Lo que Bolívar no hizo, aún está por hacerse

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Por Félix Roque Rivero

“Querida Fanny, muero miserable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores, víctima de un intenso dolor; presa de infinitas amarguras. Te dejo, querida prima, el recuerdo de mis tristezas y lágrimas que no llegarán a verter mis ojos. Es esta mi ofrenda para ti». Era el seis de diciembre de 1830, Bolívar llegaba a Santa Marta en una berlina. Sus fuerzas se habían marchitado con los años, las enfermedades, las marchas a caballo, los trasnochos, los combates, las travesías por los páramos. En el paso de los Andes quedaron marcadas las huellas de sus botas y las bajas temperaturas sucumbieron ante la calidez volcánica de su mando. «Fanny, me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar y perderse en el vacío. Aunque todos me abandonan, tú estás conmigo Fanny en estos postreros latidos de mi corazón y me iluminas y me llenas de fuerzas de fe, de amor, de esperanzas y vuelvo a escuchar el tronar de los cañones en Carabobo, Boyacá y Junín. Esta letra temblorosa con que te escribo, ya no es la misma de trazos claros que se estampó firme y segura en Trujillo, cuando redacté de mi puño el Decreto de Guerra Muerte que tantos vilipendios me ha causado pero que justifico en cada bala no disparada y en cada soldado y patriota salvado de la barbarie del imperio español que nos atosigaba y nos reducía a ser menos que esclavos”.

El 17 de diciembre de 1830, hacen 190 años, Bolívar nos dejó físicamente. Unos días antes, a solas con el médico Alejandro Próspero Reverend, Bolívar, siempre preocupado por los demás menos que por él mismo, le preguntó al médico que lo cuidaba…y Ud., ¿qué vino a buscar a estas tierras Dr.? La libertad, le respondió el médico; y Bolívar, siempre acuciante le repreguntó: ¿y la encontró? Sí mi General, contestó Reverend. Que afortunado es Ud., ya aún no la he encontrado, le dijo Bolívar. Una respuesta que pesaba todo el oro de la tierra proveniente de él, que había entregado su vida a la causa de la independencia, de la libertad de los esclavos, a liberación de los oprimidos, a la fundación de naciones libres. Aquel hombre visionario que había dicho que allá, al norte del continente americano existía una nación muy rica, poderosa y capaz de todo, se marchaba afirmando que él aún no había tenido la dicha de encontrar la libertad. Con amargura le dijo a su médico… vuélvase usted a su bella Francia, no se puede vivir aquí en este país, en donde hay muchos canallas. Los canallas no se han marchado, continúan viviendo por estos lares Simón. Te puedo hablar de un tal Almagro que renegó de los suyos, se hizo gringo de pensamiento y acción. Sin ningún empacho traicionó a sus hermanos para convertirse en el más abyecto de los renegados y canallas, nada diferenciado de los que te llevaron al sepulcro y destartalaron la nave de tus sueños. Otros canallas se autoproclaman en las plazas públicas y usurpan y hablan en tu nombre sin mácula y se llenan los bolsillos con los dineros de tu pueblo amado.

José Joaquín Olmedo se pregunta en su poético canto… «¿Quién es aquel que el paso lento mueve sobre el collado que a Junín domina, que el campo desde allí mide y el sitio del combatir y del vencer designa? Eres tú Libertador el que bajo el ondear de tus pendones ordena cada avance, cada arremetida temible de las lanzas llaneras, el de la voz de barítono que todo lo conduce, que arenga a sus soldados por el eje vertical de los desfiladeros y que marcha animado por el Dios de la fortuna hacia la victoria. Es tu genio de soldado que vas martillando herraduras para que los caballos no flaqueen, es el guerrero que no se permite ni un descanso, un descuido, el vencedor que prepara el canto en cada victoria. El mismo que se envuelve en su manto para tragarse las derrotas y salir de nuevo al campo». Seguro que asimismo quieres ver a tus hijos de hoy, rodilla en tierra, defendiendo tu legado con el honor de tu grandeza, enfrentando a los imperios invasores y supremacistas, a los vende patria que por unos cuantos papeles verdes venden hasta a sus madres y a sus hijos, a los corruptos y ladrones que disfrazados de patriotas trafican en tu nombre impunemente. Contigo toca combatir a los fanáticos que emergiendo del averno negro se toman fotos al lado de tu retrato para marcharse luego a cometer fechorías.

Ya próximo a su hora de partida, Bolívar le dijo a Reverend…¡Cómo saldré yo de este laberinto! Aquí vine conducido por la ingratitud de mis enemigos y también de mis pretendidos amigos. Mirando el piso de mosaicos del cuarto que parecía un tablero de ajedrez de aquella Quinta que le prestaron, el padre Bolívar iba repasando en cada cuadro su larga y breve vida. Escuchaba el sonar de las aguas del río Guaire de su Caracas natal, jugueteando en los árboles de granado y peleándose con Bello y Simón Rodríguez, queriendo ser él el que impusiera el ritmo de las clases que recibía. Volvía a San Mateo junto a María Teresa, su amada esposa que se le murió en los brazos con los ojos abiertos suplicantes y él ahogado por el llanto inconsolable. Recordaba a Europa, los bailes, los salones de juego, los libros leídos, su encuentro con el sabio Humboldt, su juramento en el Monte Sacro. Su regreso a la patria, sus tertulias con Miranda, los intentos de asesinatos en su contra, la peregrinación a Oriente escapando del sanguinario José Tomás Boves. Los cuadros del piso se le acababan, la vista se le nublaba. La vida se le escapaba a todo galope, su voz ya no era tal sino un mar de confusiones, su rostro lucía sereno sin señal de dolor ni de padecimiento, la respiración le fallaba, el pulso muy trémulo, la muerte sentada a un borde del camastro. Reverend se asomó al aposento y llamando a los generales, los edecanes y los demás integrantes del séquito del Libertador, exclamó solemne: «Señores, si queréis presenciar los últimos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo». Sus compañeros llorando le rodearon y a los pocos minutos exhaló su último suspiro Simón Bolívar, el gran Capitán, el más ilustre de los ilustres héroes de la independencia sudamericana y caribeña.

Esta fecha de la conmemoración de tu gloria, Padre, con Neruda lo digo, nos conduce hacia la esperanza, el laurel y la luz de tu ejército rojo atraviesa la espesura de la noche y tu mirada vigilante atraviesa los mares y las montañas andinas y surca la Amazonía, alertando a los pueblos oprimidos. Tu voz Bolívar nace de nuevo. Tu mano firme vuelve a blandir la espada y tu pluma y tus ideas cruzan el horizonte convertidas en proclamas libertarias. Un mundo pluripolar y multicéntrico nace de tus acciones padre Bolívar. En cada plaza pública, es un honor alzar la vista y contemplar tu rostro purificado. Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos. Que no se nos olvide.

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Félix Roque Rivero Abogado

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