Por Sebastián López
Fundado en Cannes, Francia, en 1946, por Jean Zay, ministro de Educación Nacional y Bellas Artes del Frente Popular; y Albert Sarraut, ministro del Interior, este festival se ha convertido en el certamen de cine más prestigioso y publicitado del mundo.
Cannes conserva el elemento “sorpresa” por encima de la “expectativa”, que tienen los premios Oscar sobre la ganadora. Se trata de una cita donde se estrenan y exhiben por primera vez las obras participantes, para después proceder a la premiación. De esta manera, se priva a las y los cinéfilos de realizar apuestas sobre sus favoritas para la Palma de Oro (Palme d’Or).
Entre los galardones que figuran en la competición se encuentran: el principal, la Palma de Oro, el Gran Premio, el Premio del Jurado, la Palma de Oro al mejor cortometraje, Premio a la interpretación femenina, Premio a la interpretación masculina, el Premio al mejor director y el Premio al mejor guion. Sin contar las secciones que no forman parte del certamen, como el Premio Una cierta mirada, los premios Cinéfondation y la Cámara de Oro.
Como siempre, sorprende averiguar qué se proyecta cada año en un espectáculo tan prestigioso, y para quienes no estamos presentes durante el Festival, solo nos queda armarnos de paciencia y esperar a que las películas sean exhibidas a la brevedad, o que al menos un alma caritativa con corazón de pirata la suba a Internet para que los cinéfilos de la periferia cinematográfica podamos deleitarnos con las obras que acapararon las miradas de cientos de expertos y famosos en los días de la solemne gala.
En su 72º edición, el filme que se llevó la Palma de Oro fue Gisaengchung (Parásito), del director coreano Bong Joon-Ho. Según la sinopsis, publicada en la página oficial de Cannes, la película habla de la familia “Ki-taek”, que está desempleada “y se interesa mucho por el tren de vida de la riquísima familia Park. Un Ki-taek logra trabajar en casa de los Park. Es el comienzo de un engranaje incontrolable, del cual nadie saldrá realmente indemne”.
Nuevamente, el otrora subvalorado cine coreano tiene cosas que decir. Con temáticas raras, enigmáticas, violentas, vuelcos de tuerca, tramas sórdidas y mundos hostiles, este cine, desde hace un buen tiempo, nos ha brindado grandes exponentes del cinematógrafo asiático, convertidos automáticamente en joyas del cine universal y clásicos del séptimo arte.
He leído y escuchado que la razón de la violencia en el cine coreano se debe a la historia misma del país. Desde mi periferia expreso mi admiración por la creatividad y los giros con los que sus realizadores abordan temáticas tan viejas o trilladas como los conceptos de “Romeo y Julieta”, por poner un ejemplo.
En Cannes se ha galardonado una variopinta e infinita diversidad de obras provenientes de distintos rincones del mundo, pero, sin dudas, marca la inclinación a la que tiende el mundo cinéfilo por el cine asiático; al menos cada cierto tiempo, cuando se descubren verdaderas joyas de la industria.
Esta versión de la gala trae regalos, esperemos que nos lleguen aunque a destiempo. Así, Latinoamérica estuvo presente en la gala, en la que los premiados fueron: Brasil: Bacurau, de Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho, ganadora del Premio del Jurado; Guatemala: Nuestras madres, de César Díaz, ganadora de la Cámara de Oro, mejor ópera prima; Argentina: Monstruo Dios, de Agustina San Martín, mención especial del jurado para mejor cortometraje; Brasil: A Vida invisivel de Eurídice Gusmão, de Karim Aïnouz, ganadora de Una cierta mirada, mejor película; Chile: La cordillera de los sueños, de Patricio Guzmán, Premio a mejor documental.
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Sebastián López Cineasta