Cadenas de bloques y monedas digitales, ¿será que la revolución se pondrá al servicio de la evolución?

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Hace un par de semanas tuve el agrado de recibir un mensaje de un auditor que me relataba la extraordinaria aventura que le ocurrió a raíz de una de mis crónicas del año 2011, en que toqué el tema del Bitcoin, la novedosa moneda digital que quizás podría reemplazar al dólar y al resto del dinero que circula en el mundo.

Por pura curiosidad, mi amigo se gastó unos 24 mil pesos en comprar 50 dólares, y con ellos adquirió dos unidades de esa misteriosa moneda digital que, siendo inmaterial, puede sin embargo comprar cosas y pagar servicios.

En esos momentos, el Bitcoin era muy poco más que una cosa pintoresca. Aunque la habían inventado hacía ya dos años, su valor práctico había sido insignificante, aunque súbitamente ya se estaba cotizando a la par con el dólar.

Y, el 8 de julio de 2011, súbitamente se disparó al fantástico valor de 31 dólares. O sea, ya en dos años esos 50 dólares que había gastado le estaban dando una buena ganancia. Pero esa ganancia se esfumó en muy poco, y ya en diciembre el valor del bitcoin había vuelto a caer, de 31 dólares a solo dos miserables dolaretes.

Mi amigo asumió que se trataba solo de esas especulaciones de los prestidigitadores de las bolsas de comercio. Se encogió de hombros y dejó de pensar en el asunto… en realidad se olvidó de sus bitcoins.

Eso hasta el 29 de enero de este año, cuando el billonario más billonario del mundo, Elon Musk, anunció que había comprado bitcoins por mil 500 millones de dólares y la cotización de esa criptomoneda se disparó a 37 mil 989 dólares cada uno.

Todo el mundo se lanzó a comprar la súper moneda y ya el 16 de febrero llegó a superar los 50 mil dólares y aún se empinó más, hasta los 58 mil, aunque finalmente retrocedió hasta estabilizarse en 48 mil dólares.

Entonces, por supuesto, mi amigo decidió que ya era tiempo de bajarse de aquella fábula. Y, razonablemente, vendió sus dos bitcoins que en 2011 le habían costado 50 dólares, o 24 mil pesos. Supuestamente cobró 96 mil dólares que, al cambio actual, son algo más de 70 millones de pesos.¿Qué tal?

Está claro que esa magnífica ganancia de mi amigo fue básicamente fruto de su intuición. De su curiosidad basada en las leves pistas de una invitación a pensar a partir de noticias internacionales.

Y en toda la Historia de la civilización la curiosidad inquisitiva ha sido siempre el impulso a la exploración, el experimento y la fascinación de lo novedoso que se nos muestra. Pero, para otras personas, como el súperbillonario Elon Musk, la aventura del Bitcoin se basaba en cálculos bien informados. Se trataba de hombres de negocio y de empresa que tienen muy bien entendidos los vericuetos de la ambición y de la competencia despiadada, orientadas siempre rumbo al lucro y el poder.

¿Por qué ellos se han lanzado a participar de una economía donde el dinero es un algoritmo matemático, sin ninguna base monetaria tangible?

Bueno, incluso personas tan humildes como Ud. y yo, sabemos que el dinero supuestamente tangible que mueve toda la economía mundial ya es ahora solamente una cifra impresa en documentos computacionales.

Fíjese que, según cifras de la Reserva Federal de Estados Unidos y del Banco Central Europeo, los billetes dólar pesan  un gramo cada uno. O sea, un millón de dólares en billetes, que son 100 paquetes de 100 billetes de 100 dólares, tiene un peso de 10 kilos. Y, claro, si en vez de billetes de 100 se usaran billetes de 50 dólares, el mismo millón de dólares pesaría 20 kilos.

Los auxilios despachados por el gobierno de Estados Unidos dentro de su territorio para paliar los efectos económicos de la pandemia del Covid-19,  ya son más de dos millones de millones de dólares. Esa suma, en billetes de 100 dólares, tendría un peso de 20 mil toneladas. Para transportarlos se necesitaría una caravana de 400 camiones cada uno cargado con 50 toneladas de billetes de 100 dólares.

Por supuesto, en la realidad, esas inmensas sumas de dinero solo se desplazan electrónicamente. Tal como a uno le hacen los pagos con depósitos electrónicos en nuestras cuentas bancarias y nosotros hacemos la mayoría de nuestros pagos mediante transferencias electrónicas. Es decir, en términos reales, el dinero tangible, en billetes y monedas, no es más que una parte minúscula del dinero que usamos.

Hablando claro, casi todo el dinero que manejamos es intangible. Es solo una figura de contabilidad. Y sin embargo funciona, funciona de lo más bien.

A finales de la Segunda Guerra Mundial, en la localidad de Bretton Woods, Estados Unidos, las potencias aliadas, ya seguras de su victoria sobre el Imperio nazi, se reunieron para diseñar la economía necesaria para reconstruir aquello que la guerra había reducido a ruinas. Básicamente se enfrentó la necesidad de establecer un sistema monetario de uso internacional, para ensamblar el comercio, la industria y los servicios.

Los países de Europa, incluyendo a la Unión Soviética, eran partidarios de crear una nueva moneda, válida en todas las naciones, que serviría al comercio, a la banca y a las instituciones financieras mundiales.

Estados Unidos rechazó la propuesta de una nueva moneda afirmando que el dólar americano ya existía y era el instrumento monetario perfecto. Al imponer su moneda, Estados Unidos comprometió que el dólar tendría respaldo en oro, estableciéndose un valor de 30 dólares por onza. Es decir, prácticamente se establecía que cada uno de los dólares tendría el respaldo de un gramo de oro y sería convertible en metal.

Supuestamente ese respaldo garantizaría que el dólar americano estaría absolutamente blindado ante cualquiera posibilidad inflacionaria por emisiones inorgánicas de dinero.

Sin embargo, la economía de postguerra y la guerra de Corea llevaron a que Estados Unidos incumpliera progresivamente su compromiso de respaldo de oro al dólar y, finalmente, el 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon comunicó al mundo el fin del respaldo de oro para el dólar. De hecho, se implantó un sistema de respaldo al dólar como divisa internacional, basado solo en fórmulas contables.

El efecto fue una lenta pero permanente inflación, ejemplarizada por el propio valor del oro, que subió de los 30 dólares la onza en 1944, es decir, un gramo por dólar, a alrededor de mil 300 dólares por onza en la actualidad, es decir, una inflación de más del cuatro mil por ciento.

Con todo, esa desvalorización del dólar apareció siempre compensada por la vigorosa economía que se extendía progresivamente por todo el planeta.

Inicialmente, la economía mundial se atenía al enfoque socialdemócrata, con economía planificada, que había aplicado el gobierno de Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos, y que aplicaron también los gobiernos europeos para la reconstrucción.

De hecho, la intensa distribución de la riqueza llevó en Europa al llamado “Estado de bienestar”, que contemplaba excelentes y muy generosas ventajas sociales para todo el mundo, para toda la clase trabajadora, la cual, en consecuencia, se volvió más dócil y más despreocupada.

Pero paulatinamente las grandes sociedades anónimas o corporaciones internacionales lograron imponer el sistema llamado “neoliberal”, que condenaba y rechazaba la intervención del Estado en la mayor parte de las actividades económicas.

Más aún, la presión de las megaempresas sobre la clase política en prácticamente todo el llamado “Mundo Occidental” llevó a que los gobiernos de Estados Unidos y Europa impusieran sistemas obligatorios que reforzaran el poder político y operacional de las grandes concentraciones de capital, de las grandes corporaciones.

Ya a finales del siglo XX, el tejido de instituciones financieras estaba dejando en manos de las megaempresas un control implacable sobre el tráfico de capitales y créditos, con lo que el quehacer económico mundial quedaba imposibilitado de buscar procedimientos alternativos, aún si ellos pudieran ser más convenientes.

Sin embargo, incluso dentro del universo económico neoliberal y tras la enorme transformación política y cultural de Rusia y China, comenzó a producirse el surgimiento de nuevas y poderosas empresas que comenzaron a tener una relación conflictiva con las viejas gigantas.

Cada vez más la supremacía económica dentro de Estados Unidos iba siendo desafiada por nuevas empresas, sobre todo en el área de la tecnología avanzada.

Y, por cierto, los desafíos también surgieron con intensidad fuera de Estados Unidos, y especialmente en Asia.

De esos desafíos y ese enfrentamiento cada vez más intenso y cada vez más peligroso, emergió la necesidad de reemplazar los sistemas de control financiero y comercial impuesto por Estados Unidos sobre todo el resto del mundo.

Cuando recién apareció el Bitcoin, muchos economistas advirtieron que esa moneda virtual podría, quizás, proponer una alternativa al dólar.

Pero, mucho más que a la moneda virtual, con sus tentadoras característica, la atención se centró en la tecnología llamada “blockchain” o «cadena de bloques», que es la que hace posible que exista una moneda virtual prácticamente imposible de falsificar.

Una cadena de bloques es esencialmente solo un registro, un libro mayor de acontecimientos digitales que está “distribuido” o es compartido entre muchas partes diferentes e individuales que están fuertemente conectadas entre sí, y cuyos contenidos son imposibles de borrar.

Cada bloque puede ser actualizado agregando más y más cosas a partir del consenso de la mayoría de participantes del sistema, pero una vez introducida la nueva información, los nuevos contenidos ya nunca podrán ser borrados.

Además, falsificar una  entrada, una intervención en alguno de los bloques en cadena solo sería posible si un enorme número, un número mayoritario de los demás bloques, o sea de la mayoría de otras personas participantes, se pusieran de acuerdo para corromper el sistema completo, es decir, se pusieran de acuerdo para perpetrar una especie de suicidio.

Eso, por cierto, es prácticamente imposible, pues nadie conoce la identidad de los demás participantes, o sea, no hay ahí ninguna complicidad posible.

Lo que se plasma en el blockchain no puede desaparecer jamás. Blockchain es un registro inmutable y permanente. Es una base de datos que solo permite escritura. No se puede modificar ni borrar nada de ello, solo añadir, y todo eso bajo consenso y conocimiento de todos.

Además, los bloques son anónimos, como hemos dicho.

La cadena de los bloques del Bitcoin contiene un registro certero y verificable de todas las transacciones que se han hecho en su historia. O sea, solo mediante el sistema blockchain era posible poner en juego una moneda digital a prueba de falsificaciones, capaz de desplazarse instantáneamente y libremente a cualquier lugar del mundo, sin pedir permiso ni dar explicaciones. El Bitcoin es una moneda que no acusa a nadie ni da información sobre qué es lo que se compra o se vende en una transacción.

No es de extrañar, entonces, que todos los gobiernos y todas las organizaciones neoliberales consideren que eso es un peligro. Porque la libertad es peligrosa.

Y, lamentablemente, a menudo hay políticos y empresarios que piensan que también la honestidad, la honradez, la honorabilidad, puede ser inconveniente y peligrosa.

Ya ahora hay varios gobiernos que están intentando aprovechar las enormes ventajas del dinero digital, e incluso, como en el caso de China, proyectan emitir una versión digital de su propia moneda.

Y dado a que el número de unidades monetarias digitales no puede falsificarse, se espera que con ello quede garantizada la solvencia de ese dinero que es invulnerable a la inflación pues no permite emisiones inorgánicas.

También se considera que el sistema de cadena de bloques, de contenido inviolable, puede ser óptimo para almacenar y conservar información, documentos, contratos e incluso disposiciones legales. Es decir, una nación que tuviese su Constitución Política almacenada y activa en un sistema de blockchain, no podría jamás, ni en lo más mínimo eludir el contenido de ese cuerpo legal y aplicarlo por completo.

De la misma manera, un proceso electoral en que los votos sean instantáneamente situados en bloques del sistema de bloques, entregaría también instantáneamente las cifras computadas, sin ninguna posibilidad de falsificación.

También los sistemas administrativos, por ejemplo, de las municipalidades, si son subidos a un bloque en cadena, tendrá perfectamente claro, hasta el último detalle, cada uno de los gastos y las operaciones municipales que se hayan realizado.

Oiga… para muchos esa veracidad implacable, instantánea e imposible de sobornar… sería una pesadilla aterradora. Incluso, si los candidatos subieran a bloques en cadena sus promesas y sus compromisos con el electorado, no tendrían más remedio que resignarse… ¡a cumplir su palabra, fíjese!

Los detalles técnicos sobre el sistema de blockchain y de las monedas digitales, solo pueden darlos profesionales muy expertos. Pero, de hecho, casi todos los bancos ofrecen hoy a sus clientes la posibilidad de comprar o vender bitcoins.

Sabemos que jamás antes hubo un espacio de seguridad incorruptible e insobornable como el que nos ofrece el sistema blockchain. Pero sabemos también que es posible que en algún momento surja algún genio tenebroso que logre inventar una manera de penetrar esas defensas que hasta ahora son invulnerables.

Pero eso también lo saben los que piensan que el desarrollo de la ciencia, del pensamiento y del arte, son formas esenciales y naturales de la evolución de la especie humana.

Y que las nuevas tecnología están por naturaleza al servicio de esa evolución.

Hasta la próxima, gente amiga. Por supuesto es peligrosa una evolución que se vuelve revolucionaria. Los cobardes no logran evolucionar.

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Ruperto Concha Analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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