Después de Trump, ¡el diluvio!

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Por Ruperto Concha

En las graderías, la querida y multitudinaria hinchada eleva un huracán de aplausos pues ya la Gran Prensa, el sábado, dio su veredicto: ganó John Biden y perdió Donald Trump. Pero se sospecha que más de la mitad de los aplausos fueron por la derrota de Trump y no por el triunfo de Biden.

Como fuere, los analistas, dentro y fuera de Estados Unidos, no encuentran que haya realmente muchas razones para estar eufóricos. De hecho, dudan que haya siquiera algo que pueda hacernos sentir optimistas.

Para los observadores imparciales, resultó más que chocante el rol que asumieron los llamados “MSM”, Main Stream Media, la prensa dominante, durante todo el proceso político de oposición del gobierno de Trump desde el primer día de su gobierno.

De hecho, causó estupor la decisión que tomaron el sábado los principales canales de TV de Estados Unidos, de cortar bruscamente, a mitad de palabra, las declaraciones de Donald Trump, que denunciaba un supuesto fraude electoral en su contra y la necesidad de investigación judicial.

El periodista Lester Holt, de la NBC, se justificó diciendo: “Tuvimos que interrumpir a Trump porque estaba haciendo afirmaciones falsas y sin pruebas”. O sea, esos canales se arrogaron la autoridad de silenciar al Presidente por hacer afirmaciones que a ellos les parecieron falsas. Es decir, se autoasignaron las atribuciones de acusar, juzgar y condenar, sin apelación ni defensa del acusado y basándose únicamente en la propia opinión de ellos mismos, y además, de inmediato ejercieron también el rol de verdugos.

¿Y qué hay del derecho del público, de la gente, de escuchar al Presidente y adoptar una opinión propia sobre el asunto? ¿O quizás querían “proteger al público de escuchar cosas feas”?

¿Y esos medios se atreven a decir que defienden la libertad de expresión?

Se ha aducido que Trump no tiene pruebas sobre supuestas irregularidades fraudulentas. Sin embargo, los poquísimos medios que lo apoyan han señalado una serie de casos concretos, algunos respaldados por la Policía, que justifican al menos una investigación sobre posible fraude electoral.

Según reporta el periodista Jamie White, de la revista digital Infowars, en la noche del martes 3 fue detenido en la frontera con Canadá un funcionario de correos que llevaba un contenedor cargado de votos emitidos por correo.

El funcionario, Brandon Wilson, de 27 años, no pudo explicarle a la Policía el origen de aquellos votos. Pero luego declaró que él había tratado de despachar esa votación pero después se había olvidado.

Oiga, ¿no le parece a Ud. que un caso así amerita al menos una investigación?

Otra denuncia señala casos de alteración súbita de resultados en Michigan, por ejemplo, donde súbitamente, durante la noche, aparecieron 138 mil 339 votos, todos los cuales eran a favor de Biden. Es decir, esos más de 130 mil ciudadanos, ni uno solo habría votado en favor de Trump. ¿No le parece un poco raro?

También se está denunciando una serie de circunscripciones, en donde en las urnas aparecieron más cédulas de votación que los ciudadanos inscritos.

La lista de denuncias es extensa, y contempla posibilidades de fraude harto más graves que las denuncias de la Organización de Estados Americanos (OEA) para invalidar la elección presidencial de Evo Morales en Bolivia.

Y más graves, y con pruebas válidas, que las irregularidades con que la oposición venezolana desconoció las recientes elecciones de presidente de la Cámara de Representantes de su país.

Por otra parte, en términos de aportar pruebas para las acusaciones, los cuatro años de investigación sobre la supuesta connivencia política de Trump con Rusia, la llamada “Russia-gate” concluyeron sin que los acusadores demócratas pudieran obtener ni una prueba concreta.

¿Por qué, ahora, se trata de impedir a toda costa que haya investigación de los casos denunciados?

Al mismo tiempo, ¿cómo se explica que las plataformas digitales estadounidenses de redes sociales, Twitter, Facebook y Youtube, hayan bloqueado los mensajes que mencionan posibilidad de fraude y necesidad de investigación judicial sobre el proceso?

Sin excepción relevante, los analistas internacionales enfatizan que denunciar las miserias de este proceso electoral de Estados Unidos no tiene nada que ver con estar defendiendo a Donald Trump. Se trata concretamente de observar con alarma la desintegración de aquella democracia que llevó a Estados Unidos a convertirse en el gran modelo político del mundo occidental.

El analista Jonathan Cook, de OpEdNews, señala que el posible triunfo de John Biden expresa, sobre todo, un deseo compulsivo de demasiada gente que temía que el gobierno de Trump se prolongara cuatro años más. O sea, votaron por Biden como “mal menor”.

Y prevé que el gobierno demócrata puede ser un período adormilado, de torpor político y económico. Y señala también que no hay que confundir a Trump con los trumpistas, que se fortalecerán sin mostrarse demasiado, al menos al comienzo, pero que súbitamente pueden reemerger potenciados para hacer trizas la amodorrada calma del ya anciano John Biden.

En esa perspectiva, Trump aparece como una figura que logró en un momento movilizar a una masa de gente exasperada que creyó en la fórmula de retraer a Estados Unidos hacia una poderosa reconstrucción nacional dentro de sus propias fronteras.

Pero Trump no fue capaz de seguir sus propias propuestas. Atacado con ferocidad por la prensa dominante, desde el primer día de su gobierno, cayó en una cadena de resoluciones compulsivas, sin lograr sus intentos de garantizar un auge de empleos bien remunerados, de parar el flujo de inmigrantes para favorecer a los trabajadores nacionales, y, sobre todo, independizar a Estados Unidos de los compromisos internacionales suscritos por los gobiernos anteriores.

Estados Unidos estaba en gravísimos problemas desde el primer día del siglo XXI, cuando el republicano George W. Bush quiso retomar el dominio efectivo de la política y la economía mundial.

El incomprensible atentado del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono, detonó un recomienzo de la doctrina irónicamente llamada: “Una guerra perpetua para una paz perpetua”.

Los ocho años de gobierno de Bush, seguido por los ocho años del gobierno del Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, mantuvieron al régimen de guerra permanente, aunque trazando la estrategia de seleccionar a Rusia como el enemigo esencial de Estados Unidos… en tanto China siguiera acomodándose a las condiciones impuestas desde Washington.

Eso permitió que Estados Unidos suscribiera acuerdos internacionales de entendimiento, mientras se diseñaba un cinturón de enemigos de Rusia en torno de su territorio. De hecho, el régimen demócrata de Obama priorizó las acciones antirusas con las aventuras bélicas de Georgia contra Osetia del Sur, y el derrocamiento del presidente proruso Viktor Yanukovich en Ucrania, que transformó a ese país en un enemigo acérrimo de Moscú.

Junto a eso, Obama intentó crear una poderosa área de dominio sobre la cuenca del Pacífico y sobre el Atlántico Norte, con tratados que implicaban desplazar puestos de trabajo de Estados Unidos hacia otros países dispuestos a proporcionar mano de obra a bajísimo precio para las grandes empresas transnacionales.

De ahí que Donald Trump inició su gobierno paralizando los tratados y bloqueando el ingreso de trabajadores inmigrantes a Estados Unidos. Pero su proyecto estratégico fue mal diseñado y peor ejecutado. No solo no logró el retorno de puestos de trabajo a Estados Unidos. Además el déficit comercial de su país aumentó en miles de millones de dólares anuales, principalmente por la inmensa importación de productos de la China.

En su intento por mejorar la economía, recurrió a presiones comerciales cada vez mayores, que pronto exigieron ser respaldadas con sanciones comerciales que llevaron al inicio de la guerra comercial con China, cuyo costo en realidad recayó sobre los consumidores estadounidenses, por sucesivas alzas de costos y precios.

El llamado “trumpismo” sería entonces esa base de gente frustrada y decepcionada, que había votado por Trump con la esperanza de acabar con la complacencia de los demócratas que favorecían los intereses de las grandes empresas sin atender a las aspiraciones nacionales. Es decir, podría haber un “trumpismo” refiriéndose a que Trump no realizó un gobierno de culto a la personalidad, sino que, aunque de mala manera, estaba representando los anhelos y la bronca de una parte de la base social.

Recordemos que en las elecciones de 2016 la nación estadounidense no solo rechazó la postulación de Hillary Clinton, sino que rechazó en forma abrumadora todas las candidaturas demócratas en casi todo el territorio. Ese año el Partido Demócrata perdió la mayoría que tenía en ambas cámaras del Congreso Federal, y un 70% de sus postulaciones en los parlamentos estaduales y las gobernaciones en todo el territorio.

La ira y el resentimiento popular contra los demócratas fue esperanza volcada en la propuesta nacionalista de Trump… Y, ya lo vemos, este no logró hacer honor a ello. De allí que, para muchos de los más serios analistas, esa mayoría que sigue resentida con los demócratas y está ahora defraudada por el fracaso de Trump, en estos momentos constituye una fuerza latente que de pronto puede hacer explosión.

Por lo pronto, incluso para la prensa europea más conservadora, resulta asombroso que, pese a toda la debacle económica e internacional, los demócratas no hayan podido lograr su sueño de recuperar la mayoría en el senado, donde los republicanos al parecer conservan su mayoría de cuatro votos.

Igualmente, en la convulsa ciudad de Portland, Oregón, el actual alcalde Ted Wheeler, republicano, derrotó con amplio margen a su oponente Sarah Innarone, respaldada por el Partido Demócrata y también por el movimiento “Antifa” de protesta contra el abuso racial.

De hecho, las cifras muestran que, de todos modos, Estados Unidos sigue dividido en los dos grandes bloques tradicionales, y, en el mejor de los casos, los demócratas alcanzarían solo un 3% de ventaja sobre Trump en votación popular.

Otro importante analista, Mamin Mazaherí, con sede en París, destaca también cómo en esta elección presidencial no hace mayor diferencia si el candidato presidencial ganador es Trump o Biden, ya que con cualquiera de ambos en este caso el vencedor real será el duopolio, el sistema bipartidista que ha sido instrumental para que la política, la estrategia militar y la economía de Estados Unidos se mantenga sólidamente bajo el control de las grandes empresas transnacionales.

Este analista señala que así como Trump no pudo desafiar los intereses de las grandes sociedades anónimas, Biden es aún más dócil a ellas. Y, además de eso, el poder real del nuevo gobierno, sobre todo si lo encabeza el demócrata Biden, estará en manos del llamado “Deep State”, el “Estado Profundo”, formado por una suerte de “sindicatos clandestinos” de operadores políticos, funcionarios públicos, operadores de la banca, funcionarios de los diversas organismos de seguridad, la CIA, el FBI, la DEA, entre otros, todos los cuales disfrutarían de respaldo financiero de las grandes empresas que, a su  vez, obtienen mediante ellos en control político real de Estados Unidos.

Ese “duopolio” aparece consolidado por el control total de los grandes medios de prensa y comunicación, y por su capacidad de financiar las campañas electorales de los candidatos que les son útiles.

En este caso, es notable cómo las grandes sociedades anónimas hicieron cuantiosos aportes para las campañas demócratas de este año, incluso de algunos candidatos considerados “progresistas” o “izquierdistas”.

Sea cual fuere finalmente el vencedor de esta elección presidencial, según Mazaherí, el nuevo gobierno volverá a ser dócil para el capitalismo transnacional, apoyado por un régimen de sanciones comerciales sobre países rivales y, por supuesto, respaldado por un poder militar que a su vez es fuente de inmensas ganancias para las transnacionales del rubro.

Sin embargo, esa perspectiva aparece con algunas novedades impresionantes. Una de ellas es la posibilidad de que China llegue a cerrar acuerdos gananciosos con Estados Unidos ahora, y que pongan fin a las desastrosas guerras comerciales de Trump.

Pero, a la vez, incluso analistas conservadores, profundamente ligados con el capitalismo tradicional, ahora están previendo transformaciones muy profundas en la economía y las relaciones internacionales.

Por lo pronto, y con el poderoso respaldo de la China, se prevé un aumento del rol de las Naciones Unidas, con facultades vinculantes, en el diseño de nuevas normas y procedimiento de Derecho Internacional.

Pero eso es un enorme tema que requiere un análisis en muchos episodios. Baste con saber que, en estos momentos, nada menos que el fundador y presidente del Foro Económico Mundial de Davos, Klaus Schwab, ha lanzado una propuesta bajo el nombre de The Great Reset, o sea el reseteo total de la economía mundial.

Un nuevo capitalismo social, basado en la integración de los intereses más diversos y poderosos de la humanidad actual, y más allá de la búsqueda de lucro de cada empresa, de cada mega empresa que no atiende más que a su propia ganancia.

En «El Gran Reseteo Mundial», por ahora, está convocando a los grandes líderes de las grandes empresas, para iniciar en lo que él llama “una nueva arquitectura de la economía mundial”.

Y en el contexto político de un mundo que está convulsionado por la debacle económica y por la pandemia del Covid-19, Klaus Schwab ve como imposible un retorno mundial a las condiciones que había en el pasado. Es una invitación fascinante que los grandes magnates de la política mundial están recibiendo: diseñar ahora el futuro que se nos viene encima.

Pero, ojo: Hay muchos que están sospechando que eso de diseñar ahora el futuro de una realidad postpandemia podría ser una manera ingeniosa de justificar el fracaso total de la economía neoliberal, cuyo fruto hasta ahora ha sido solo un endeudamiento mundial imposible de pagar.

Incluso hay quien sospecha que el Covid mismo pueda haber sido fabricado precisamente con el propósito de ponerle punto final al fracaso.

Hacer un “restart” completo porque ya las viejas fórmulas dejaron de funcionar.

Como fuere, está claro que después de esta elección estadounidense, ese gran país podría resquebrajarse a un extremo incurable. Como le pasó a Luis XV, Donald Trump quizás esté asumiendo algo así como “Después de mí, ¡el diluvio!”. ¿Le tocaría a Joseph Biden el papel de ser un Luis XVI, ese triste relojero casado con María Antonieta?

Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. Pero, ¿no siente Ud. curiosidad?…

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Ruperto Concha Analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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