Por Ernesto Mattos
Este año 2018 se conmemoran 40 años de las reformas en China, sintetizadas perfectamente en el artículo “40 años de reformas en China”, de Bert Hofman: “Es útil distinguir analíticamente tres fases de las reformas: reformas para buscar el mercado, desde 1978 hasta 1993; reformas para construir el mercado, desde 1993 hasta 2003; y reformas para potenciar el mercado, desde 2003. Esta división es en cierta medida arbitraria y las fechas de las fases no son exactas; no obstante, capta las distintas direcciones políticas emprendidas”. Estas reformas comienzan a poner en tensión al sistema capitalista como lo comprendemos entre 2017-2018.
La primera tensión surgió en Davos 2017, cuando las empresas multinacionales de origen europeo y estadounidenses, principalmente, presentaron a su “CEO global”, China. El proceso en estas últimas cuatro décadas consistió en crear instituciones capaces de adaptarse al sistema económico y generar las condiciones para el desarrollo de las empresas que se radicaron en suelo chino. Pasamos del Made in USA al Made in China, pero son las mismas empresas que promocionan el encuentro de Davos.
Se consolida el Consenso de Pekín, diametralmente opuesto al de Washington: procesos de regulación, reformas institucionales y coordinación entre los niveles estatales. Un lado B si se lo compara con el libre comercio del Consenso de Washington como puntos para el desarrollo. El desarrollo económico en China se entiende por un proceso de reformas y no por una apertura indiscriminada el estilo (neoclásico) liberal y neoliberal.
Estos últimos conceptos fueron desarrollados y amplificados desde la Casa Blanca, la cual opera sistemáticamente desde 2004 en Latinoamérica y el Caribe, con el golpe a Aristide (Haití) y luego en Honduras 2009. La paciencia del imperio ante el eje La Habana-Caracas-Buenos Aires estuvo basada en un nuevo plan, del viejo Plan Cóndor al Plan Cóndor II, para derrocar a los gobiernos populares en dos tiempos y no de manera directa: primero, formar a los jueces del poder judicial de cada país (pasó en Colombia, en Paraguay y pasa en Argentina y Brasil) y, segundo, mantener la construcción comunicacional baja el slogan de la “corrupción”.
Así fueron erosionando a la opinión pública y deformando la opinión para que pronto aceptaran o vieran con buenos ojos gobiernos como el Macri, Bolsonaro o el mismo Piñera.
En el siglo XXI encabezó las transformaciones la República Bolivariana de Venezuela, Argentina, Brasil y después Bolivia y Ecuador, junto a otros países. La influencia de Washington en los dos principales países de Suramérica, con un golpe de Estado a Dilma en Brasil (2015) y las elecciones (2015) ganadas por la alianza Cambiemos (PRO-UCR) en Argentina, consiguieron consolidar la política económica neoliberal basada en la dependencia (privatización, reducción de gasto, quita de subsidios, toma de deuda y adhesión a los organismos internacionales). Este retroceso en la región ya mostró sus primeros resultados, según el documento elaborado por la FAO, El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo: “Entre 2014 y 2017 las personas subalimentadas se incrementaron en 2.200.000, cuando en el periodo 2005-2014 se habían reducido en 10.000.000”.
«Entre enero y septiembre de este año, Estados Unidos tuvo un déficit comercial con China de 305.400 millones de dólares»
La segunda tensión durante el 2018 fue el Brexit, que sólo tiene como objetivo recuperar la autonomía del Reino Unido y no quedar afectado por los acuerdos entre EE.UU. y la UE, como por ejemplo, el Tratado Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP). Además, el Reino Unido ha reforzado su posición militar en Malvinas, por su potencial petrolífero. Esto se profundizó debido a la complicidad de los gobiernos de Argentina y Brasil.
La tercera tensión está dada por la vuelta del Fondo Monetario Internacional (FMI) a la región. Argentina retomó la senda de acuerdos con el FMI, organismo que aplica las mismas recomendaciones a Haití que a la Argentina: reducción de gasto público, quita de subsidios, transparencia en las cuentas públicas y una cláusula de apoyo social.
La última tensión de 2018 está ubicada en dos puntos: primero, la inclusión de Irán al espacio político y económico denominado “Cooperación de Shanghái”, liderado por China y Rusia; segundo, la pacificación del espacio de las Coreas que puso en alerta a la Casa Blanca por su influencia en la región disputada por China, al que debe agregarse las relaciones con Japón. La reacción de Estados Unidos no se hizo esperar, presionar a Irán, unilateralmente, al sacar del sistema SWIFT a su Banco Central y conceder los préstamos que requería la Argentina ante el FMI –por la fuga de capitales y que los mercados ya no le prestan– a cambio de que el presidente Mauricio Macri dijera en la Asamblea de la ONU que denunciaría a Venezuela ante la Corte Penal Internacional.
Entonces, estas cuatro tensiones que parecen estar desconectadas, tienen continuidad en el G20, donde Estados Unidos, entre enero y septiembre de este año, tuvo un déficit comercial con China de 305.400 millones de dólares, mientras que en 2017 fue de 276.000 millones de dólares, por lo que parece que las medidas de la Casa Blanca no estarían dando el resultado esperado.
Por esto, la administración Trump precisa continuar esas reuniones bilaterales por déficit comercial y el tema Irán, porque todas estas tensiones sólo tienen como objetivo restar influencia de China en la región y poder derrocar a Venezuela y enseguida a Bolivia. La paciencia del imperio, desde 1999, tuvo algunas victorias, como la reciente en Colombia que ya apunta a seguir el libreto de aislacionismo que viene de la Casa Blanca y que Argentina y Brasil acompañan, pero todavía el tablero sigue moviéndose: la Alianza del Pacifico fue utilizada para desarticular Unasur y ahora avanza contra el Mercosur. Resultado de estos cambios es el hambre que vuelve a sentirse en algunos países de la Patria Grande, eso es una realidad, mientras en el mundo las personas con más de un millón de dólares se duplicaron entre 2008 y 2018, la riqueza se transfirió del sur al norte.