Por Luis Britto García
I
Distancia
Éramos pueblo tocador, sobador, rascabucheador, pellizcador y puyador de barriga. Ahora la peste nos impone la distancia social. El japonés saluda de lejos, con reverencia, cuya inclinación depende del rango social de saludante y saludado. Al Emperador del Japón no se le puede ni dirigir la palabra. El Emperador de China solo podía ser contemplado desde la distancia ceremonial que garantizaba que cayeran al suelo los puñales lanzados por los asesinos. En el Rikjsmuseum de Amsterdam aprendí que los retratos de Rembrandt deben ser mirados desde la distancia que en su época separaba al déspota del lacayo. Visto más de cerca, se disuelve el retrato en masa de colores y el despotismo en amasijo de arrugas. Nos dicen los investigadores de la proxemia que hay una distancia social y otra íntima, cuyas fronteras invisibles no pueden ser traspuestas sin castigo. Me encuentro ahora con la distancia pestífera, sin más límite que la paranoia. La distancia entre los dos es cada día más grande. Magnífica coartada para alejarnos de quienes nos detestan o detestamos. Como astros del Universo en expansión, nos alejaremos todos infinitamente cada uno del otro hasta que nuestra luz deje de ser perceptible.
II
Implantes
La teoría de la conspiración afirma que la pandemia será utilizada como excusa para implantarnos en carne viva el chip que sabrá todo sobre nosotros y lo contará a quien no sabemos. Demasiado era ya que celulares, correos electrónicos y cookies informaran de todos nuestros contactos, conversaciones y redes sociales a todas las Agencias de Inseguridad. Deciden los creyentes sacarse del cuerpo el chip delator a punta de navaja, como el personaje de Bruce Willis en la película 12 monos. Los implantes erradicados siguen su vida propia, dejando huellas en cajeros automáticos, censos, encuestas, correos electrónicos, suficientes para crear un mundo ficticio perfectamente controlado de lo que ocho mil millones de microchips supuestamente hacen. Mientras ocho mil millones de seres humanos siguen con su existencia caótica, anárquica, secreta, ignorada.
III
Virus
El virus, que no está vivo ni muerto, destruye lo viviente. Contagiado por contacto social, se apodera de una célula sin defensas inmunológicas y consume todos los recursos de esta para multiplicarse. El virus no produce ni crea, ni cumple ninguna función útil al organismo que invade. Simplemente infecta más células y consume los recursos de estas hasta que el organismo colapsa con todo y virus dentro. El neoliberal que invade una célula revolucionaria sin defensas inmunológicas no está vivo ni muerto y nada aporta al cuerpo político que contagia. Simplemente utiliza todos los recursos de la célula para propagarse a otras células e inhabilitarlas para sus fines originarios, hasta que el organismo revolucionario colapsa por no poder cumplir con sus funciones. Contra el coronavirus y el virus neoliberal se recomiendan la distancia social y la cuarentena estricta de los infectados. Si presenta síntomas tales como la idea de someter las controversias de interés público a tribunales extranjeros, conceder al capital extranjero mayores privilegios que al nacional, aplaudir la dolarización o privatizar las industrias básicas, llame de inmediato a la unidad sanitaria más próxima para ser internado.
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Luis Britto García Historiador y escritor