Almagro, injerencia y agresión en la OEA

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Este 10 de marzo culminó una de las gestiones más nefastas que ha tenido la Organización de Estados Americanos (OEA) con la elección de un nuevo secretario general. El legado de Luis Almagro, cuyo mandato estuvo caracterizado por una abierta hostilidad hacia los gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe, deja marcas imborrables en la historia del continente. La OEA, conocido como el “ministerio de colonias” de los Estados Unidos, definición que el cuatro de febrero de 1962, le dio Fidel Castro como respuesta a la expulsión de Cuba de la OEA, encontró en Almagro a su más fiel representante. Este individuo no solo se posicionó como un acérrimo enemigo de Venezuela, sino que también se convirtió en un emblema de la injerencia imperialista que ha asediado a nuestra región.

Durante su gestión, Almagro dedicó sus esfuerzos a incitar intervenciones militares y desestabilizaciones en diferentes naciones, centrándose especialmente en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Almagro, acusó al Gobierno venezolano de estar perpetrando crímenes de lesa humanidad y de provocar el «sufrimiento de la gente». Se va sin el gusto de impulsar una  investigación de la Corte Penal Internacional contra el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, lo que evidencia que su odio hacia el gobierno progresista de nuestro país, ha tenido su castigo terrenal. Aparte de involucrarse en la política interna de Venezuela, al sentar a su lado a Edmundo González Urrutia declarándolo presidente electo con el forjamiento de las actas electorales con inteligencia artificial. Por cierto, que del excandidato de la ultraderecha venezolana ya nadie se acuerda. Luis Almagro es el claro ejemplo de la conseja que dice: “Quien se mete con Venezuela se seca”.

Su conducta agresiva hacia el gobierno venezolano no fue un hecho aislado; Fue una estrategia concertada que tuvo eco en otras partes de la región. En Bolivia, por ejemplo, su intervención contribuyó a encender la chispa que llevó al golpe de estado contra Evo Morales en 2019. Al presentar un informe preliminar que cuestionaba la legitimidad de las elecciones, impulsó una narrativa de fraude que fue instrumental para desestabilizar al gobierno legítimamente electo. El resultado fue una dictadura impuesta, donde Jeanine Áñez, tomó el poder con el respaldo de la OEA y  de Estados Unidos.

En Ecuador, Almagro asumió un rol casi autónomo, transgrediendo las funciones de la OEA al inmiscuirse en la política interna del país. Su apoyo a los gobiernos de derecha, primero bajo la presidencia de Lenín Moreno y luego de Guillermo Lasso, es una clara muestra de su alineación con los intereses estadounidenses. La presión ejercida sobre los organismos de derechos humanos interamericanos para proteger a estos gobiernos refleja una desconsideración alarmante por la soberanía y los derechos de los pueblos.

El papel de Almagro en Perú, tampoco fue menos polémico. Validó la detención del presidente legítimo Pedro Castillo y permitió que la dictadora Dina Boluarte, asumiera el poder, ignorando las demandas de justicia y normativa democrática. Este comportamiento ha ejecutado un patrón consistente: la OEA bajo su mando se convirtió en un instrumento de desestabilización y apoyo pragmático a gobiernos que han violado derechos humanos, tal como se observa en su complicidad con Javier Milei en Argentina.

La salida de Almagro debe ser entendida como un síntoma de un profundo malestar entre los países de la región que están cansados de ser tratados como meras extensiones de la política estadounidense. Con la llegada de Albert Ramdin, el canciller surinamés y primer caribeño en asumir este cargo, existe la esperanza de que su administración se distancie de la línea beligerante de su predecesor. Sin embargo, este cambio podría no ser tan sencillo, dado el entorno complicado en el que tendrá que navegar, donde los intereses de Washington todavía pesan enormemente. Dudamos que sea así.

Ciertamente, la elección de Ramdin ha sido respaldada por una coalición de naciones, incluyendo Brasil, Bolivia, Chile y otros países de la Comunidad del Caribe (Caricom). Pero la sombra de Almagro aún persistirá mientras se mantienen las estructuras de poder que sustentan la injerencia externa en los asuntos de nuestros países. La capacidad de Ramdin para implementar un cambio real dependerá de su habilidad para desafiar a quienes han utilizado a la OEA como un arma contra los pueblos en lugar de un foro de diálogo y cooperación.

La gestión de Luis Almagro representa un capítulo oscuro en la historia de la OEA, un organismo que, lejos de promover la paz y la cooperación, se ha transformado en un agente de guerra cultural e ideológica. La lucha por la soberanía y la autodeterminación de los pueblos de América Latina y el Caribe continúa, y no debemos bajar la guardia ante aquellos que buscan socavar nuestro derecho a decidir nuestro propio destino. Eso se verá después que Luis Almagro concluya su mandato el 25 de mayo.

Su único rival, el ministro de Exteriores de Paraguay, Rubén Ramírez Lezcano, un aficionado al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, abandonó su candidatura el miércoles pasado, luego de que varios países, incluyendo Brasil y Uruguay, declararan su apoyo a Ramdin, asegurándose de esta manera la mayoría. Poco después de obtener la victoria en las elecciones, el presidente estadounidense Donald Trump había acogido al aspirante paraguayo, Rubén Ramírez, en su hogar de Mar a Lago, ubicado en Palm Beach, Florida y se tomó fotografías con él, en una muestra virtual de respaldo. No obstante, algunos países no apreciaron adecuadamente esa proximidad.

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William Gómez García Venezolano, periodista

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