Memoria viva: siete décadas en una tumba anónima

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Por Ramón Rocha Monroy

Un buen día me llamó un pintor conocido para ofrecerme la novela sobre Sucre que había escrito un colombiano asesor de Carlos Gaviria y ya llevaba 15 ediciones. Me la brindó porque en sus agradecimientos incluía a un Ramón Rocha Montoya y el pintor suponía que era Monroy. Años antes escribí algo que podría pasar por la biografía más completa sobre Antonio José de Sucre, porque hay una elipsis en sus biógrafos y novelistas sobre los dos años que pasó en Bolivia y fundó la república en medio de la paz colonial de la sociedad. Parecería que llegó, fundó la república, la gobernó dos años, lo hirieron y se fue; pero no saben que en esos dos azarosos años hizo dos paquetes económicos, la primera reforma educativa encabezada por Simón Rodríguez y dotó a la administración, hospitales y orfanatos expropiando conventos donde sólo había un puñado de monjes ancianos. El Congreso había aprobado una recompensa de un millón de pesos duros para el Ejército Libertador con su habitual generosidad, que no se justificaba en un Estado que dependía del tributo indigenal, una institución de la Colonia todavía vigente. Para cumplir las exigencias de los militares, Sucre tuvo que girar unos vales que daban un porcentaje de intereses cada cuatrimestre, y la facultad de comprar bienes del Estado si querían quedarse. La mayoría optó por vender muy barato los vales a los pocos comerciantes locales y se fueron; pero León Galindo, por ejemplo, compró una finca en Cochabamba y pagó con el vale. El primer cuatrimestre pagó los intereses, pero no pudo pagarlos el segundo y el tercero, y tuvo que restituir el tributo indigenal que había sido abolido por dos liberales como Bolívar y Sucre.

Por fin apareció el Mariscal en ese lugar sombrío y tres hombres que acechaban le dispararon, uno de ellos a la cabeza.

La última carta de su vida la escribió Sucre en abril de 1830 a su compadre Vicente Aguirre y allí le dice que sólo ansiaba llegar a Quito para ir al campo a comer chanchito con él. Pero la situación no estaba para chanchitos, porque el general Juan José Flores había proclamado la independencia de Quito y se había segregado de la Gran Colombia.

La misión de Sucre era llegar a Quito y restituir la flamante república del Ecuador a la Gran; pero en su larga cabalgata por la provincia de Pasto no sabía que iba a pasar por la quebrada de Berruecos. Los asesinos lo seguían creo que semanas y buscaban el mejor momento para liquidarlo. Por fin apareció el Mariscal en ese lugar sombrío y tres hombres que acechaban le dispararon, uno de ellos a la cabeza. Sucre no atinó sino a decir: “Ay, balazo”, y cayó muerto. Detrás iba su fiel asistente Caicedo, porque arrastraba cabalgaduras de repuesto y mulas de carga. Vio caído a Sucre y escapó hacia adelante. Luego volvió sobre sus pasos y pudo comprobar que le habían dado sepultura a medias, pues sobresalía de la tierra parte de su físico. Caicedo llegó a Quito como pudo y le contó a la esposa de su jefe, la Marquesa de Solanda, cómo lo habían victimado. La Marquesa organizó el operativo de rescate encabezado por Caicedo y Sucre fue desenterrado y llevado de ocultas a una iglesia de Quito, donde lo esperaba una tumba anónima. Estuvo así hasta 1900, cuando el presidente Eloy Alfaro supo de la confesión de un joven monaguillo o sereno, que ya estaba anciano y a punto de morir, y ordenó el rescate del augusto cadáver. Lo identificaron y trasladaron a la Iglesia de San Francisco, en Quito, donde hoy tiene una urna muy visitada. O sea que vivió, un decir, siete décadas en el anonimato, hasta que rescataron su cadáver.

El héroe de Ayacuho habría sido excomulgado por expropiar las iglesias y conventos de Bolivia. Era liberal y anticlerical…

Dicen que allí iba la viuda a consolarse de un mal matrimonio con el edecán de Sucre, de apellido Barriga, que tuvo lugar poco más de un año de su muerte, una afrenta para el Mariscal y para la viuda. Pero Barriga era un disoluto y un buen día alzó a Teresita, la única hija legítima de Sucre, la alzó y la elevaba a los aires cuando la soltó y se estrelló en el piso varios metros abajo. La viuda tuvo que aguantar la presencia del militar venezolano borracho y victimador de su hija, pero le servía de consuelo ir a ver la tumba anónima de su primer esposo. Así la recuerda Alfonso Rumazo González, biógrafo del héroe cumanés, cuando dice que la viuda expió su culpa por su desgraciado matrimonio y la visita frecuente a la tumba de Sucre. Varias veces había sido vencida por el llanto y socorrida por la monja superiora.

El héroe de Ayacuho habría sido excomulgado por expropiar las iglesias y conventos de Bolivia. Era liberal y anticlerical, pero sus restos descansan hoy en una famosa iglesia quiteña.

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