¿Con quién dialogaremos?

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Por Javier Larraín

El lunes 1 de octubre, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya hará pública su sentencia en la demanda marítima interpuesta por Bolivia contra Chile, por algunas y algunos intitulada: “Obligación de negociar el acceso al océano Pacífico”.

Las variantes del fallo son por todas y todos conocidas: 1) Que la CIJ rechace la solicitud boliviana, o sea que Chile no se vea en el deber de sentarse a negociar nada; 2) Que la CIJ señale que ambos países están obligados a sentarse a negociar de “buena fe”.

Aunque las y los analistas, y hasta prominentes políticos bolivianos y chilenos, parecen inclinar la balanza hacia la segunda opción, cabe destacar dos grandes obstáculos para una eventual negociación de “buena fe”: 1) Que la CIJ sólo puede llamar al diálogo pero no incidir en su resultado, en otras palabras, exigir a La Moneda a que se siente en una mesa, aun cuando de entrada las autoridades chilenas confiesen su desinterés pleno por abordar el tema marítimo; 2) Que es altamente improbable que Bolivia sea correspondida con un diálogo amistoso y franco por parte de la oligarquía clasista, xenófoba y derechista del país vecino, representada en el empresario y multimillonario presidente Sebastián Piñera.

La conflictiva relación entre Chile y el mar

En su último documental, El botón de nácar (2015), el célebre cineasta chileno Patricio Guzmán se sumerge en la raíz de la identidad nacional, centrando su mirada en la conflictiva relación entre Chile y el mar.
Tempranamente el país se estrenó en el concierto de los Estados soberanos con la ambición de una incipiente burguesía comercial portuaria agro-minero exportadora dispuesta a convertir a Chile en una superpotencia marítima. Así, ya en 1817 contaba con una poderosa y flamante Armada, dirigida un año más tarde por el marino británico Lord Thomas Alexander Cochrane, quien apoyaría las expediciones libertarias del Ejército de José de San Martín al Perú.

Pero al principiar la década del 30 del siglo XIX, una vez derrocado Bernardo O’Higgins y apresados, relegados, confinados y exiliados los próceres de la Independencia, tras una cruenta guerra civil, esta misma burguesía comenzó a edificar un país a su imagen y semejanza, convirtiendo las aguas del océano Pacífico en la gran tumba de chilenos y extranjeros: Primero, promueve la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1836-39) con el fin de someter al peruano Puerto del Callao al chileno Puerto de Valparaíso, pasando a controlar la casi totalidad del comercio del Pacífico Sur; Segundo, crea artificialmente la Segunda Guerra del Pacífico (1879-1883), para despojar de sus recursos naturales a Bolivia, condenarla a la mediterraneidad en aras de apropiarse de sus territorios y de paso extender su frontera marítima; Tercero, persigue y aniquila a los pueblos originarios del extremos sur (fines del siglo XIX e inicios del XX), como los Selknam y Yaganes –entre otros nómadas del agua– , para hacerse de aquellas regiones y “blanquear” la población; Cuarto, durante la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990) utiliza los mares para desaparecer los cuerpos –atados a rieles de ferrocarril– de sus adversarios políticos, previamente torturados hasta la muerte y luego lanzados desde helicópteros al mar; Quinto, bloquea el acceso a los recursos marinos al conjunto de la población chilena mediante la aprobación de la reconocida y comprobadamente corrupta Ley de Pesca (2013) –primer gobierno de Sebastián Piñera–, que concede a perpetuidad la soberanía de las aguas nacionales a siete grandes familias vinculadas a la explotación marina a gran escala.

De esta manera, la herencia española y la apropiación de las costas –entre otras tantas cosas– por parte de la burguesía criolla, contribuyeron a condenar a la población de Chile a ser minera y agraria, a dar la espalda al Pacífico, a recelar del mar.

El otro Chile, profundo

A la par de esa larga y fecunda historia de pillajes, guerras y despojos, se ha desarrollado otra subterránea –que sale a la superficie en el Gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular (1970-73)–, plena de anhelos integradores (fue el chileno Francisco Bilbao quien en 1856 acuñó el neologismo “América latina”, para diferenciarnos de la América anglosajona y convocar a la unidad de los pueblos; y fue también Pablo Neruda quien en 1950 honró al continente todo con su Canto General), dramática, conmovedora, revoltosa y rabiosamente rebelde, de temprana y duradera vocación socialista, curtida de ir una y otra vez al patíbulo. Sintetizada magistralmente en los versos de Violeta Parra, la Viola chilensis: “El pueblo amando a la Patria y tan mal correspondido. ¡El emblema por testigo!” [¡Por la Razón o la Fuerza! – lema del Escudo Nacional].

Historia de un pueblo que, en el último decenio, ha vuelto a levantar la cabeza, después de décadas de terror dictatorial y permanecer adormilado a causa de las promesas de una democracia-neoliberal difusa. Y lo ha hecho al calor de los movimientos de masas contestatarias de pescadores y obreros portuarios, de trabajadoras y trabajadores de las minas y plantaciones forestales, de pobladoras y pobladores que han dicho basta a la exclusión social, de ciudadanas y ciudadanos que gritan “No + AFP” –piedra angular del neoliberalismo–, de cientos de miles de estudiantes resueltos a luchar por los derechos de toda la sociedad, de ecologistas, ambientalistas y, con una fuerza sin precedente, de feministas.

Herederas y herederos, una parte importante de ellas y ellos, de la ideología y las tradiciones de lucha popular de O’Higgins y Manuel Rodríguez, de Luis Emilio Recabarren, Salvador Allende y Miguel Enríquez, Gabriela Mistral, Parra y Víctor Jara, se aglutinan en cientos de agrupaciones, colectivos, movimientos y partidos ciudadanos, progresistas o de izquierdas, destacando en los últimos años el Frente Amplio (FA), cuya coalición ya cuenta con representación senatorial, 20 diputados, consejeros regionales y alcaldes en ciudades emblemáticas y estratégicas. Además de conquistar un 20% de los votos en las últimas presidenciales, de la mano de su candidata Beatriz Sánchez.

Fuerzas como el FA, se han pronunciado respecto al fallo venidero: “Hacemos un llamado al Gobierno para que respete y acate la sentencia… Así como al conjunto de la sociedad chilena para abrir una nueva y fructífera etapa en las relaciones con la nación hermana de Bolivia”.
Al mismo tiempo, el prestigioso periodista y director de la revista Punto Final, Manuel Cabieses, en su reciente artículo “Mar para Bolivia y patriotismo latinoamericano” ha indicado: “Resulta evidente que se prepara un escenario adecuado para enconar todavía más las deterioradas relaciones chileno-bolivianas e impedir que se cumpla el fallo de La Haya. Esta amenaza plantea un desafío para las diezmadas fuerzas de la Izquierda chilena. Es nuestro deber sacar fuerzas de flaqueza y defender el derecho de Bolivia”.

Otra vez los dos chiles emergen y se desafían, ahora a causa de la demanda marítima boliviana y el devenir de las relaciones internacionales del país: por una parte, las élites neoliberales y de ideología fascista han dicho “no ceder un milímetro de soberanía” sea cual sea el resultado de La Haya, inclusive ex militares golpistas y trasnochados hablan de “defender la Patria”; por otra, una gran parte de chilenas y chilenos, esperanzados en restaurar los antiguos lazos de hermandad entre bolivianos y chilenos, se han plantado amistosa y empáticamente de cara al futuro. A esta altura, no cabe duda que el diálogo con los primeros será estéril, y con los segundos, prolongado pero fecundo. ¿Con quién dialogaremos?

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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