En sus primeras horas como presidente de Estados Unidos Joe Biden firmó 17 órdenes ejecutivas que lo distancian abiertamente de las políticas de su predecesor, Donald Trump. Por una parte, se comprometió de inmediato con la agenda medioambiental del país y derogar las medidas antiinmigración e igualmente restablecer los esfuerzos federales para promover la diversidad.
Entre las órdenes ejecutivas destacan el regreso de la nación norteamericana al Acuerdo Climático de París; el fin a la llamada prohibición de entrada de países predominantemente musulmanes y africanos; así como la detención de la construcción del muro en la frontera entre México y Estados Unidos. Sobre esta, la respuesta de México no se hizo esperar, de hecho, el secretario de Relaciones Exteriores mexicano, Marcelo Ebrard, se congratuló de la decisión enviando un twitter en el que señaló @m_ebrad “México saluda el fin de la construcción del muro, la iniciativa migratoria a favor de la DACA, y un camino hacia la doble ciudadanía”.
El programa de Acción diferida para los llegados en la infancia (DACA), fue implementado por el expresidente Barack Obama y protege de la deportación a jóvenes migrantes que hayan entrado ilegalmente; concede permisos de trabajo temporales; residencia temporal y un registro numérico que le permite acceder a la seguridad social.
Por su parte, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, sostuvo una conversación con Biden y señaló a través de la plataforma Twitter @lopezobrador_: “…Tratamos asuntos relacionados con la migración, el Covid-19 y la cooperación para el desarrollo y el bienestar. Todo indica que serán buenas las relaciones por el bien de nuestros pueblos y naciones “
En enero de 2017, el expresidente Trump firmó una Orden Ejecutiva para iniciar la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre ambos países, utilizando los fondos federales existentes. Trump había prometido construir un muro de hasta 800 km de largo, aun cuando, al día de hoy este tiene 727 km de longitud construidos. Con todo, Biden ha dejado claro que no demolerá lo que ya está construido; lo cual puede ser indicativo de que en cualquier momento puede cambiar su decisión en cuanto al muro y las políticas migratorias.
Estados Unidos, bajo una crisis interna
Aunque nos pueda parecer este un buen inicio de la administración Biden, queda mucho camino por recorrer, más aún cuando Estados Unidos se enfrenta a una crisis debido a las múltiples divisiones internas. No debemos de olvidar que son casi 75 millones los electores que respaldaron a Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales, lo que representa una cifra que le otorga un piso político sólido, pero que además fragmenta la sociedad en múltiples grupos enfrentados entre sí. En cuanto a esta fractura interna, en su discurso inaugural Biden señaló: “Podemos unir fuerzas, dejar de gritar y bajar la temperatura, porque sin unidad no hay paz, solo amargura y rabia. Ningún avance, solo una indignación agotadora. No hay nación, solo un estado de caos… Este es nuestro momento histórico de crisis y desafío, y la unidad es el camino a seguir”. Si Biden no puede restaurar la unidad de la Nación, la legitimidad del gobierno está en juego. Entonces, ¿cómo podrá la clase política estadounidense representada por Biden encontrar esta preciosa “unidad”? Históricamente lo sabemos y lo conocemos, reiteradamente han encontrado esta “unidad” bajo la intensificación del imperialismo norteamericano a través de las guerras en el exterior.
Al iniciar una guerra con algún “enemigo extranjero” designado, la clase dirigente estadounidense apostará a que tal medida “unificará” al país en el “deber patriótico” y se reunirá en torno a la bandera de barras y estrellas. Una guerra desactivaría eventualmente los explosivos problemas internos de la atroz desigualdad económica, las divisiones partidistas y el distanciamiento de las instituciones gubernamentales.
Historia de guerra
De sus casi 245 años de existencia como Estado, se calcula que Estados Unidos ha estado en guerra más del 90% del tiempo. Prácticamente los últimos 45 presidentes han lanzado o continuado una guerra existente. Si este patrón guerrerista se cumple, como el 46º presidente, Biden tiene una alta probabilidad de estar a favor de la guerra. Además, está el historial personal de Biden como senador y vicepresidente, que apoyó con entusiasmo las guerras en Afganistán, Irak, Libia y Siria, entre otras.
De este modo, el gobierno de Biden está lleno de los restos de las administraciones de Obama, que fueron grandes defensores de las guerras de cambio de régimen y de la política agresiva hacia Rusia y China. Mientras destacan funcionarios como Antony Blinken (de nacionalidad israelí-norteamericana), que fue nombrado secretario de Estado; Victoria Nuland, que fomentó el golpe de Estado de 2014 en Ucrania; y Avril Haines, exsubdirectora de la CIA, jefa de las operaciones de asesinatos con drones.
El equipo de Biden puede tener una “diversidad” políticamente correcta en apariencia y hablar con fluidez un léxico que suena liberal. Pero, cuanto más desesperada sea la necesidad de unidad para salvar a Estados Unidos, más probable será el peligro de que la guerra sirva para ese mismo propósito. Si el pueblo estadounidense y el resto del mundo pensaron que deshacerse de Trump significaba volver a la normalidad, la misma puede estar signada por la continuidad de la guerra.
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia