Octubre: una huelga de hambre, una mujer extraordinaria, y una traición para recordar

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Por Tamara Núñez del Prado

La huelga

En octubre recién pasado se cumplieron 15 años de la primera huelga de hambre en la que participé. Recuerdo que mi padre me sacó de las calles a carajazos, con una frase que hasta el día de hoy me llega al corazón: “Hija, no quiero mártires, sino líderes que luchen por muchos años por la liberación nacional”, ya que en nuestra historia familiar tenemos muertos, torturados y presos por culpa de las represiones militares de las dictaduras de Barrientos, Banzer y García Meza. Una jornada antes de ingresar a la huelga casi caigo en manos de la policía y el hermano menor de mi padre había sido herido por balines en la espalda, por lo tanto, en este contexto era obvio que afloraran susceptibilidades del pasado familiar. Era ese octubre de 2003, que hoy recordamos tristemente como Octubre Negro.

Por un lado, me sentía triste por dejar a mis compañeros luchando en las calles, y por otro, sabía que diversas medidas de presión eran también muy necesarias. Hice caso a mi viejo y decidimos que entraría a la huelga de hambre general, con dos opciones al frente: ingresar al primer piquete en Sopocachi con Sacha Llorenti, o ir a un segundo piquete instalado en la Iglesia de San Francisco. Opté por el segundo. Alfredo Rada me acompañó hasta el lugar. Mi opción se basó en que estaban allí mis compañeras y compañeros más cercanos. Me llena de orgullo haber compartido esos días terribles. Además, me quedó claro que no importa qué trinchera escojas, lo trascendental es estar en la del lado correcto, en la del sentido ético de la historia.

Anamar

El segundo día de huelga se integró al piquete la entonces Defensora del Pueblo, la entrañable Ana María Romero. En esos momentos, su investidura, trayectoria y reconocimiento fueron determinantes para las acciones de los movimientos sociales. Como servidora pública procuró que se cumplieran las garantías constitucionales, dado que la contingencia era gravísima, contándose alrededor de medio centenar de asesinados por militares y francotiradores.

Como mujer de lucha se sumó a las manifestaciones populares. En esos días fue una militante más. Anamar –como le llamábamos con cariño–, mi defensora, mi senadora, fue quien me enseñó una de las más grandes lecciones de vida cuando me hizo entender que debíamos tener un pie en la institución como servidora pública y otro pie en las calles como activista y militante, siempre ser el nexo entre la población y el Estado. Lección que hasta el día de hoy practico.

Para mí fue un orgullo compartir con ella y mis compañeros de huelga como Cecilia Barja, Sebastián Michel, Lopo Gutiérrez y todos mis hermanos y hermanas que asumieron con valentía el momento histórico. Con ellos pasé unas de mis mayores experiencias y aprendizajes en la lucha por nuestros derechos como ciudadanos y de reivindicación política. Sola, solo, jamás llegas a ningún lado, pero con trabajo en equipo podemos cambiar el mundo.

La traición

En este marco, hace unos días un seguidor en las redes sociales me cuestionó porqué publico tantas cosas contra Carlos Mesa. Y respondo, apelando a la memoria histórica, que esta lucha en octubre de 2003 fue nuestra, fue de las calles, del pueblo hastiado de tanta miseria, de tanta ignominia, no fue de Mesa y de su oportunismo, valga la redundancia, él tuvo la oportunidad de ser parte de esta historia, pero su cobardía y traición fueron más grandes.

Después que Goni huyó con parte de su gabinete, llevándose las maletas con nuestro dinero del Banco Central, el pueblo que luchó para que el gas no se vendiera a privados coludidos con los chilenos, exigía nacionalización y Asamblea Constituyente. Pero una vez que asumió Carlos Mesa muchos creyeron en él, pero tuvo miedo y no cumplió, no nacionalizó los hidrocarburos, no promulgó una ley de recuperación de los recursos naturales, no quiso promulgar la ley de Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos, que fue aprobada por las dos cámaras del Legislativo, antepuso los intereses de la Iglesia –por solicitud de su madre– a los de todas las mujeres de una nación. Cuando la población exigió el cumplimiento de las consignas del triunfo de octubre, prefirió renunciar. Ya antes había traicionado a Sánchez de Lozada, quien le pagó más de 1.3 millones de dólares –según el yerno de Goni– para que fuera dupla del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) a la vicepresidencia. Para mí, Mesa es un hombre que tiene un bonito vocabulario, pero en los hechos ha sido capaz de la traición, por tanto me permito poner en duda las convicciones que dice tener. No es honesto con Bolivia ni con la historia, menos con los dirigentes sociales, indígenas originarios; no los conoce, no les respeta.

Recordemos que él fue aplaudido, con esperanza en un mejor futuro, por miles de familias alteñas cuando asumió la presidencia después de los días aciagos que azotaron a El Alto y al país. En esa oportunidad prometió justicia y cambio, sin embargo, años después decidió no testificar en contra de Goni en el juicio por genocidio. Así traicionó, una vez más, nuestra memoria y a las víctimas de El Alto.

Tal vez Mesa sea un buen historiador, pero demostró ser pésimo estadista. Cómo olvidar que fue a pedir limosna para poder pagar sueldos y aguinaldos a fin de año. Tuvo poca visión y postura política cuando el Gobierno estaba sentado en una tierra rica en recursos naturales, los cuales eran robados a vista y paciencia de los gobiernos neoliberales. Por ésta y muchas otras razones es un personaje que ha traicionado. Y como no le gusta quedar mal con nadie, es fácil presagiar que se limpiará las manos en el primer tropiezo, en el hipotético caso de un futuro distópico donde llegara al poder. Por lo que a mí respecta, no dejaré que quede impune y se limpie las manos ante las muertes de su cogobierno con Goni, menos que se abrogue los triunfos de nuestros hermanos y hermanas de El Alto.

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Tamara Núñez del Prado Activista trans

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