereira, a quien le debo en alta medida el amor por la literatura, porque fue mi guía desde aquel tiempo en que ejerció como juez accidental en la Mesa de Guanipa, me condujo a descubrir su fabulosa biblioteca, a trabajar juntos en un proyecto de periodismo cultural.
Tengo muchos otros nombres que citar y para no hacer larga la enumeración, me atrevo a incluir en estas líneas algunos de los que he tenido cerca como amigos, y por supuesto, tras largas conversaciones con ellos, iba entendiendo más de su obra y de sus vidas: Fernando Paz Castillo, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Eduardo Machado, Gustavo Machado, Juan Liscano, Aquiles Nazoa, Aníbal Nazoa, César Rengifo, Salvador Garmendia, Victor Valera Mora, Luis Julio Bermúdez, Domingo Miliani, Denzil Romero, Yolanda Salas, Mimina Rodríguez Lezama, Luis Felipe Ramón y Rivera, Arnaldo Acosta Bello, José Balza, Rafael Cadenas, Fernando Madriz Galindo, Miguel Acosta Saignes, Marc de Civrieux, Esteban Emilio Mosonyi, Gustavo Luis Carrera, Luis Brito García.
¿Su labor de artista se ha detenido por su dedicación a la investigación y estar al frente de la argumentación requerida para que Venezuela haya logrado los reconocimientos de varios patrimonios de la humanidad?
Nunca he sido artista. He sido sí un amante del arte, un simple mortal con una visión de la cultura algo diferente a la de otros, quizás con una gran nostalgia por no haber podido dar más, hacer más por tanta y tanta gente que para muchos resulta anónima y, en cambio, para mí son modelos incuestionables de mi país. Son como esos condenados de la tierra a los que se refiere Frantz Fanon, al devolver la mirada hacia el sudor de los campesinos. Llevo más de 50 años trabajando junto a ellos aprendiendo de sus palabras, de sus oficios y, especialmente, de su humildad. No soy un artista, tampoco un intelectual ni un investigador más, porque yo mismo soy uno de ellos, de “los que conocen todas las reconditeces del país del sufrimiento”, como llegó a calificar Aimé Cesaire, nuestra herencia común, refiriéndose al recuerdo de África. Ellos me han dado el permiso necesario para divulgar muchas historias, zambulléndome en la profundidad de su desvelos. Así, con el tiempo, llegué a la fortaleza de esos valores que hice míos también y he tomado conciencia, mucha conciencia de su grandeza.
Ha sido un gigantesco esfuerzo y siempre hago lo posible por contagiar a otros. Es mucho más que ser artista. Creo haber alcanzado ese propósito después de intentarlo varias veces.
¿Cómo influye en el pueblo, en el desarrollo de un país, el reconocimiento de sus tradiciones como Patrimonio de la Humanidad?
En los últimos 15 años, desde que el gobierno bolivariano me propuso refundar y presidir el Centro de la Diversidad Cultural, pienso que estamos contribuyendo a ver la cultura de otra manera. Hay muchos profesionales a mi lado, por eso somos un equipo, pero esencialmente los modelos organizativos de las comunidades resultan la base de nuestra gestión. Soy de los que piensa que una revolución verdadera debe cambiar la forma de entender la cultura, cambiar la perspectiva y abrir puertas para la reflexión. Y eso empieza a ocurrir, no tanto porque no se haya intentado antes, entre varios proyectos de arte y de cultura regados por el país, sino porque este nuevo desafío, es el desafío de pueblos que mantiene muy vivas sus manifestaciones tradicionales centenarias.
Son ellos los protagonistas. Nadie puede representarlos, ni promover intromisiones abusivas que afecten sus prácticas. Es revolución de pueblos, no de intelectuales, ni de funcionarios públicos, ni de militantes partidistas, que una vez y otra vez, ponen la palabra revolución en sus bocas, pero siguen distantes de lo que esas comunidades expresan teniendo presente su pasado.
Ahora, cuando desde fuera la Organización de Naciones Unidas (ONU) dice que estas manifestaciones de la República Bolivariana de Venezuela poseen un alto valor y se aprecia su importancia en casi todos los países del mundo, parece que la mirada cambia aquí dentro. Tras ingresar año tras año a las listas de la Unesco que reconocen el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, se abren nuevas posibilidades de respaldo institucional, como de hecho está ocurriendo.
¿Cuántas manifestaciones venezolanas han sido reconocidas como patrimonio de la humanidad en estos últimos años?
La Asamblea Nacional, acaba de discutir una novísima ley para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, propuesta por el diputado Earle Herrer, y refrendada desde septiembre por el Presidente de la República, Nicolás Maduro. Ahora mismo en diciembre, el fuerte impacto del Ciclo Festivo, alrededor de la devoción y culto por San Juan Bautista, ingresado a la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, se transforma en factor crucial para que las diferentes ramas de los poderes públicos resulten importantes aliados en la salvaguardia de nuestras culturas vivas, presentes en todos los rincones de la patria.
Se han completado sucesivamente ocho ingresos de diferentes manifestaciones culturales del país a las listas de Unesco en los últimos nueve años y tras cada ingreso, llegan a nuestra patria las felicitaciones de Naciones Unidas por el acervo de conocimientos y técnicas que poseemos los venezolanos y que se transmiten de generación en generación, de pueblo en pueblo. Esta suma de conocimientos se hace visible para otros Estados parte de la citada Convención, a través de expedientes muy bien elaborados.
Desde el año 2008, se nos dio la responsabilidad de representar el núcleo focal del país ante la referida Convención y se trabajó mucho, pero mucho, con un valioso equipo de profesionales de un extremo a otro del Estado. Así, el 25 de noviembre del 2014, la Unesco aprueba en París, el expediente sobre “La tradición oral del pueblo mapoyo y sus referentes simbólicos en el territorio ancestral” y dos años más tarde en 2016, un día 1 de diciembre en Addis Abeba-Etiopía “El carnaval de El Callao: Representación festiva de una memoria e identidad cultural”. Lo que no logramos concluir en Angostura, se transformó en otra manera de ingresar a distintas listas de Unesco y enaltecer el nombre de Bolívar, como siempre quisimos.
Aparte de esta historia tan particular, indicamos que son muchos más los ingresos a las listas de la Unesco y el reconocimiento como Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad. El 6 de diciembre de 2012, en París, fue inscrita la candidatura de los “Diablos Danzantes de Corpus Christi de Venezuela”, la primera de todas. El 5 de diciembre de 2013, en Baku-Azerbaiján, correspondió similar distinción a “La Parranda de San Pedro de Guarenas y Guatire”.
El 2 de diciembre de 2015, en Windhoek, la capital de Namibia fue aplaudido el expediente “Conocimientos y tecnologías tradicionales para el cultivo y procesamiento de la Curagua”. Nuevamente un 6 de diciembre de 2017, en la isla surcoreana de Jeju, fue aprobado el expediente binacional “Cantos de trabajo de llano colombo-venezolanos”.
El 12 de diciembre de 2019, en la reunión de la Unesco en Bogotá, tocó el turno al “Programa Biocultural para la salvaguardia de la tradición de la Palma Bendita en Venezuela”. Y ahora, el 14 de diciembre de 2021, otra vez en París, el “Ciclo Festivo alrededor de la devoción y culto por San Juan Bautista”.
Han sido ocho en total los expedientes concebidos con el consentimiento previo libre e informado de las comunidades, que ahora gozan de reconocimiento mundial. Diría que, en este tema de los expedientes, si se pudo aplicar el consejo de William Faulkner: 99% de talento, 99% de disciplina, 99% de trabajo.
La tradición oral Mapoyo, el tejido de la curagua, los Diablos Danzantes, son algunas de las manifestaciones que tienen carácter de patrimonio de la humanidad. ¿Qué ha cambiado en relación al antes y al después de estas declaraciones en el desarrollo y mejoras de estas manifestaciones?
Un caso como el de la tradición oral del pueblo Mapoyo y sus referentes simbólicos en el territorio ancestral, es digno de ejemplo. Aspectos característicos de esta comunidad de El Palomo, tales como su estructura social, los conocimientos y técnicas, la cosmogonía, ahora se resguardan con mayor celo. Su memoria colectiva se ha visto fortalecida entre las nuevas generaciones y cada vez se estimula más el uso del idioma mapoyo en ese pueblo indígena patriota.
Observamos que allí hay una adecuada transmisión del patrimonio cultural inmaterial. Sobre ellos ya hemos presentado a la Unesco un primer informe periódico que habla de tales avances, aunque siguen en su lucha diaria por la protección de sitios sagrados, frente al riesgo de la explotación minera, sin embargo, desde el centro de la Diversidad Cultural hemos estimulado nuevos acercamientos con empresas del Estado para generar un mayor grado de conciencia sobre este aspecto.
De la misma forma, se han presentado a la Secretaría de la Convención en París, los informes periódicos sobre los Diablos Danzantes de Corpus Cristi de Venezuela y sobre los conocimientos y tecnologías tradicionales para el cultivo y procesamiento de la curagua. En ambos casos observamos la manera cómo se han extendido las prácticas con mayor número de participantes y cómo se alienta la transmisión del conocimiento entre jóvenes y niños.
Es importante destacar, además, el tema de equidad de género y derechos humanos porque un caso como el tejido de la curagua, esencialmente es un legado de mujeres que escogieron esta tarea para hacer valer sus derechos y visibilizar su propia identidad. Estamos seguros de que, con la reciente ley para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, se generarán nuevas ordenanzas en las cámaras municipales y leyes estatales para reconocer la responsabilidad compartida de las comunidades y de las instancias de gobierno local y regional en la salvaguardia de este tipo de manifestaciones.
¿Cómo surge y qué representa para usted su labor como propulsor y gestor de llevar nuestras tradiciones y costumbres venezolanas al reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco?
Mi primer acercamiento a la aplicación de las convenciones de la Unesco, lo viví desde Ciudad Bolívar, adonde después de hacer tanto, regresé nuevamente entre los años 2000 al 2003, junto a un calificado número de profesionales agrupado entre diversas disciplinas y en alianza con el Instituto del Patrimonio Cultural, la gobernación de la entidad y el propio Ministerio.
No se había creado aún el Ministerio de Cultura y lo correspondiente a esta cartera estaría a cargo de Aristóbulo Istúriz, Ministro de Educación, Cultura y Deportes en aquella época. Tampoco se había aprobado la Convención de la Unesco para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial. Solo Coro y su puerto de La Vela (1993) Parque Nacional Canaima (1994) y Ciudad Universitaria de Caracas (2000) sumarían los tres primeros conjuntos en ingresar a la Lista del Patrimonio Mundial Cultural y Natural, basada en la Convención de 1972.
Se alimentó el propósito de incorporar a Ciudad Bolívar a la famosa lista de la Unesco y se crea una Comisión Ministerial para la postulación de Ciudad Bolívar en la Angostura del Río Orinoco como paisaje cultural. Se me designa coordinador de la Comisión, y emprendimos un trabajo maravilloso. Se logró que la Unesco en una primera etapa aceptara la propuesta de candidatura. Pasó a formar parte de la lista indicativa, como un bien mixto, que es requisito esencial para proceder a la elaboración definitiva del expediente. Un expediente muy complejo y novedoso, porque en una de sus partes, plenamente argumentadas, incluía lo atinente a la Gesta Libertadora que tuvo inicio en Angostura, y que llevó a Simón Bolívar a la hazaña que conocemos todos con la creación de la Gran Colombia, esencia del discurso constituyente de Angostura. Se extrapoló desde aquí un nuevo concepto de República hacia el exterior.
El expediente demostraba, además, la excepcionalidad de la primera ciudad trazada por los españoles sobre las rocas graníticas más antiguas del planeta, su fama entre escritores y cronistas de otras latitudes e incluía, también, la importancia del patrimonio natural y su biodiversidad, y del patrimonio edificado frente al sitio más angosto del río Padre, sumado a la riqueza de las culturas vivas y a los vestigios de culturas milenarias, que entre otros aspectos, le daban a ese documento una fuerza monumental.
En aquel momento, el presidente Chávez estuvo informado paso a paso de lo que hacíamos y decidió traer a todos sus ministros a la ciudad, además de brindar apoyo a una importante exposición que se inauguró en el edificio Fontenoy de la Unesco en París, para difundir nuestros avances sobre Angostura y el paisaje cultural del Orinoco. Chávez, se enamoró de la historia del Dios creador de los ye’kuana, el Dios Wanadi, citado en ese expediente y del nombre que los ye’kuana le daban a Simón Bolívar. Le llamaban Añaku, y de eso Chávez me habló con el entusiasmo que lo caracterizaba, cuando lo acompañamos al aeropuerto, Tomás de Heres, para el regreso a Caracas. Quedó encantado con el documento que leyó íntegro esa noche, después de concluir el Consejo de Ministros, donde yo pude disertar sobre el complejo proceso de elaboración del expediente. A eso agregamos un encuentro internacional.
El I Encuentro cultural de las Américas, en el que se abordaron temas de alta vigencia y se puso a la vista la voluntad política del Presidente Chávez, vinculada a la propuesta de postulación. Solo faltaba organizar el obligatorio plan de gestión con el acompañamiento del gobierno regional y ocurrió lo increíble. Los sucesivos cambios en el gobierno regional, donde cada gobernador actuaba separadamente con proyectos distintos, y equipos distintos, puso fin a este gran propósito. Todo se detuvo. La voluntad política a favor de grandes emprendimientos como éste no revivió en el estado Bolívar. Lo más grave es que hoy día la ciudad no reúne las mismas condiciones que la visibilizaron hace 20 años atrás como un ejemplo patrimonial indiscutible.
A pesar de las adversidades, no dejamos de lado esta tierra bolivarense y al discutirse en la Asamblea Nacional la Ley Aprobatoria de la Convención Unesco para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, seguimos de lugar en lugar con Bolívar en la memoria. No olvidemos que es el estado más grande con más de 240.000 kilómetros cuadrados y con límites entre Brasil y la República Cooperativa de Guyana.
¿Qué se busca con que Venezuela tenga referencias culturales de carácter patrimonial mundial?
Muchas veces hay un uso demagógico del concepto de identidad. El proselitismo siempre estará de por medio. Lo hemos visto a lo largo de la historia, de una gestión de gobierno a otra gestión de gobierno y debemos tener claro que la identidad se construye desde adentro, desde esos sentimientos que son materia de orgullo entre los pueblos. Hoy, cuando transitamos por este tiempo de acelerados cambios, producto de la globalización y del enfoque económico y comercial que nos afecta, debemos tener claro que esos procesos de mundialización generan graves riesgos de deterioro, desaparición y destrucción del patrimonio cultural inmaterial y, por lo tanto, hay que suscitar un mayor nivel de conciencia, especialmente entre los jóvenes y hay que promover la salvaguardia de ese patrimonio. Hacia esa dirección apunta la Convención de la Unesco para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, de la cual Venezuela es uno de los Estados Parte, que afianza el papel de nuestras comunidades al enriquecer la diversidad cultural y la creatividad humana. Así de simple.
El tema es político, es político en el más elevado sentido de la palabra, desde el momento mismo en que se planteó refundar la República para reconocernos en una sociedad multiétnica y pluricultural. Y qué mejor manera de mirarnos dentro de esta Convención, cuando sostenemos que la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo y que los idiomas indígenas son de uso oficial y deben ser respetados por constituir patrimonio cultural de la nación y de la humanidad. Marchan parejos a esta Convención nuestros valores de libertad, igualdad, justicia y paz y la preeminencia de los derechos humanos. Lo demás, que corresponde al desempeño apropiado del país frente a los compromisos asumidos con Naciones Unidas, no debe ser sorpresa, cuando año tras año sumamos más y más elementos en esas listas que representan el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Simplemente lo venimos haciendo bien, desde que comenzamos en gradual silencio.
La arepa y el joropo llanero han entrado en una disputa por parte de Colombia, quien quiere apropiarse de alguna manera de estas tradiciones reconocidas como venezolanas. ¿Qué respuesta tiene nuestro país para demostrar que son costumbres nacidas en nuestro territorio?
No pasemos por alto que fuimos una sola república, constituida formalmente a partir del Congreso de Angostura en 1819. La Gran Colombia, con los departamentos de Venezuela, Quito y Cundinamarca. Una nación unitaria, que tiene como Presidente a El Libertador Simón Bolívar y a la que se anexa Panamá en 1821. Posteriormente Guayaquil, antes de que Bolívar marchara por cuatro años más al sur para liberar plenamente del yugo español a Ecuador a Perú y dar nuevo nacimiento a ese país de los señoríos aymaras que contiene al lago Titicaca y que hoy conocemos como Estado Plurinacional de Bolivia. ¿Qué proeza, ¿verdad? Imagino que por donde cruzaban los Ejércitos Libertadores, salidos de Venezuela, se iban regando palabras que sonaban como extrañas y con las palabras, las costumbres que luego se quedarían. Hasta donde conozco, la palabra arepa, viene de nuestra lengua cumanagoto (erepa- maíz). Pan de maíz. Ese nombre se remontó desde Venezuela hasta la sierra de Piura, en Perú. En la actual Colombia es muy extendido y también el aprovechamiento del alimento. Dicen que al menos dos terceras partes de su población la incluye en la dieta diaria.
Frente a este tipo de debates, trato de recordar que los pueblos de Colombia y Venezuela compartimos elementos comunes de culturas comunes, porque somos pueblos hermanos. Tenemos inscrito en las listas de Unesco un expediente binacional que forma parte del patrimonio cultural inmaterial que requiere medidas de salvaguardia urgente. “Cantos de trabajo de llano colombo-venezolanos”. Yo estuve en los llanos orientales de Colombia durante el proceso de elaboración y validación del expediente, el primer día que llegué a Yopal, me sirvieron como desayuno una hallaca, envuelta en verdes hojas de plátano y con los mismos ingredientes proteicos que la nuestra. Y la gente de Yopal me hablaba con admiración de todos los cantantes de joropo venezolano que escuchaban en la radio, la radio venezolana que ejercía influencia en Colombia entre los años 50 y 60. En fin, ese debate no existe en el sentimiento y en el alma de los pueblos. A ese debate le dan un volumen innecesario, quienes intentan provocar confrontaciones entre las dos patrias que el padre Bolívar libertó.
¿Entre sus actividades tiene o frecuenta la formación de nuevas y nuevos defensores de nuestro patrimonio cultural?
Resulta casual que, a los dos años de adoptarse la Convención de la Unesco para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, el Presidente Chávez decide transformar la antigua Fundación de Etnomusicología y Folklore, que también llegué a presidir, en lo que es hoy el Centro de la Diversidad Cultural.
Con la modificación estatutaria, se me asigna la tarea de llevar adelante esta empresa desde agosto de 2006 y no dudamos en vincularlo al concepto del patrimonio cultural inmaterial, entendido como crisol de la diversidad cultural. No dudamos en relacionarlo a los instrumentos internacionales existentes en materia de derechos humanos, y en destacar el importante papel que desempeñan las comunidades. Nuestro primer desafío fue el de la descentralización del organismo.
Así, con el lanzamiento de un Foro Permanente, recorrimos año tras año todo el país, estado por estado, para destacar la importancia que reviste el patrimonio cultural inmaterial, y con las comunidades fuimos organizando Redes Estadales y Consejos Comunitarios, hasta fortalecer un gran movimiento de movimientos que tiene su mayor número de agrupaciones activas en el Estado Bolivariano de Miranda, donde nace el proyecto, y donde se articuló entre las distintas ramas del poder público, sin ningún tipo de tropiezos.
Se fundaron a la vez las delegaciones del Centro de la Diversidad Cultural en todas las regiones, con trece sedes funcionando en conexión constante con el movimiento en redes. Miles de actividades de un punto a otro del territorio para crear esa fuerza militante de las culturas vivas. La mayor atención estuvo en transmitirle a las nuevas generaciones la importancia del empoderamiento para salvaguardar el patrimonio en sus contextos territoriales, y hacerles entender que los interlocutores ante esta Convención de la Unesco, no pueden ser solo los gobiernos.
Así surgen cada día, más y más defensores de nuestro patrimonio cultural inmaterial, que ahora tienen en sus manos una ley para su salvaguarda, y cuentan con una Oficina Técnica de Enlace con la Unesco desde el propio Centro de la Diversidad Cultural, para dar garantías de mayor capacitación. Hoy lo seguimos haciendo, a pesar de las limitantes presupuestarias que son muy fuertes.
La pandemia ha cambiado nuestras vidas desde todo punto de vista. Sobre todo, los artistas han sido afectados por la cuarentena. Sumado a las dificultades que se presentan en el país para publicar libros en físico. ¿Hasta qué nivel están disponibles en las nuevas tecnologías de internet el patrimonio cultural de Venezuela?
Mucho antes de la aparición del COVID-19 nos esmeramos en mantener un gran flujo de información a través de nuestra página web www.diversidadcultural gob.ve. Desde allí se puede recorrer todo el territorio. La colección Venezuela Plural brinda esa posibilidad en la página, pero también se encuentran allí los tesoros que conservamos de expresiones vivas del siglo XX, y puede mirarse hacia este tiempo actual, y reconocer los cambios que las propias comunidades establecieron en sus prácticas. Además de encontrar en el espacio web valiosos documentos referidos a pueblos de otros países hermanos de América Latina y el Caribe, con los que se ha interactuado por largos años. En fin, la página permite descubrir la organización y avances de la Redes Estadales del patrimonio de las que he hablado.
Al situarnos en el tema del patrimonio vivo durante las distintas etapas de cuarentena, nuestra relación con las comunidades no se ha detenido. Así lo hemos demostrado en la encuesta en línea que puso en marcha la Unesco, destinada a observar el impacto de la pandemia COVID-19, para comprender los desafíos y oportunidades para el patrimonio vivo durante esa crisis. Se ha interactuado sobre el mismo tema con el Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (Crespial), Centro de Categoría II de la Unesco, ubicado en el Cusco, Perú, y en el cual actualmente la República Bolivariana de Venezuela representa la secretaría ejecutiva, a través de nuestro Centro de la Diversidad Cultural, Núcleo Focal del Crespial, desde el año 2008.
El antropólogo George Amaiz Monzón expuso de manera ejemplar ante ese organismo un informe preciso sobre tradición, pandemia y gestión en la era digital. Ahora seguimos los planes posteriores a la recuperación, que entre otros aspectos recomiendan el aprovechamiento de las tecnologías digitales para aumentar la visibilidad y la comprensión del patrimonio vivo. Pero la resiliencia se hace presente, porque esas comunidades son lastimadas si no mantienen las prácticas de sus expresiones continuas. La transmisión de conocimientos esencialmente es oral, y en la mayor parte de los pueblos no es de alcance inmediato el uso de nuevas tecnologías.
¿Qué propuestas están en evaluación en la Unesco en este momento, y cuáles son las próximas a presentar?
La Oficina Técnica de Enlace con la Unesco, que es la instancia creada por el Centro de la Diversidad Cultural, para todo lo concerniente al fortalecimiento de capacidades y al seguimiento de planes relativos a los expedientes, no ha parado un solo momento, a pesar de la situación del Covid-19, y se articulan nuevas acciones con las comunidades, donde participa gran parte del personal del Centro. Bien desde nuestras Delegaciones en las regiones, o desde Caracas, hemos sumado a la mayor parte del personal a este esfuerzo. Aunque resultamos pocos los trabajadores, porque nuestra nómina se ha reducido a más de la mitad, todos estamos atentos a cualquier requerimiento para cumplir las exigentes tareas que nos corresponde resolver como Núcleo Focal ante la Convención del año 2003.
En marzo del 2021 se presentó para su evaluación la candidatura del “Programa para la salvaguardia de los Bandos y Parrandas de los Santos Inocentes de Caucagua: Núcleos de iniciación de saberes y Consejos comunitarios”.
Ya Unesco ha respondido que su evaluación tendrá lugar durante el ciclo 2022-2023. Es el noveno expediente enviado a París y avanzamos con el décimo dedicado a las “Prácticas festivas sociales y tradicionales de la Colonia Tovar” que se construye paralelamente a un expediente multinacional que ha propuesto República Dominicana sobre el casabe y su producción, distribución y consumo milenarios. A la construcción de este expediente también están invitados la República de Haiti, Cuba, Honduras y Brasil.
Ambos expedientes deseamos concluirlos en marzo de 2022, para dedicarnos por entero a lo que debe ser el expediente número doce por entregar a la Unesco sobre el patrimonio cultural inmaterial.
El Joropo en Venezuela: Universo Cultural, que aspiramos remitir a París antes de finalizar el límite establecido en 2023, y seguir luego con otro que nos han propuesto numerosas comunidades del estado Lara, así como algunas instituciones educativas y culturales, para solicitar el ingreso del Tamunangue-Sones de negros en la Lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Podría entregarse en Francia durante el año 2024, si contamos con suficiente apoyo.
Debe considerarse que solo se puede presentar un expediente por año, y el Comité Intergubernamental de la Convención espera hasta 18 meses para responder al examen del Órgano de Evaluación, que es una junta internacional de expertos, dedicada al estudio minucioso de cada expediente. Pero nuestra responsabilidad no se reduce a la elaboración de este tipo de expedientes.
También desde la Secretaría de la Convención, la Unesco nos exige la entrega periódica de informes de gestión, donde se demuestre la forma como Venezuela aplica eficazmente normas de salvaguardia sobre los elementos inscritos. Estamos al día en esas entregas, la más reciente ahora mismo en diciembre de 2021 sobre “Cantos de trabajo de llano colombo-venezolanos” y la próxima que será evaluada durante el ciclo 2023-2024, corresponde por segunda vez a “La tradición oral del pueblo mapoyo y sus referentes simbólicos en el territorio ancestral”.
Pueden ver entonces la intensidad y lo complejo de este trabajo, que en gran medida depende de la forma cómo se relacionen las comunidades practicantes. Por ejemplo, tenemos diferentes expedientes iniciados sobre la celebración de San Benito de Palermo en Venezuela, y sobre el culto a María Lionza, pero se hace indispensable un mayor grado de articulación entre los practicantes de diversas regiones, para lograr culminarlos.
De la misma forma, tenemos intercambios exitosos con comunidades indígenas que reclaman su presencia en la Lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Es justicia en el caso del pueblo Wayuu del Estado Zulia, con quienes nos hemos encontrado en repetidas ocasiones, incluida la presencia de representantes de la Junta Mayor Autónoma de Palabreros, para discutir una vía posible de incorporar la parte venezolana al reconocimiento del Sistema Normativo Wayuu, que la Unesco incluyó en su conocida Lista en el año 2010 por solicitud del gobierno de Colombia, previéndose en aquel momento transformar la candidatura en un nuevo expediente binacional, donde tuviera cabida la parte venezolana.
Se sigue esperando por eso, que será materia de relaciones diplomáticas en armonía. Porque temas como la Lengua Materna, la Espiritualidad, la Organización Social, el Territorio y la Economía Tradicional están compartidos entre los dos países, donde se afianzan el consenso y la determinación social del pueblo Wayuu, que tiene su propia cosmovisión.
¿Qué mensajes envía a las nuevas generaciones de escritoras y escritores, artistas de otras áreas, así como a todas y todos los venezolanos?
Vivimos tiempos difíciles, y por encima de todas las amenazas, hay que saber elegir y defender lo que somos. Para un escritor, una escritora, artistas de otras áreas, además del propio oficio creativo que debe prosperar, lo más importante es entender que, si hemos nacido en esta tierra a la que pertenecemos, somos venezolanos. Y, por avatares momentáneos, estando dentro, o fuera del suelo natal, no se puede incurrir en el lamentable error de hablarle al mundo de una Venezuela que no es el fiel reflejo de esta hora de las dificultades.
Debe crearse un frente homogéneo para contrarrestar la campaña de odio que financia el capital extranjero a través de grandes corporaciones y medios de comunicación internacionales. Yo elegí ser venezolano y siento orgullo de ser venezolano, de haber convivido con campesinos y pescadores, tanta y tanta gente de pueblos y más pueblos de distintos lugares, que me han hecho percibir su realidad, me han dejado grandes enseñanzas que nunca olvidaré.
Recuerdo ahora a Miguel Acosta Saignes, apreciado amigo y maestro, quien falleció en 1989. Se decía que se dedicó a escribir sobre la gente que no tiene historia, su respuesta era muy simple: “Eso no lo hago porque resolví hacerlo, sino porque eso me nace de mi preparación, de mi actuación y de mi vida total”. Fue uno de esos venezolanos que practicaron una política revolucionaria verdadera. Me uno a su pensamiento.
Agrego a la pregunta final otras reflexiones. Estas culturas del patrimonio vivo a las que hacemos referencia resultan esenciales para asegurar un mayor grado de soberanía de la patria, y ser garantes del desarrollo sostenible, como se destaca en las recomendaciones de la Unesco. Debe explorarse cómo fortalecerlas cada día más, cómo generar estímulos más duraderos. ¿Quizás una nueva instancia de gobierno que las acoja plenamente para ampliar la salvaguardia? No es solo tarea circunstancial de la cartera de cultura a la que está adscrito nuestro Centro de la Diversidad Cultural. Va más allá. Toca también a otras ramas de los poderes públicos y especialmente a otros ministerios como los dedicados al turismo, comercio, industrias, alimentación, ambiente, ciencia y tecnología, educación, defensa, relaciones exteriores, información.
Seguimos siendo el país de la cultura del petróleo, como bien lo definió Rodolfo Quintero. Está muy presente la imagen urbana de la cultura, unida al efecto del progreso tecnológico en el mundo de la civilización consumista, y más grave aún con el nuevo fenómeno de la “transnacionalidad”, donde parece que no importara pertenecer a la tierra donde se nace.
Es la nueva batalla desplegada en este tiempo de rupturas y allí el patrimonio cultural inmaterial sigue bajo amenaza permanente. Para contrarrestar este fenómeno, debe actuarse con prontitud y conciencia política. La soberanía está de por medio. Estas culturas nuestras, de herencias centenarias, requieren nuevos métodos de abordaje de un extremo a otro del país. Desde las riberas del río Cuyuní, poblada en San Martín de Turumbán por los Akawayo, a pocos kilómetros de Anacoco, hasta la laguna de Sinamaica, perteneciente a la ancestralidad de los Añu y los Wayuu, y de donde se supone proviene el nombre de Venezuela.
Desde el corto tramo de río Negro, donde es testigo de nuestras fronteras con Brasil y Colombia la piedra del Cocuy, hasta las rancherías pesqueras del cordón insular del mar Caribe, que marca espacios divisorios en el Atlántico con los Estados Unidos de Norteamérica y con otras naciones.
De este a oeste, de norte a sur, debemos generar planes entre las 1mil 146 parroquias de los 335 municipios que conforman este país. Son miles de expresiones vivas y millones sus practicantes. No es una tarea fácil, pero hay que hacerlo, porque es signo distintivo del proceso cultural que le ha dado mayor proyección a la República Bolivariana de Venezuela ante el mundo. Ha sido ese el signo, el de la aplicación apropiada de esta Convención, y el sucesivo ingreso a las Listas de la Unesco que reconoce nuestros elementos ancestrales formando parte representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
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Tony González Artista venezolano y miembro de Correo del Alba en Venezuela