La aventura de educar a distancia en Venezuela

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Por Ana Cristina Bracho

Han pasado más de dos meses desde que el gobierno nacional anunció que la educación nacional, pública y privada, en todos sus niveles quedaba suspendida y debía adaptarse para dictarse de manera inmediata de manera virtual. Este ejercicio, que constituye uno de los desafíos globales que impuso el Covid-19, pone en evidencia muchas debilidades en el acceso a la educación y nos hace preguntarnos si los rituales escolares que seguimos arrastrando se adaptan a las exigencias de la sociedad actual.

¿Cómo educamos para la democracia? ¿Cómo educamos para un modelo participativo y protagónico? ¿Cómo se educa en un país asediado y con una prestación deficiente de los servicios públicos? ¿Qué importancia tiene la empatía y la esperanza en el proceso que estamos viviendo?

Los aspectos más generales que nos describan cómo fluyó este proceso seguramente se publicarán entre julio y agosto, cuando el año escolar y los semestres universitarios hayan concluido, pero transcurrido este tiempo es posible hacer algunas notas, a modo de balance personal de la experiencia en la dualidad de roles y de los intercambios con los padres, madres, estudiantes y profesores que transitan por primera vez este recorrido.

Más fácil continuar que comenzar

Este escenario anormal me tocó hacer frente a dos grupos universitarios distintos entre ellos. Todos son estudiantes de postgrado, pero un primer grupo comenzó su primer semestre, mientras que el segundo está por concluir sus maestrías. Para los primeros, el reto fue mayor. Estaban en un nivel educativo desconocido, en una universidad nueva y sin saber exactamente qué esperaban de ellos. En este grupo, la deserción se dio en las primeras semanas. Para los últimos, que ya conocían el programa y tenían un importante trecho recorrido, la motivación era mayor. Trataron desde el comienzo evitar que la pandemia arrasase con lo que ya habían hecho.

Entre los que abandonaron el inicio de un nuevo proyecto educativo, considero importante destacar que varios señalaban que ellos no habían decidido estudiar a distancia y, por ende, como adultos, se separaban del programa.

Con los que se quedaron, el paso del tiempo contribuyó a la adaptación y a la perdida de la ansiedad inicial que les producía el nuevo formato. A dos meses de recorrido, en una encuesta de percepción que realizamos los resultados fueron que el 70.6% de los estudiantes dijo sentirse bien, el 23.5% normal y solo un 5,9% dijo sentirse mal con los estudios a distancia.

Sobre las estrategias pedagógicas empleadas las personas dijeron preferir las lecturas individuales (47.1%), los foros con los compañeros (35%) y solo el 17.6% dijo apreciar las clases en video.

En relación a las dificultades que experimentan con esta nueva modalidad un 64.7% dice que están relacionadas con la conectividad, frente a dos otros grupos que señalan que los problemas están en la lectura en formato digital (17.6%) e interactuar permanentemente con desconocidos (17.6%). Sobre la conectividad es valioso observar que el 94.1% de los participantes dicen depender de un celular para participar.

El gran reto de evaluar

Hace un mes advertíamos que veíamos con preocupación que este cambio de modalidad fortaleciera ideas de la educación como un proceso “bancario”[1] donde se trata que un docente deposite conocimientos en un alumno, entendido como una persona que no dispone de algún saber. Esta angustia se ha profundizado con el paso del tiempo y el análisis de dinámicas que simplifican la educación virtual entendido que se trata tan solo de mandar a hacer actividades y evaluarlas.

«Es clave pensar que la educación no solo debe preparar buenos técnicos o profesionales, sino que debe insertarse en una dimensión más humana que ayude a las personas a conseguir sus sueños y a desarrollar sus entornos»

Sobre este tema, observo algunos elementos diferenciados por los niveles de la educación de los que se trate. Por ejemplo, los padres de niños de educación primaria refieren el diseño de evaluaciones destinadas para ellos y no para los niños y niñas. Como el caso de una maestra que decidió en sexto grado mandar a hacer un “cuadro sinóptico” de las causas de la pérdida de la Primera República a niños que no sabían que era un cuadro sinóptico ni conocían qué ocurrió en esa época. Similar a la situación de niños y niñas menores que les piden hacer manualidades usando revistas, cuando este objeto –antes común y económico– ahora no existe en la mayoría de las casas.

Igual descontento he visto en estudiantes universitarios cuyos profesores han decidido realizar evaluaciones con el auxilio de formularios automatizados, cuando su técnica pedagógica ha sido tan solo ordenar investigaciones sobre temas amplios y luego exigir que los estudiantes los reduzcan a esta mínima expresión, cuando no ha contado con una orientación sobre el paradigma o contextualización de lo que debe buscar.

De la empatía en especial

Una educación realista exige que admitamos en la práctica que el estudiante es una persona. Una que en este momento se enfrenta a una situación de incertidumbre y dificultad que no se había enfrentado nunca. Sobre esa base, me parece que no puede separarse la función de educar de la consideración del sujeto que se educa como una persona que se enfrenta a grandes dificultades y que debe encontrar en la práctica educativas maneras de mejorar, relajarse y mantener algún nivel de certeza y esperanza frente al contexto.

Para lograrlo, la experiencia de la educación en la pandemia debe ser mucho más flexible que tan solo cambiar de formato. Se trata de procurar un espacio de bienestar, que permita la construcción de nuevos saberes pero que considere cómo cada semana tiene en Venezuela su propio ritmo. Al analizarlo así, se observa cómo en las semanas que ha habido hechos políticos mayores ha mermado la capacidad de los estudiantes de llevar el ritmo en comparación a las semanas más tranquilas.

Lo que se agudiza cuando avanzamos hacia un esquema de retoma del trabajo y redimensión de la cuarentena, haciendo que muchas veces el sujeto “estudiante” tenga ahora que compartir más roles: maestra/mamá o maestro/papá, ama/o de casa, proveedor-a/trabajador-a y ahora población con actividades fuera del hogar.

Así, algunos conceptos que ya tienen un par de años en las ciencias sociales se hacen más urgentes porque no habíamos enfrentado con más crudeza una “modernidad líquida” que lo que la estamos viviendo cuando, semana a semana, nuestras vidas cambian y no tenemos claridad de cuál será el escenario un par de días después. Por ello, pienso que es importante incorporar algunos conceptos planteados por Zygmunt Bauman, pues estamos educando en medio de un nivel profundo de crisis y de incertidumbre.

En medio de semejante oscuridad, de posibilidades masivas de guerra, de la eventual deriva de los países hacia regímenes que rompen los vínculos de la solidaridad, es necesario centrarse en  formar ciudadanos que recuperen el espacio público de diálogo y sus derechos democráticos, pues un ciudadano ignorante de las circunstancias políticas y sociales en las que vive será totalmente incapaz de controlar el futuro de estas y el suyo propio.

En este punto, es clave pensar que la educación no solo debe preparar buenos técnicos o profesionales, sino que debe insertarse en una dimensión más humana que ayude a las personas a conseguir sus sueños y a desarrollar sus entornos. Así como un derecho humano en el que debe procurarse condiciones de igualdad material que están muy comprometidas por la brecha tecnológica.

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Ana Cristina Bracho Abogada


[1] Bracho, «Acerca de la educación en línea».

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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