9 de agosto: el doble crimen de la racionalidad del capital

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Por David Alvarado Patiño

Aunque la pandemia que azota actualmente al mundo imponga que nos encerremos tras las puertas de nuestra seguridad personal, siempre existe la posibilidad de saltar las vallas de la conformidad del sentido común, desde los resortes del pensamiento crítico. Nuestra capacidad ética de juzgar la realidad y los hechos históricos que la determinan, no yace en cuarentena, ni mucho menos guarda distancia social respecto de los grandes problemas que afectan la vida de las mayorías. La dimensión teórica de la praxis revolucionaria es inmune a cualquier intento imperialista de socavar su contenido ético, resistiéndose a las pretensiones de suplantarlo por unas cuantas reflexiones inmediatas sobre la posibilidad de salvar nuestras propias pellejas.

Paradójicamente, esta pandemia nos ha encauzado mediante su prolongación, directo hasta una fecha clave para criticar sus fundamentos y su propia razón de ser. Nos trae hasta el 9 de agosto, día del criminal acto genocida en el que Estados Unidos, hace ya 75 años, lanzó su segunda bomba nuclear a Nagasaki, tres días después de haber detonado la primera en Hiroshima, cuyos resultados fueron evidentemente devastadores.

La devastación planetaria no es una consecuencia inevitable sino el resultado de las premisas capitalista del lucro infinito para beneficio de unas minorías.

¿Qué tiene que ver la pandemia con este acto criminal de Estados Unidos en contra de la humanidad? Si sucumbimos ante el relato del “virus chino” en el que la enfermedad es producto del exotismo culinario asiático de comer murciélagos, probablemente no tenga nada que ver. Pero si superamos semejante relato fetichista, impuesto por los medios de comunicación imperialistas, cuya pretensión es velar las verdaderas razones, entonces será menos complicado inferir su vinculación directa.

La pandemia por el Covid-19 es producto de la expansión del capital hacia nuevas fronteras ecosistémicas, mediada por los actos de sobreexplotación animal de todo tipo, cuya finalidad de aumentar la tasa de plusvalor crea efectos desastrosos en la naturaleza. La aparición de nuevos agentes patógenos es una de sus consecuencias evidentes, la cual produjo un virus que ha llegado a todo el mundo mediante la ruta del capital y su circulación omniabarcante. De manera que el covid-19 no es extraño al capitalismo expansionista que busca acumular ganancias ad infinitum, bajo cualquier costo humano y natural.

¿Acaso no fue esta misma racionalidad infinitamente revalorizadora del capital la que motorizó la conformación de un imperio que pudiera hacerse de los recursos del mundo, sin la amenaza de otros países capaces de disputar su hegemonía? Estados Unidos con el fin de obtener un lugar destacado en el reacomodo supremacista del mundo al que apuntalaba la segunda guerra mundial, no titubeo en aniquilar miles de vidas japonesas detonando dos bombas nucleares, cuyos efectos continúan percibiéndose en las víctimas aún en nuestros días. EEUU como primera potencia imperialista, se ha caracterizado por adueñarse de las riquezas de los países periféricos, sin miramientos respecto de la destrucción de la vida humana y de la naturaleza, de las cuales es absolutamente responsable.

El siglo XXI estará marcado por una nueva clase de refugiados, víctimas del cambio climático.

Lenin afirmó que el imperialismo es la fase superior del capitalismo, porque comprendió el carácter expansionista del capital en sus momentos de mayor desarrollo. Por ello, criticar al imperialismo debe suponer criticar a la racionalidad del capital que lo conduce.

Por tanto, la actual pandemia por Covid-19 y los crímenes imperialistas de los Estados unidos, tienen en común que ambos son productos legítimos de la expansión del capital, cuya lógica acumulativa crea destrozos incuantificables tanto en la naturaleza como en la vida humana.  Estados Unidos, como principal país imperialista, tiene responsabilidad en ambos acontecimientos, aunque en el primero de ellos sea sólo de manera indirecta.

De manera que, en pleno contexto pandémico, resulta más vigente que nunca denunciar los crímenes de Estados Unidos en contra de la humanidad. El 9 de agosto se revela como una fecha icónica para hacerlo, porque remite a uno de los actos genocidas más violentos de la historia, cometido por un gobierno en busca de consolidar su hegemonía capitalista.

Sólo queda convocar a las personas humanistas del mundo; a quienes sienten en su propia piel las injusticias ajenas; a quienes luchan a diario por transformar el modo ecocida de producción capitalista, desde la batalla de las ideas y desde el terreno popular, a que, de aquí a la posteridad, conmemoren el 9 de agosto como el Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad.

Las restricciones inmunitarias de los Estados y las propias angustias personales provocadas por la amenaza constante de la pandemia, en muchos casos pueden inhabilitar coyunturalmente nuestras tradicionales maneras de luchar revolucionariamente en contra del capital. Pero lo que de ninguna manera puede llegar a trastocar, es nuestro compromiso ético de solidarizarnos con las mayorías afectadas por el imperialismo, cuya resistencia se revela como la más importante búsqueda de un nuevo orden mundial.

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David Alvarado Patiño Filósofo

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