Ciudad del Cabo y el “día cero”

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Por Luis Barril

Un anuncio que remeció al mundo entero. No se trataba de aquellas comunidades nómades de diversos puntos de África, las que deben caminar decenas de kilómetros diarios para conseguir un poco de agua. La cómoda insensibilidad que se vive en nuestros días está muy familiarizada con eso. Esta vez no eran ellos los que llenaban los capítulos de National Geographic. Ahora se trataba de la principal urbe de Sudáfrica, Ciudad del Cabo, metrópoli de una inconmensurable belleza natural y paradójicamente rodeada de agua, la que se estaba quedando sin el vital elemento.

A partir del 1 de febrero del presente año, la localidad sudafricana comenzó a sufrir severas restricciones en el acceso al agua, debido a la alarmante escasez hídrica de las últimas temporadas. 50 litros de agua por persona al día fue el tope que impusieron las autoridades. Si la situación no mejoraba desde esa fecha al 12 de abril, Ciudad del Cabo entraría en un racionamiento extremo, donde sólo se habilitarían 200 puntos de reparto a lo largo y ancho de la urbe para dar a cada habitante 25 litros de agua por día.

Esta ciudad se hizo globalmente reconocida hace ocho años, cuando su maravilloso estadio destacó entre las sedes de la Copa del Mundo Sudáfrica 2010. Por esos días nadie hablaba de la inminente crisis hídrica del país que tuvo a Nelson Mandela como estandarte de la reconciliación nacional. Ubicado a los pies del Atlántico Sur, el Cape Town Stadium resaltaba por su impecable y bien regado césped, aquel que albergó su último partido viendo cómo Diego Forlán caía luchando ante un poderoso equipo holandés.

Pensar en los miles de litros de agua que se necesitan diariamente para mantener este imponente coliseo en funcionamiento, es un ejercicio que abruma. Ciertamente, cuando las dificultades allí se tornen insostenibles, se empezará por suspender los servicios de agua en lugares que no sean de necesidad imperiosa. El Cape Town Stadium está en serio riesgo de quedar abandonado a su suerte, tal y como lo han hecho otros emblemáticos centros deportivos, entre los que destacan las instalaciones deportivas que Grecia ofreció al mundo en el año 2004, con el motivo de la realización de los Juegos Olímpicos.

Causas y medidas

El cambio climático ha sido particularmente duro con esta ciudad que recibe a millones de turistas por año, donde sobresale la Montaña de la Mesa, una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo. Desde aquella cima plana es posible contemplar la unión de dos grandes océanos, Atlántico e Índico, que convierten a Ciudad del Cabo en un destino imperdible. O convertían, mejor dicho, porque la escasez de agua ha repercutido de manera considerable en la llegada de turistas.

Abril era el mes donde comenzaban las lluvias, pero ahora llegan recién en junio. Los 153.5 milímetros de lluvia acumulada durante 2017 –los que sumados a cifras igual de bajas durante 2015 y 2016– provocaron una situación desesperada. La principal represa de la ciudad funcionando al 13.5% de su capacidad vaticinaba lo peor.

«El agua catalogada como un bien de consumo es lo imperante en vastas regiones del planeta, un estándar moral y ético sumamente peligroso para la supervivencia de la civilización»

Otro de los puntos a tener en consideración a la hora de entender el por qué una ciudad se queda sin agua, está en la migración campo-ciudad. Se pasó de un 30% a un 60% en los últimos treinta años, no construyéndose obras significativas para recibir a toda esa inmensa masa migrante. Por último, Sudáfrica es un país azotado por la corrupción en las más altas esferas, con un presidente muy cuestionado y donde el déficit fiscal es tan severo, que simplemente no hay recursos con los que combatir el siniestro panorama.

A situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Así fue como a través de una campaña comunicacional cruda y sin tapujos, las autoridades provinciales comunicaron a los habitantes de Ciudad del Cabo que si no existía un cambio radical, sus grifos ya no verterían agua. Multas de más de 700 euros por infringir los topes máximos de consumo de agua diarios resultaron ser tremendamente efectivas, y cómo no, si para un sudafricano esa cifra está a años luz de su ingreso promedio.

Resultados

Afortunadamente, el “día cero” se postergó hasta 2019. Eso sí, el racionamiento continúa. La ducha diaria se ha transformado prácticamente en semanal, en los baños no se escucha caer el agua cada vez que alguien hace uso de ellos, la ropa ya no dura una sola puesta, los jardines ya no lucen hidratados todas las tardes y los hoteles advierten a los turistas acerca del uso responsable del agua.

Toda la vida ha sufrido grandes alteraciones en la mega urbe, pero el panorama parece irreversible. Si sigue aumentando el número de habitantes de la ciudad y las lluvias continúan en un declive permanente producto del cambio climático, tarde o temprano la situación será irreversible. El éxodo masivo desde la ciudad costera podría provocar grandes alteraciones en las demás provincias, sobre todo cuando éstas enfren en unos pocos años más la misma situación. El futuro de la ciudad más austral de África parece sentenciado. Johannesburgo y Pretoria también empiezan a sentir las consecuencias de la falta de lluvias y toda Sudáfrica queda en jaque ante la cruda posibilidad de quedar sin agua para el consumo humano. Por más catastrófico que se lea, para allá parece inclinarse la balanza, para el desabastecimiento del elemento que permita que exista y se desarrolle la vida.

El cambio climático, donde el hombre tiene una responsabilidad determinante, nos empuja a ponernos en escenarios dantescos. Las guerras por el agua, que ya han comenzado en algunas partes del mundo, probablemente serán las últimas que les deparen a la especie humana. Pensar en grandes reservas de agua dulce defendidas a base de metralla parece sacado de una película de ciencia ficción, pero cada vez menos. Mientras tanto, las transnacionales hacen muy bien su papel en países empobrecidos, pero que cuentan con grandes reservas acuíferas. El agua catalogada como un bien de consumo es lo imperante en vastas regiones del planeta, un estándar moral y ético sumamente peligroso para la supervivencia de la civilización.

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