De la Revolución Industrial a la revolución robótica

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Por Guillermo Morillo

Hoy puede darse por fenecida la Revolución Industrial y dar cuenta que la revolución de la robótica hizo su aparición ya desde décadas pasadas.

Existe una revolución robótica que dio al traste con la gran industria y el capitalismo, pasó a una nueva fase: la financiarista. Los seis grandes países capitalistas (G-6) mudaron sus industrias a la vieja periferia colonial –nuevo colonialismo o neocolonialismo–, donde no importa si la producción es manufacturera, en el sentido recto de la palabra. Sabemos que la producción industrial se ha convertido en una diáspora de instalaciones que se extiende por todo el planeta. En unos lugares extraen materias primas, en otros se elaboran partes y en otros los ensamblan. Eso sí, la distribución es mundial, aunque regionalizada, y está en manos de las grandes transnacionales del G-6 –monopolios de privilegio–.

Esta revolución, al igual que la primera, obedece a un desarrollo típico del capitalismo que, en aras del beneficio, transforma constantemente los factores de producción en búsqueda de la ganancia. Eso sí, debe aclararse que el desarrollo de la técnica –tecnología– solo es posible en lugares donde hay producción, distribución, mercados y comunicación. Lo mismo se puede decir del avance científico, que surge solo bajo esas condiciones y no con el descubrimiento científico eventual, que es una derivación de ello.

Los antecedentes de la revolución robótica tienen su origen en la cibernética, que podría ser calificada como la ciencia de la recopilación y recuperación de datos. Para ello se desarrollaron lo que dio en llamarse “cerebros electrónicos”, enormes aparatos que funcionaban con válvulas electrónicas (tubos, se les denomina vulgarmente), hasta que progresivamente fueron apareciendo los semiconductores. Allí surgió la posibilidad de la miniaturización de esos equipos. Lo que fue acompañado de los circuitos integrales e impresos. Apareció también el computador personal (PC). Pero todo eso hizo posible el desarrollo de la robótica, que no debe confundirse con la imagen de una máquina humanoide –o en forma de araña, por el equilibrio que representan sus ocho patas–. Se puede poner un ejemplo patético, mientras nos ubican a buscar datos en la red, por medio de nuestra PC u otro implemento de este tipo, ellos le montan una tarjeta madre a un avión –lo robotizan– y lo convierten en un platillo volador. La producción en cadena ya es accionada por robots.

Esto ha creado una situación realmente espeluznante. La nueva realidad destruye millones de puestos de trabajo en el área industrial. Y asoma la posibilidad de producir tanto que ya no habría mercados posibles a su potencia creadora y por ende a quién vender nada. De hecho, ya en los países desarrollados el sector terciario de la economía superó al secundario –de transformación–.

«La nueva realidad destruye millones de puestos de trabajo en el área industrial»

El fenómeno de la mudanza de las industrias, exceptuando las de Defensa, de allí la  potencia que adquirió el complejo militar-industrial –industrias militares, ubicadas dentro de sus fronteras–, a la periferia neocolonial, por supuesto que llevó a controlar más las acciones de sus transnacionales por medio de organismos de carácter internacional, nacidos en Bretton Woods.

Esto permitió transformar la percepción del mundo. De pronto el conservacionismo adquirió una enorme relevancia, tanto como para desarrollarlo como consciencia universal. La idea básica es que el mundo permanezca como está. Si necesitas algo, ellos te lo venden. Asimismo, en cuanto a la contaminación, te dan bonos para que no contamines, para que como país debas quedarte como estás, sin desarrollo, en la selva profunda. O si controlas la natalidad. Y la nueva economía, necesaria para esta nueva situación, pudo desarrollarse a partir de la “Teoría del ciclo” de la Escuela austriaca. Con su cuerpo teórico que tiene como objetivo producir menos, pero conservando el beneficio, por medio de varios métodos a emplear, entre ellos la inflación “crónica”.

Algunos países capitalistas, puede suponerse que el Reino Unido y Estados Unidos, ya en el curso de la segunda gran conflagración, pensaron que había que parar la destrucción que estaba ocurriendo a consecuencia del colonialismo. Los mercados cautivos de las colonias más las fuentes de las materias primas, también cercadas por el mismo hecho, debió llevarlos a considerar en superar esa fase negativa del capitalismo: el imperialismo con su expresión colonialista. Y cavilaron en un nuevo orden mundial, con normas y procedimientos convenidos entre las partes, así como organismos internacionales que los ejecutaran y vigilaran su aplicación.

Estos acuerdos (Bretton Woods) se dieron antes que finalizara la Segunda Guerra Mundial, y allí fueron tomados en cuenta, junto con los aliados –exceptuando, como era de suponerse, a la Unión Soviética– los denominados países del Eje: Alemania, Japón e Italia. Y esto en plana conflagración.

Se crearon entonces los acuerdos que permitirían reordenar la “libre competencia” –entre ellos–. Seguramente acordaron acabar con el colonialismo –política que se llevó a cabo, por medio de las Naciones Unidas, en la década del 60 del siglo pasado–; la desnacionalización de las materias primas, para que todas sus transnacionales tuvieran acceso a ellas; una moneda internacional –el dólar estadounidense–, entre otros. Este plan tenía un procedimiento de aplicación cronológico y geográfico. Comenzaba en Iberoamérica en 1970 y finalizaba en los 80 –crisis de la deuda y firma de los Planes de Ajustes Estructurales (PAE), mal llamado “Consenso de Washington”, para hace creer que era solo en América–; para Asia entre 1980 y 1990 –crisis asiática–. Finalizando en Europa entre 1990 y 2000.

Se requería de una nueva ciencia económica, cuyo espíritu debía ser la contracción. De ella ya había antecedentes: la citada Escuela austriaca. Pero eso es harina de otro costal, para otro lugar y otro tema.

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Guillermo Morillo Filósofo

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