Cada año, el 23 de enero resuena en el imaginario colectivo venezolano como una fecha de liberación, un hito donde la sombra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez supuestamente fue erradicada. Sin embargo, esta celebración está impregnada de matices oscuros que revelan no solo los caprichos del destino, sino los sutiles hilos que mueven las marionetas de la historia. Lejos de ser un hecho fortuito, esta fecha se convierte en un recordatorio de cómo los imperialismos y las ambiciones geopolíticas moldean el destino de naciones enteras.
Aquel día de 1958, bajo la apariencia de una revuelta popular, se ocultaba un acuerdo entre élites y potencias extranjeras que definieron el rumbo del país. El Pacto de Nueva York, sellado por el triunvirato de Acción Democrática, Copei y Unión Republicana, fue impulsado por el Departamento de Estado estadounidense, que vio en la caída de Pérez Jiménez una oportunidad para reestructurar a Venezuela en un molde más cómodo para sus intereses. Maurice Bergbaum, jefe de asuntos latinoamericanos del gobierno gringo, jugó un papel crucial en la exclusión del Partido Comunista de este pacto, dejando a la acción popular desprovista de representación real.
A medida que han transcurrido 67 años desde aquel 23 de enero, las narrativas se han entrelazado y desenredado, revelando nuevos relatos que contrastan con el relato oficial de una acción cívico-militar heroica. Desde entonces, el papel de Pérez Jiménez ha sido hilado con la idea de un tirano que llegó a su fin gracias a la valentía del pueblo; sin embargo, las concesiones que otorgó al capital británico desataron no solo el descontento de inversionistas estadounidenses como Nelson Rockefeller y Standard Oil, sino también una guerra fría por los recursos del país.
La historia, cuidadosamente construida, nos dice que el Pacto de Nueva York fue el principio del fin para una dictadura que se sostenía en pie desde su llegada al poder el 2 de diciembre de 1952. La figura de Rómulo Betancourt se erige como el héroe que lideró la resistencia, pero, ¿qué hay detrás de ese relato? ¿Fue realmente la Junta Patriótica, presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal, la responsable de la caída de un gobierno que contaba con el apoyo, incluso, del alto mando militar?
Marcos Fuenmayor, exdirector del Archivo Histórico de Miraflores, nos ofrece una mirada atrevida: Pérez Jiménez no fue derrocado por una savia nacional que clamaba libertad, sino por el Imperio norteamericano, cuyo poder petrolero fue el verdadero artífice de su destino. La realidad es que la Junta Patriótica no solo integró a militares, sino a miembros de la burguesía, como Eugenio Mendoza (tío de Leopoldo Mendoza) y Blas Lamberti, quienes perpetuaron un ciclo de dominación sobre la economía nacional. Esta casta se benefició durante décadas de los recursos y políticas del gobierno, manteniendo un control casi absoluto sobre las industrias del país.
El mito de la caída de Pérez Jiménez cobra forma en una narrativa que lo retrata huyendo hacia República Dominicana, donde lo esperaba el inefable Rafael Leonidas Trujillo, dictador de la isla. Todo un teatro de operaciones que dejó tras de sí una estela de confusión y manipulaciones. Mientras la población celebraba en las calles tras escuchar por radio la supuesta noticia de su derrocamiento, la verdad era que aquel “Gordito del Táchira”, como lo apodaban, abandonó el país en una fuga negociada totalmente orquestada en los círculos de poder.
En la mente de muchos venezolanos, la idea de que un pueblo liberado salió a celebrar la libertad recién adquirida se desploma al revisar las palabras del dramaturgo José Ignacio Cabrujas, quien denominó al suceso del 23 de enero como una «revolución radiofónica». Las multitudes, embriagadas por un entusiasmo fabricado, bailaron en las calles no porque derrocaran una dictadura, sino porque el eco de las transmisiones radiales proclamó su victoria. Esta dimensión festiva oculta la auténtica manipulación que se consumó en aquellos días.
La narrativa oficial nos habla de un pueblo valiente, pero tras esa fachada de triunfo se encuentra un entramado de intereses que a menudo se silencia. Así, el 23 de enero de 1958 se erige como un cuento incierto, un engaño que, al ser deconstruido, revela la esencia de una historia escrita sobre fake news que perduran a lo largo de décadas. La celebración de esta fecha se convierte en un acto de memoria selectiva, un intento de reivindicar un glorioso pasado que, en última instancia, sigue siendo parte de un relato más grande en la lucha por el dominio y el control.
Por lo tanto, cada 23 de enero nos recuerda que la verdad detrás de los cambios políticos es a menudo más compleja y sombría que las narrativas heroicas que se nos ofrecen. En la búsqueda de un futuro mejor, debemos desenterrar las raíces de nuestro pasado y cuestionar las versiones impuestas. Solo así podremos entender realmente el presente y, quizás, hallar un camino hacia la verdadera emancipación. Definitivamente la caída de la dictadura perezjimenista es un fake news de los tantos que se construyeron durante la IV República.
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William Gómez García Venezolano, periodista
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