Enero de 1991, la «guerra de la ONU» contra Irak: la escalada hacia el ultimátum

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La primera guerra respaldada por las Naciones Unidas y llamada «operación policial internacional» comenzó el 17 de enero de 1991. Una vez que terminaron los bombardeos, el subsecretario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Maarti Ahtisaari, visitó Irak y habló de un país que «retrocedió a un nivel preindustrial».

Entre las víctimas de la intervención impuesta por Estados Unidos se encuentra la misma independencia e integridad de la ONU, creada precisamente para oponerse al «flagelo de la guerra». En el Consejo de Seguridad, durante los largos meses entre la invasión iraquí de Kuwait el 2 de agosto 1990 y el ultimátum del 15 de enero 1991, se escribe una página triste en la historia geopolítica: por sus propósitos de control de Oriente Medio y de hegemonía, Estados Unidos y sus aliados entrelazan diplomacia y chantaje económico, palabras de diálogo y envío preventivo de barcos al Golfo, denuncias y mentiras. Por ejemplo, una falsa enfermera kuwaití, en realidad hija del embajador de ese país, acusó a los soldados iraquíes de arrebatar bebés de las incubadoras y dejarlos morir en el frío suelo. Fue un gran golpe en favor de la guerra. Todo falso, pero muchos lo creyeron, incluso Amnistía Internacional, que solo meses después, con Irak ya destruido, admitió prudentemente el error.

Esta narrativa tóxica comenzó en 1991 –y sigue todavía–  para apoyar la necesidad de guerras de agresión: el enemigo siempre es demonizado, acusado de los crímenes más atroces y, obviamente, «un dictador feroz, el enemigo de su propio pueblo». Un guión que veremos que se repite continuamente en la agresión a naciones que no son genuflexas a las ambiciones de los Estados Unidos.

Los pacifistas occidentales y árabes en las calles contra sus gobiernos beligerantes

Con la escalada hacia la guerra, los pacifistas de muchos países miraban consternados, protestaban en las plazas del mundo, especialmente donde los gobernantes parecen aceptar el dictado de Estados Unidos. En ese momento, las calles eran “todo” porque Internet era solo para unos pocos y no había redes sociales donde fomentar fake news y falsas revoluciones. Más bien, la comunicación se hacía a través de radios, teléfonos, periódicos… Quienes participamos con compromiso  en  esos meses entre 1990 y 1991 no podemos olvidar el tormento de la primera noche de bombas, y las siguientes. En Roma, desde el 15 de enero, un grupo se reunió frente al Parlamento. Nos quedamos allí incluso toda la noche hasta el día 16. Empezamos a esperar que sucediera el milagro de la suspensión de la guerra. Pero a las dos de la madrugada un pacifista que tenía una radio nos dió la noticia fatal: «Están bombardeando Bagdad». Al día siguiente, el Parlamento italiano decidió participar en el crimen, pasando por encima de la Constitución italiana que establece en el Artículo 11: “Italia repudia la guerra”. Nuestra única defensa  en ese momento fue insultar a los parlamentarios belicistas cuando salieron de la sala de audiencias, un arma inútil que no les afectó en nada. Desde entonces, durante semanas, fue como si las bombas en Irak cayeran sobre nuestras propias casas. Asistimos, sin poder hacer nada para evitarlo, a todo tipo de crímenes de guerra desde lejos: bombardeos de acueductos, refugios antiaéreos, fábricas. Hasta la ofensiva terrestre de finales de febrero, con el exterminio de los soldados iraquíes que regresaban a casa en el desierto … Enterrados vivos por las excavadoras de los marines, quemados en sus camiones incendiados por los misiles. Para nosotros, los pacifistas, que estamos en contra de la guerra, la tentación de quemar la cédula de identidad occidental y de solicitar asilo político en países que no están en guerra fue fuerte. En los países árabes también muchos ciudadanos se manifestaron en contra de la decisión de sus gobiernos de participar en la guerra contra Irak.  

Una guerra decidida. La escalada hacia el ultimátum  

Meses antes, todo ya había sido decidido, en el Consejo de Seguridad, el 29 de noviembre de 1990. Ese día se aprobó la decimoquinta resolución, la 678, que autorizaba a los Estados miembros a utilizar «todos los medios necesarios» (incluida la fuerza) para lograr el retiro de Irak de Kuwait. El ultimátum estaba fijado para el 15 de enero de 1991. Ninguno de los cinco miembros permanentes vetó la acción: China se abstiene;la Unión Soviética de Gorbachov vota a favor. Los miembros no permanentes no occidentales del Consejo (los occidentales siempre se alinean con los Estados Unidos, una vieja historia) son: Colombia, Costa de Marfil, Etiopía, Malasia, Rumania, Zaire, Yemen y Cuba. Solo los dos últimos se atreven a decir que no, comprometidos con una solución pacífica desde el inicio de la crisis.

Cuba no sorprende y confirmará en las décadas que siguen su oposición a las guerras de agresión, el mayor acto de terrorismo, perpetrado directamente por ejércitos gubernamentales de los países hegemónicos (miembros de la OTAN y monarquías del Golfo) o por medio de asesinos y terroristas. En cuanto al Yemen recientemente unificado, una excepción republicana en una península árabe de jeques, emires y sultanes. Desde el comienzo de la crisis en agosto 1990 asumieron su responsabilidad de ser el único país árabe presente en el Consejo de Seguridad y recuerdan a este último que la Carta de las Naciones Unidas exige que se busquen ante todo soluciones regionales. Pero la Liga Árabe, sometida al brutal dictado de Estados Unidos y los monarcas del Golfo, condena a Irak el 4 de agosto; solo Libia se opone. Yemen, Argelia y Jordania se abstienen. Palestina, Sudán y Mauritania expresan «reservas». Túnez no participa en la votación. Esto a pesar del obvio doble rasero con la ocupación israelí de Palestina y los márgenes de negociación que aparecen en las mismas cartas del ministro iraquí Tareq Aziz (publicadas en Events that led to Gulf War, de Abu Bakr Hamzah).

En el Consejo de Seguridad, la escalada prevé una cacería unánime masiva que se intensifica ante la resolución definitiva 678 (una reconstrucción se puede leer en el ensayo Calling the Shots de Phillis Bennis). Mientras tanto, debe evitarse un veto. La Unión Soviética, al borde de la disolución, en ese momento dependía demasiado de la ayuda occidental y Estados Unidos obtuvo cuatro mil millones de dólares adicionales de Arabia Saudita para Moscú. Además a China se le prometió un retorno a la legitimidad diplomática después de 18 meses de aislamiento debido a los eventos en Tiananmen. Se ofrecieron múltiples y nuevos paquetes de ayuda a cada miembro no occidental no permanente. En cuanto a Cuba, los diplomáticos estadounidenses estuvieron tratando de persuadir a La Habana para que detuvieran sus esfuerzos para que otros países también dijeran que no; el intento, por supuesto, fracasó. Poco después de la votación, se informó a Yemen que su «no» le costará más caro que nunca. Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional cancelan su paquete de ayuda. Arabia Saudita expulsa a casi un millón de yemeníes que proporcionaban mano de obra barata. El país pierde tres mil millones de dólares en remesas: el desastre económico contribuye a la guerra civil que estallará entre el norte y el sur en 1994.

Tras la imposición del ultimátum, algunos países tratan de evitar la guerra: Irán, apoyado por la URSS; los no alineados, liderados por Daniel Ortega presidente de Nicaragua; India, Alemania; y el secretario de la ONU. El 28 de febrero, a pesar de que Irak declara su retirada, el Consejo de Seguridad vuelve a capitular y no detiene la masacre de la ofensiva de tierra.

Después de la guerra, Cuba intenta en vano enmendar la resolución 687 sobre el alto el fuego, diseñada de tal manera que deje a Irak bajo embargo. En los meses siguientes, una delegación de pacifistas italianos que visitaban los hospitales de Bagdad se encuentra con un médico cubano-palestino, Anuar, que sigue encarnando la solidaridad internacionalista de la isla de Fidel. Pero el embargo de Irak, un embargo hambriento, continuó hasta 2003. Hasta la segunda guerra,esta vez no de la ONU sino del hijo de Bush, George W. Bush y todos sus aliados, sobre todo Tony Blair.

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Marinella Correggia Periodista, escritora y ecopacifista

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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