Por Eduardo Paz Rada
Los vientos políticos que soplan en América Latina y el Caribe en el momento actual tienen un sentido conservador, neoliberal y colonial, marcado por el ascenso de las fuerzas políticas y económicas de las oligarquías y de las iniciativas intervencionistas del imperialismo. Esto no es novedad en nuestro continente, sin embargo, la experiencia y la acumulación nacional-popular, así como los avances de unidad e integración nacionalista y antiimperialista de los pasados quince años, son una potencia que permite avizorar un horizonte propicio para la liberación nacional y el socialismo latinoamericano en la perspectiva del todavía largo siglo XXI.
La dialéctica histórica se manifiesta precisamente a través de las contradicciones, las luchas, los enfrentamientos, los avances y retrocesos, las experiencias de la lucha nacional-popular y la lucha de clases por conseguir la conducción, dirección y hegemonía en la sociedad con fines alternativos, en correspondencia con los intereses que están en juego: el destino emancipador y unificador de los pueblos o el sometimiento y la imposición del imperialismo.
Las tensiones y la agresión del imperialismo y sus aliados se fueron acelerando y profundizando desde la muerte del comandante bolivariano Hugo Chávez, el 5 de marzo de 2013, estimulando la conspiración en distintos países de la región con la finalidad de frenar el impulso revolucionario y los proyectos de avanzada de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que han marcado la ruta de la independencia y la unidad.
Maniobras y golpes de Estado
Las maniobras, conspiraciones, amenazas y manipulaciones de distinto tipo han dado resultados a las fuerzas de las oligarquías y el imperialismo en varios países de la región. Con los casos de los golpes “blandos” a los gobiernos nacionalistas de Manuel Zelaya en Honduras, en el año 2009; y de Fernando Lugo en Paraguay, en el año 2012, se ensayó la estrategia para ejecutar la jugada mayor, la de utilizar todos los medios para dar el golpe de Estado en Brasil al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).
Brasil tiene un peso muy grande regional y mundialmente, de ahí la importancia de controlar sus acciones y movimientos.
Primero fue la presidenta Dilma Rousseff quien sufrió la arremetida del golpe político, destituyéndola de su cargo en 2016 y su sustituto fue el conservador Michel Temer. Luego, la persecución y detención del expresidente Lula da Silva para anularlo como candidato presidencial en las elecciones de este año. Para ejecutar esta operación coordinaron los poderes fácticos más efectivos: jueces y fiscales del Poder Judicial, con Sergio Moro a la cabeza, los grandes medios de comunicación bajo el timón de O Globo, las iglesias evangélicas fundamentalistas, los parlamentarios y la oligarquía económica y financiera de Brasil.
Proyecto de restauración conservadora
El triunfo de Jair Bolsonaro, representante del poder económico, político, militar, judicial, mediático y parlamentario corrupto y violento del Brasil, ha desarrollado su campaña precisamente con la bandera de la anticorrupción y el discurso más peligroso de la ultraderecha racista y fundamentalista.
«Las batallas continúan, porque los movimientos populares y de resistencia de diversa índole en Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, el Caribe y Centroamérica van adquiriendo mayor fuerza y envergadura»
En Argentina, los pasos de la reacción fueron canalizados sobre la base de la denuncia de corrupción del anterior gobierno, siendo el presidente Mauricio Macri quien representa a los sectores de la corrupción más venal de su país. Sus políticas neoliberales, junto al Fondo Monetario Internacional (FMI), han alcanzado niveles de escándalo por favorecer al mayor enriquecimiento de las oligarquías financieras y agrícolas y destrozar la economía social y popular argentina.
El acompañamiento de otros gobiernos, como los de Chile con Sebastián Piñera y de Colombia con Juan Manuel Santos primero y ahora con Iván Duque, ha forjado la formación del Grupo de Lima para coordinar la restauración conservadora en la región.
Pero esta alianza conservadora no ha conseguido su objetivo coordinado con el imperialismo norteamericano y los mercenarios políticos y violentos de Venezuela y Nicaragua, de derrotar al Gobierno bolivariano del presidente Nicolás Maduro y al del sandinista Daniel Ortega. En Ecuador, doblegaron al oportunista Lenín Moreno, convertido en traidor de la lucha liberadora y de su promotor Rafael Correa.
Resistencia y lucha antiimperialista
La solidaridad y acompañamiento latinoamericanista-caribeño y antiimperialista de Cuba con Miguel Díaz-Canel y Bolivia con Evo Morales, presionados también por las fuerzas imperialistas, pero firmes en sus procesos revolucionarios, con Nicaragua y Venezuela, se convierte en la presente coyuntura en la fuerza de resistencia y construcción, en la raíz profunda de la unidad de la Patria Grande, de la alternativa de emancipación y de mantener los principios y avances conseguidos con Unasur y Celac y, a mayor profundidad, con Petrocaribe y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP).
El ascenso y triunfo en México del presidente Andrés López Obrador sobre las fuerzas económicas y políticas neoliberales y pronorteamericanas de su país, junto a su discurso de solidaridad con Venezuela y las causas latinoamericanas en la antigua tradición de la Revolución mexicana, representan un mensaje significativo para impedir un avance mayor de la dominación externa. La invitación a Maduro, Ortega, Morales y Díaz-Canel a su posesión es una señal esperanzadora.
Y… las batallas continúan, porque los movimientos populares y de resistencia de diversa índole en Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, el Caribe y Centroamérica van adquiriendo mayor fuerza y envergadura, enarbolando las banderas y los discursos –precisamente de las ideas y proyectos construidos en los procesos de integración nacional y antiimperialista de pasado reciente con Unasur y Celac– y que se enraízan en la Guerra de la Independencia del siglo XIX, en el pensamiento de la Generación del 900 y en las experiencias revolucionarias más importantes del siglo XX.
La Revolución mexicana, la Revolución boliviana, la Revolución cubana, la Revolución sandinista en Nicaragua y la Revolución bolivariana son parte fundamental del proceso de liberación nacional-popular, tanto en la memoria como en la necesidad de construir los Estados Unidos Socialistas de América Latina y el Caribe, meta del siglo XXI.