El socialismo, más allá del imperialismo

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Una de las razones por las que tantos asaltos al cielo han fracasado a lo largo del tiempo, y siguen fracasando, es la incapacidad o la falta de voluntad política para demoler y, posteriormente, sustituir la máquina estatal burguesa por la máquina estatal socialista. El socialismo, como primera fase de la sociedad comunista, tiene una definición precisa, es decir, es aquella sociedad que surge del capitalismo, con todas sus injusticias, ineficiencias, distorsiones e iniquidades, y en la que todos los medios de producción son de propiedad común. La sociedad, en términos generales, es un complejo de relaciones sociales de producción, y «cada uno de estos complejos caracteriza, al mismo tiempo, una etapa particular de desarrollo en la historia humana»[i].

Mientras que el capitalismo es un complejo de relaciones sociales de producción, una sociedad, por tanto, expresada jurídicamente por la propiedad privada de los medios de producción, el socialismo es una sociedad superior, ya que caracteriza la siguiente etapa de desarrollo en la historia de las mujeres y los hombres, expresada jurídicamente por la propiedad común de los medios de producción. Por propiedad común debe entenderse la propiedad de los medios que producen bienes de subsistencia en manos de la clase obrera, la clase trabajadora, que es la clase ampliamente mayoritaria frente a la burguesía.

Mientras que en el capitalismo la propiedad de los medios de producción está en unas pocas manos, en manos de los capitalistas, en el socialismo esta propiedad está en manos de la clase de los asalariados, de los trabajadores y trabajadoras en particular. Pero la evolución de la humanidad no es estática, sino dinámica, dialéctica y el capitalismo actual es un imperialismo de facto. 

El imperialismo es una cuestión económica, estructural, de la que surgen sus componentes políticos y de otro tipo en toda su brutalidad; no es solo una actitud meramente política. Considerarlo así es teóricamente, y en consecuencia políticamente, erróneo, y tal fue el error de muchos de los principales exponentes del socialismo internacional, y tal es el error que siguen cometiendo muchos hoy en día.

La crítica de Lenin a Kautsky en este punto es justamente brutal porque es brutal al revisionismo pequeñoburgués de Kautsky que consideraba el imperialismo, en evolución, como una mera preferencia política, una «tendencia de cada nación capitalista industrial a subyugar y anexar a sí misma un territorio agrario cada vez más grande sin preocuparse por las naciones que lo habitan»[ii]. No es una etapa más, una ampliación, una fase económica que evoluciona de forma determinista dentro del capitalismo y que nunca se aparta de él, sino una opción política que, independientemente de las relaciones de producción y del grado de desarrollo de las fuerzas productivas, puede ser más o menos tomada. Kautsky se equivocaba entonces, y como él muchos socialistas se equivocan hoy.

La sociedad, como hemos visto, es un complejo de relaciones sociales de producción, es decir, un complejo de relaciones sociales dentro de las cuales las trabajadoras y los trabajadores producen, y estas relaciones «se transforman por la transformación y el desarrollo de los medios materiales de producción, de las fuerzas productivas»[iii].  Cuando las fuerzas productivas se encuentran ya en el futuro, en un estadio de desarrollo superior al de las relaciones de producción existentes, estas relaciones de producción siguen necesariamente, y de manera brutal se modifican al nuevo curso, ya que las fuerzas productivas avanzadas no pueden contenerse dentro de relaciones de producción históricamente obsoletas.

El cortocircuito entre las fuerzas productivas avanzadas y las relaciones sociales de producción obsoletas conduce inevitablemente, y de forma abrupta y revolucionaria, a sociedades con un grado de desarrollo superior. En la transición de la organización de la sociedad de un grado de desarrollo inferior a otro superior, en la transformación de las relaciones de producción, que siguen a las transformaciones ya ocurridas de las fuerzas productivas, de la sociedad feudal a la sociedad capitalista, la sociedad emerge de las cenizas de los feudos y de la nobleza, de los siervos y de los terratenientes, de los arrendatarios y de los campesinos, de los pequeños artesanos y de los comerciantes. Surgen los nuevos actores de la producción: los trabajadores asalariados y los capitalistas. Es en esta sociedad, ahora capitalista, dividida en la producción entre la oferta y la demanda de fuerza de trabajo, donde surge la competencia. Competencia entre trabajadores, entre capitalistas y competencia entre capitalistas y trabajadores. Siguiendo sumariamente la evolución histórica de la sociedad capitalista, podríamos decir que, una vez producida la acumulación originaria, es decir, ese proceso histórico de separación del productor de los medios de producción que implica la cristalización de las clases sociales modernas, burguesía y proletariado, capitalistas y trabajadores, comienzan las competencias antes mencionadas y, por tanto, la llamada libre competencia. Esta última  determina «la concentración de la producción, y cómo esta, a su vez, en un determinado grado de desarrollo, conduce al monopolio»[iv]. Observamos, pues, cómo hay diferentes pasajes, diferentes fases dentro de la sociedad capitalista: 1o los inicios, la fase infantil del capitalismo con la acumulación originaria; 2a la fase de libre competencia en la que los capitalistas individuales, propietarios individuales de los medios de producción, son numerosos y pequeños; 3a la fase de concentración de la producción, de acumulación de capital en la que el trabajo acumulado, y por tanto la producción, se concentra en un número cada vez menor de manos;  4o por último, la fase de los monopolios en la que la concentración de la producción y del capital en pocas manos llega a su fin, y se produce el paso definitivo de la libre competencia a la socialización de la producción. En esta última fase «la producción se socializa, pero la apropiación de los productos sigue siendo privada. Los medios sociales de producción siguen siendo propiedad de un pequeño número de personas»[v]. Es en la fase de los monopolios donde vive el imperialismo. Es decir, «el imperialismo es la etapa monopólica del capitalismo»[vi] y no, como decía Kautsky, una tendencia política. Es decir, el imperialismo sigue siendo el capitalismo pero en una etapa posterior, dominado por los monopolios, el capital financiero, la exportación anormal de capital, la presencia de las multinacionales y los cárteles que se reparten el mundo.

Lenin escribió en 1916 que la definición de imperialismo debe contener los siguientes puntos: «1o la concentración de la producción y del capital, que ha alcanzado un grado de desarrollo tan elevado como para crear monopolios con una función decisiva en la vida económica; 2o la fusión del capital bancario con el capital industrial y la formación, sobre la base de este capital financiero, de una oligarquía financiera; 3o la gran importancia adquirida por la exportación de capitales en comparación con la exportación de mercancías; 4o el surgimiento de asociaciones monopolísticas internacionales de capitalistas, que se reparten el mundo; 5o el reparto consumado de la tierra entre las mayores potencias capitalistas.»[vii]

Luchar contra el imperialismo, en definitiva, es luchar contra la fase suprema, la fase superior del capitalismo y, por tanto, contra el propio capitalismo como sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción, como complejo de relaciones sociales de producción que se organizan sobre la propiedad privada. El imperialismo no es una opción política, superestructural, una forma política del capitalismo, y quienes se oponen al imperialismo son opositores al capitalismo, ya que el imperialismo es el capitalismo en su etapa de madurez.

El socialismo, en consecuencia, es la etapa de desarrollo que sigue al imperialismo, la fase suprema del capitalismo. Sobre ella, sobre la sociedad socialista, se alza el Estado que absorbe todas las peculiaridades de la estructura subyacente. La sociedad es la estructura; el Estado, por ejemplo, una de las superestructuras. Sobre la sociedad pueden surgir Estados con características diferentes: «La sociedad actual es la sociedad capitalista, que existe en todos los países civilizados, más o menos libre de añadidos medievales, más o menos modificada por el especial desarrollo histórico de cada país, más o menos evolucionada. El Estado actual, en cambio, cambia con la frontera de cada país. En el Reich prusiano-alemán es diferente al de Suiza; en Inglaterra es diferente al de Estados Unidos. El Estado actual es, por tanto, una ficción. Sin embargo, los diversos Estados de los distintos países civilizados, a pesar de sus abigarradas diferencias de forma, tienen en común el hecho de que se asientan sobre el terreno de la sociedad burguesa moderna, que solo está más o menos evolucionada desde el punto de vista capitalista»[viii]. Por tanto, ¡no es posible erigir un Estado socialista sobre una sociedad capitalista!

Para erigir el Estado socialista, es necesaria una sociedad socialista, y esto requiere 1o la revolución socialista y 2o la dictadura del proletariado. Es con la revolución socialista que la máquina estatal burguesa es demolida: «La idea de Marx es que la clase obrera debe romper, demoler la ‘máquina estatal ya hecha’, y no simplemente tomar posesión de ella. El 12 de abril de 1871, es decir, precisamente durante la Comuna, Marx escribió a Kugelmann: «Si relees el último capítulo de mi 18 Brumario encontrarás que afirmo que la próxima tentativa de la Revolución francesa no consistirá en transferir de una mano a otra la máquina militar y burocrática, como ha sucedido hasta ahora, sino en romperla, y que esta es la condición preliminar de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto también consiste el intento de nuestros heroicos camaradas parisinos»[ix].

Todos los países, las sociedades, las naciones, los pueblos que intentan entrar en el socialismo sin prever el aniquilamiento de la máquina burocrática y militar burguesa, caen inexorablemente en una trampa mortal porque ante ellos solo se abre el camino del «golpe de Estado» orquestado por las fuerzas reaccionarias dentro y fuera del país. Es irrelevante si ese golpe se produce rápidamente o si se establece una especie de debilidad política constante en la que las fuerzas reaccionarias intentan por todos los medios eliminar a los presidentes elegidos democráticamente. La historia pasada y reciente de demasiados países atestigua que mantener el andamiaje burgués, burocrático y militar es un gigantesco error táctico que conduce al abismo.

Hay que tener siempre presente la advertencia de Marx de «romper la maquinaria burocrática y militar burguesa». «La observación extraordinariamente profunda de Marx de que la destrucción de la maquinaria burocrática y militar del Estado es la condición preliminar de cualquier revolución popular real merece especial atención»[x]. Destruir la máquina burocrática y militar burguesa sustituyéndola por una máquina socialista lleva tiempo, y requiere sobre todo preparación por parte de la clase obrera, la clase social que se convierte en dominante (la que oprime) en el socialismo. «Sustituir la máquina estatal quebrada por la organización del proletariado como clase dominante, por la conquista de la [verdadera] democracia: esta fue la respuesta del Manifiesto del Partido Comunista«[xi].

¿Cómo, entonces, romper la máquina burguesa? «El primer decreto de la Comuna fue la supresión del Ejército permanente, y la sustitución por el pueblo armado»[xii]. Este pasaje sigue siendo fundamental y no se puede eludir si se quiere llegar a la sociedad socialista. El socialismo es la sociedad que se basa en la propiedad común de los medios de producción, y no hay ningún capitalista, burgués, que se ponga de acuerdo con los trabajadores para retroceder por el «bien común». La supresión del Ejército permanente y su sustitución por los trabajadores en defensa del país socialista no puede llevarse a cabo por medios electorales y parlamentarios. Tal sustitución requiere, en efecto, una conciencia, una fuerza y una decisión absolutamente extraordinarias por parte de los trabajadores, que un proceso latente y sedentario de tipo electoral no puede encender.   El parlamentarismo debe ser combatido siempre como una degeneración latente de los procesos representativos burgueses. Sin embargo, sustituir la maquinaria burocrática y militar y aniquilar el parlamentarismo no significa en absoluto destruir las instituciones representativas y democráticas. El socialismo amplía la democracia a la mayoría, que ya no se limita al recinto de la minoría. «Sin duda, la salida del parlamentarismo no está en destruir las instituciones representativas y el principio de elegibilidad, sino en transformar estas instituciones representativas de molinos de palabras en organismos que realmente funcionen. La Comuna no debía ser un órgano parlamentario, sino de trabajo, ejecutivo y legislativo a la vez»[xiii]. Además, «la Comuna sustituye este parlamentarismo venal y corrupto de la sociedad burguesa por instituciones en las que la libertad de opinión y de discusión no degenera en engaño; pues los parlamentarios deben trabajar ellos mismos, aplicar sus leyes ellos mismos, verificar sus resultados ellos mismos, responder por ellos directamente ante sus electores. Las instituciones representativas permanecen, pero el parlamentarismo, como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada de los diputados, ya no existe. No podemos concebir una democracia, incluso una democracia proletaria, sin instituciones representativas, pero podemos y debemos concebirla sin parlamentarismo»[xiv].  

La maquinaria burocrática y militar burguesa, al ser parte de la organización burguesa, siempre sigue al amo burgués incluso en los períodos en que la oposición política y social toma el poder por elección. En el socialismo, en cambio, el poder político está en manos de los trabajadores que deben gestionarlo democráticamente, en el sentido socialista, no capitalista.

La Comuna de París señala un camino interesante, ya que «estaba compuesta por los concejales municipales elegidos por sufragio universal en los diferentes distritos de París, responsables y revocables en cualquier momento. La mayoría de sus miembros eran, por supuesto, trabajadores o representantes reconocidos de la clase obrera. En lugar de seguir siendo un agente del gobierno central, la policía fue inmediatamente despojada de sus atributos políticos y transformada en un instrumento responsable de la Comuna, revocable en cualquier momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de todas las demás ramas de la administración. Desde los miembros del ayuntamiento hacia abajo, el servicio público debía realizarse en forma de salarios de los trabajadores. Los derechos adquiridos y las prestaciones de los demás dignatarios del Estado desaparecieron junto con los propios dignatarios. Al deshacerse del Ejército permanente y de la Policía, elementos de la fuerza física del antiguo gobierno, la Comuna se preocupó de romper la fuerza de la represión espiritual, el «poder de los sacerdotes». Los funcionarios judiciales fueron despojados de esa autodenominada independencia… debían ser electivos, responsables y revocables»[xv]. Lenin continúa con el glorioso ejemplo de la Comuna declarando que «por lo tanto, simplemente reemplazaría la máquina estatal rota con una democracia más completa: supresión del Ejército permanente, elegibilidad absoluta y revocabilidad de todos los funcionarios. En realidad, esto significa simplemente reemplazar –un trabajo gigantesco– las instituciones de un determinado tipo por otras instituciones basadas en principios diferentes»[xvi].

La transición de la sociedad capitalista a la socialista implica, por lo tanto, cambios profundos y estructurales que deben encontrar a la clase obrera preparada. No se trata solo, como hemos visto, de sustituir la máquina burocrática y militar por su contraparte proletaria, sino que los métodos y procesos tendrán que ser muy diferentes. Los procesos de elegibilidad y, sobre todo, de revocabilidad de todos los funcionarios van en la dirección de una democratización más completa dentro de un Estado proletario con su organización decidida democráticamente por los trabajadores, es decir, por la mayoría del pueblo. «En lugar de las instituciones especiales de una minoría privilegiada (funcionarios privilegiados, jefes del Ejército permanente), la propia mayoría puede desempeñar sus funciones directamente, y cuanto más asuma el propio pueblo las funciones del poder estatal, menos se sentirá la necesidad de este poder»[xvii]. Además, Marx señala que «la abolición de todos los subsidios de representación, la supresión de los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de los salarios asignados a todos los funcionarios del Estado al nivel de los salarios de los trabajadores»[xviii].  Aquí precisamente se hace sentir con especial significación el giro de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de los opresores a la democracia de las clases oprimidas, del Estado como «fuerza particular» destinada a reprimir a una clase determinada, a la represión de los opresores por la fuerza general de la mayoría del pueblo, de los obreros y campesinos. Y es precisamente en este punto particularmente obvio –el más importante quizás en la cuestión del Estado– donde más se han olvidado las enseñanzas de Marx.  Enseñanzas importantes que deben ser cultivadas ya que separan los dos mundos con sus peculiaridades.

Reiteramos los procesos democráticos que debe desarrollar la clase obrera en el poder: «elegibilidad absoluta, revocabilidad en cualquier momento de todos los funcionarios sin excepción, reducción de sus salarios al nivel habitual del salario obrero. Estas sencillas y naturales medidas democráticas, al tiempo que unen plenamente a los trabajadores y a la mayoría de los campesinos en una comunidad de intereses, sirven al mismo tiempo de puente entre el capitalismo y el socialismo. Estas medidas se refieren a la reorganización estatal, puramente política, de la sociedad; pero, naturalmente, sólo asumen toda su significación y toda su importancia en relación con la expropiación de los expropiadores realizada o preparada; en relación, es decir, con la transformación de la propiedad privada capitalista de los medios de producción en propiedad social»[xix].

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Manuel Santoro Analista Político, Doctor en Matemáticas por la Universidad Estatal de Portand, Estados Unidos


[i] K. Marx, Lavoro salariato e capitale, da marxpedia, capitolo III, p. 13.

[ii] K. Kautsky, Die Neue Zeit, anno XXXII, 1913-1914, II, p. 909, 11 settembre 1914.

[iii] K. Marx, Lavoro salariato e capitale, da marxpedia, capitolo III, p.13.

[iv] V. Lenin, L’imperialismo fase suprema del capitalismo, edizioni Lotta comunista, 2015, p. 39.

[v] Ibidem, p.43.

[vi] Ibidem, p. 107-108.

[vii] Ibidem, p. 108.

[viii] K. Marx, Critica al programma di Gotha, Bordeaux edizioni, capitolo IV, pag. 26-27.

[ix] V. Lenin, Stato e rivoluzione, Red Star Press, 2015, p. 54-55.

[x] Ibídem, p. 56.

[xi] Ibídem, p. 57.

[xii] Ibídem, p. 58.

[xiii] Ibídem, p. 64.

[xiv] Ibídem, p. 65.

[xv] Ibídem, p. 59.

[xvi] Ibídem.

[xvii] Ibídem, p. 60.

[xviii] Ibídem.

[xix] Ibídem, p. 61-62.

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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