Desde que comencé a militar más activamente en el feminismo, me ha fascinado la capacidad de organización de las mujeres para llegar a este día. La marcha del #8M en Bolivia no es solo una convocatoria espontánea, sino el resultado de una articulación entre diversas colectivas feministas, cada una con sus propias tendencias, enfoques y formas de lucha, que se unen en un esfuerzo común para tomar las calles. Este acto de protesta, como en muchos países del mundo, es una forma de resistencia frente a las violencias patriarcales que atraviesan nuestros cuerpos y condicionan todos los espacios que habitamos: el hogar, el trabajo, la universidad, la política, el espacio público y el digital.
Pero el feminismo no es uno solo. Lo cierto es que existen tantos feminismos como mujeres, pensamientos y saberes. Hay quienes lo viven desde la academia, desde el activismo comunitario, desde las luchas indígenas, desde el sindicalismo, desde los espacios urbanos y rurales, entornos digitales. Esa diversidad, lejos de debilitarnos, nos nutre, nos fortalece y nos obliga a pensar en estrategias más amplias e inclusivas. Nuestra lucha es colectiva.
La construcción del 8M: diálogos, consensos y disputas
El camino hacia el 8M no comienza el mismo día de la marcha. Detrás de esa movilización hay días de diálogos, asambleas y espacios de escucha colectiva a nivel nacional. Las colectivas se reúnen primero para analizar la coyuntura a nivel nacional e internacional. Este ejercicio de reflexión es clave, porque permite que la movilización sea una acción política con demandas concretas.
A partir de este análisis se definen las posturas de la marcha, se elaboran manifiestos, pronunciamientos y se crean las consignas que se harán públicas en las calles. Creo que esta es una de las partes más importantes del proceso, pues aquí no solo se intercambian ideas, sino que también emergen los sentires, la rabia, el dolor, los sueños y la esperanza, de manera colectiva.
La organización es colectiva, sin jerarquías ni imposiciones. Las decisiones deben alcanzarse por consenso, lo que representa un reto debido a la diversidad de posturas y formas de militancia de las colectivas y organizaciones. Sin embargo, este proceso de construcción es también un ejercicio de resistencia frente a un sistema que históricamente ha intentado silenciarnos. Una de las primeras consignas que se definen es que la movilización es una marcha independiente del Estado, de las ONGs y de los partidos políticos.
Los debates dentro del movimiento
Entre las muchas discusiones que surgen en este proceso una de las más recurrentes es el avance de discursos reaccionarios y antifeministas en el país y en el mundo en general, la llegada de Trump y Milei son un claro ejemplo de cómo intentan borrar nuestros derechos. En los últimos años hemos visto cómo se ha fortalecido una narrativa que intenta deslegitimar nuestras luchas. Este fenómeno no es casual, forma parte de una estrategia global que intenta frenar los avances del movimiento feminista, criminalizando nuestras acciones y distorsionando nuestras demandas.
Otro punto de debate es la ruta de la marcha. No es solo un recorrido, es una decisión política. Hay lugares que se convierten en puntos claves, porque representan el entramado institucional que perpetúa las violencias patriarcales. La Iglesia, el Ministerio Público, la Fiscalía, son espacios que, lejos de garantizar justicia para las mujeres, han sido cómplices de agresores, violadores y feminicidas. Elegir pasar por estos sitios no es casual, es un acto de denuncia, una forma de señalar públicamente a las instituciones que nos han fallado una y otra vez.
Y luego, también entramos en la discusión sobre el rol de los varones en la movilización. ¿Deben participar? ¿Cómo? ¿Desde qué lugar? Más allá de la decisión final de cada colectiva, lo más interesante es el debate mismo. Existen posturas que defienden la exclusividad de los espacios feministas como un ejercicio de autonomía y seguridad. Otras consideran que los varones deben asumir un rol de apoyo, sin protagonismo. Lo vital aquí es que estas conversaciones nos permiten reflexionar sobre el significado de la lucha feminista y sobre cómo nos posicionamos ante la participación de quienes no viven la violencia de género en su propio cuerpo.
La fuerza de la rabia colectiva
Pero el 8M no es solo un proceso organizativo, es además un espacio de desahogo, de memoria y de duelo colectivo. Recuerdo particularmente la Asamblea de Emergencia antes del 11 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres. Nos encontramos allí con un nudo en la garganta, con la necesidad de gritar nuestra rabia y frustración por un feminicidio, el de Caranavi, que había sido grabado y difundido en redes sociales. La indignación y frustración se sentía en el ambiente, pero estábamos juntas viendo cómo la violencia se había instrumentalizado por el Gobierno y cómo los medios habían logrado a ser alarmistas. En esos momentos comprendemos que la lucha feminista no es solo teoría ni activismo: es la única respuesta posible a la violencia que nos persigue día a día.
El 8M: cuando tomamos las calles
Finalmente, llega el 8M, el momento más poderoso de todo este proceso. Cada colectiva lanza su convocatoria con su propio estilo, pero todas compartimos la misma consigna: salir, hacernos visibles, ocupar el espacio público con nuestros cuerpos y nuestras voces, y denunciar las desigualdades y violencias que enfrentamos.
La marcha es un estallido de energía. Somos muchas, muchas más de las que asistimos a las reuniones previas, y cada año se hace más grande. Caminamos juntas, nos miramos y sabemos que no estamos solas. Nos abrazamos en cada esquina, nos reconocemos en las consignas, nos emocionamos al ver a más jóvenes uniéndose a la marcha con sus amigas, con bandas de música, tambores, pancartas. Compartimos el cancionero y nos organizamos para cantar y gritar. Es un recordatorio de que el feminismo no es solo lucha, más bien es comunidad, es afecto, es resistencia compartida.
Esta movilización de mujeres en las calles es un momento único de encuentro, donde convergen diversas colectivas y el movimiento contra el patriarcado. Se encuentran feministas ecologistas, anarcas, troskas, antiextractivistas, independientes, autoconvocadas y mujeres migrantes. Este espacio refleja un potencial político enorme, que creo otro movimiento político no lo tiene, ya que demuestra la capacidad de aglutinar distintas posturas ideológicas y evidencia la fuerza del feminismo como movimiento político.
Y aunque al día siguiente los medios intenten minimizar nuestra presencia o criminalicen la protesta, sabemos que cada 8M somos más, que nuestra voz resuena más fuerte y que, por más que intenten callarnos, seguiremos gritando con fuerza: “por nuestras muertas ni un minuto de silencio, toda una vida de lucha”, “el patriarcado ya va a caer, el feminismo va vencer”.
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Khantuta Muruchi Escobar Boliviana, socióloga