Espigar la realidad

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Por Sebastián López

En el documental Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse), la llamada “abuela de la nueva ola” (o nouvelle vague, corriente de cine francés surgida en la década del 50), Agnès Varda, nos pone como punto de partida la pintura “Las espigadoras” de Millet, hablando de cómo el espigar era una actividad pasada, en la que en una mayoría de mujeres iban a recolectar las espigas sobrantes de las cosechas, las que quedaron rezagadas, rechazadas o las que simplemente cayeron sin ser pepenadas por los dueños de las fincas.

Muchos pensaban que aquella era una actividad del pasado, algo inusual ver, sin embargo, Varda nos muestra cómo no ha cesado, sino que evolucionó y, debido a la cultura del consumismo y el derroche, el acto de pepenar, el espigar o pizcar, está más presente que nunca.

Recorriendo pintorescos paisajes de Francia, desde el campo a las ciudades, algunas veces en un invierno que parece eterno, la realizadora explora las vidas de diversas personas, desde un camionero que perdió su trabajo y su familia, un grupo de gitanos, el dueño de un restaurante que abastece a su cocina con ingredientes pepenados, gente que da otro uso, recicla o convierte los objetos tirados a la calle, y un profesor que enseña a inmigrantes de noche, mientras se dedica a recolectar frutas y verduras desechadas de un mercado. Todo esto capturado con la nueva adquisición de la directora: una cámara digital, de la que se maravilla al comienzo de la película, mostrando sus canas y las arrugas de sus manos, diciéndonos con esto cómo ha pasado el tiempo.

Con dicha filmadora, con un lenguaje audiovisual sencillo, cámara en mano y con el azar siempre presente en las tomas espigadas por Varda, el documental se vuelve una encantadora joya de la que tras su tinte naïve, se esconden grandes verdades y un manejo excelente de la narración y el montaje.

La informalidad con la que es hecha Los espigadores y la espigadora resulta cautivante, sobre todo porque nos encontramos frente a una de las veteranas del cine francés, que en esta ocasión va sencillamente a capturar las imágenes que darán forma a una obra imperdible.  

Una escena rescatable es cuando Varda olvida apagar la cámara mientras camina y charla con unas personas; en la pantalla solo vemos la tapa del lente yendo y viniendo por un par de minutos.

Algunos ven este filme como una declaración contra el consumismo y la culpa del capitalismo en generar un modelo en que se derrochan grandes cantidades de alimento solo por no ser adecuados para su venta, y “no ser adecuados para la venta” significa desde que una manzana o papa no tengan un tamaño o forma ideal (Varda recolecta papas con forma de corazón desechadas por las empresas)  o por su color y demás estándares que hacen que la agroindustria descarte toneladas de alimentos en terrenos baldíos, a los que numerosas personas acuden a recoger los desechos comestibles, sin embargo, no basta con su ayuda, ya que gran parte de la comida termina por pudrirse.

Finalmente, el documental expone el derroche de comida y pertenencias, la vida de quienes viven gracias a la basura de otros o al menos se benefician de ella. También habla de cómo hay quienes no permiten prácticas como el espigar o pizcar, e incluso hurgar entre la basura, esto acudiendo a supuestas leyes que los respaldan.

Por último, nos da a conocer, a través de un abogado rural, que el acto de espigar es un derecho.

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Sebastián López Cineasta

FICHA TÉCNICA

Directora: Agnès Varda

Guion: Agnès Varda

Producción: Cine Tamaris

Música: Joanna Bruzdowicz, Isabelle Olivier, Agnès Bredel, Richard Klugman

Género: Documental

Duración: 82 minutos

Año de estreno: 2000

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