Aislarnos para encontrar el tiempo perdido

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Este momento de la historia humana marcado por el Covid-19, nos ha obligado en el planeta globalizado a detenernos, quedarnos en casa, refugiarnos, cuidar la vida propia y la de los otros y  a desactivarnos.  

El mundo moderno marcado por la absolutización del trabajo y la acumulación de riquezas, nos ha impuesto la vida activa  como una continuidad del tiempo activo productivo consumidor y nos ha sometido a un interminable ritmo donde cualquier interrupción es solo pasividad, para reponerse y seguir al trabajo; más aún las vacaciones, el tiempo libre, la recreación  son modos de entretener ”el trabajo”, terminamos entonces en una relación de sujeción, que nos impide liberarnos al encuentro real afectivo “que nos afecta”, nos transforma, nos abre caminos para hacer en nuestro proyecto de vida, en nuestro destino personal para contemplarnos en nuestro destino como especie.

Esta reclusión, esta multiplicación del control, esta dominación de la voluntad de movimiento que se ha agigantado en el mundo con esta epidemia, con sus miedos e incertidumbres, son las amenazas de la vida como personas, como sociedad y como especie en el planeta, nos hacen recordar a Orwell (1984), a  M. Foucault ( vigilar y castigar) y a recordar el panóptico bajo el control hasta de nuestros pensamientos y deseos con el  Big Data y el Big Deal, fortalecidos en la proximidad de la inteligencia artificial nos totalizan y nos han hecho perder progresiva y forzadamente la capacidad para disfrutar y comprometer el tiempo histórico de nuestra existencia y la capacidad para desatar nuestra emoción y agradecimiento a la vida, al aroma del tiempo en la vida  y al lugar donde nuestra vida cobra sentido, se libera para hacer el ser que somos con todo su real y potencia existencial.

Educados en el sometimiento nos hemos hecho esclavos  de esa  dominación y peor aún se ha ido generalizando la aceptación, la obediencia voluntaria,  hasta el punto de perder el deseo a la libertad.

Quedarse en casa amenazados y  vigilados, tiene que servirnos para desactivarnos del trabajo,   volver al tiempo de no hacer nada  y a-islarnos (a prefijo sin, isla tierra rodeada) poder sacar la mirada afuera, ver y sentir al mundo afectivo, ser uno mismo y encontrar a “el otro” y “lo otro” , darnos legitimidad y darles legitimidad, liberar nuestra emoción cuando celebramos la vida , nos permite abrirnos a la  felicidad, a la propia realización de lo humano.

Así podemos pasar de la vida activa a la vida contemplativa, la que es capaz de hacer pausas en el tiempo para el ocio vivificador, reconocernos y reconocer y con nueva mirada pensar, que no es calcular,  reflexionar en las relaciones de poder que nos someten y en los caminos del sueño milenario de la humanidad,   para replantear nuestras relaciones entre los seres humanos y con la naturaleza, a integrarnos a la tierra desde el lugar donde vivimos, y poder disfrutar el aroma del tiempo  que nos toca vivir y hacer para que todos y cada uno podamos hacerlo.

El trabajo sin reflexión es esclavitud, la reflexión sin trabajo está perdida, como diría Byung – chul Han, “la vida activa sin contemplación está vacía, la vida contemplativa sin acción está ciega“, no perdamos esta magnífica oportunidad para que el aislamiento nos permita salir de las barreras que nos impiden la mirada afuera, desde un adentro en la emoción del asombro para una nueva ética y estética de la vida, nos demos tiempo al pensamiento orientador que de sentido a la vida en la acción humanizadora del planeta.

Si así  nos disponemos y procedemos tendrá provecho este cambio de época y el vértigo de los desfiladeros que nos toca atravesar, entonces al andar haremos la huella humana  buena para la paz con abundancia de lo hermoso y la felicidad.

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Clemte Scotto Abogado y político venezolano, exalcalde del municipio Caroní, estado Bolívar, Venezuela

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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