La anterior semana, como para cerrar un 2024 en que se convirtió en realidad el riesgo de las ultraderechas ganando por vía electoral varios gobiernos en el continente, el presidente de Argentina, Javier Milei, junto con su ministro de Defensa, Luis Petri, y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, firmaron el decreto 1107/2024, que autoriza disponer de efectivos militares para labores de custodia de “objetivos estratégicos” para el Estado. El decreto, además de establecer que la medida puede aplicarse en “períodos de paz, de guerra o de conmoción interior”, también le otorga al Gobierno la facultad exclusiva de definir los lugares a ser militarizados y qué movimientos sociales o grupos políticos se considerarán “amenazas terroristas”. El decreto ya ha sido observado por vulnerar la Ley de Seguridad Interior de Argentina de enero de 1992, al convertir lo que se consideraba una medida excepcional en un mecanismo normal de seguridad pública, usando al Ejército para la represión social, lo que no sucedía en el país rioplatense desde la dictadura de 1976-1983.
Ante semejante medida autoritaria que acaba de tomar Milei llama la atención la perplejidad de la izquierda latinoamericana, que no reacciona a esta arremetida de la ultraderecha. Lo mismo pasó con la reciente decisión del gobierno de Nayib Bukele en El Salvador, que volvió a autorizar la minería aurífera, contra cuyos efectos contaminantes se hicieron en ese país grandes protestas sociales hace una década. Similar pasividad se observó a mediados de diciembre cuando el gobierno ecuatoriano de Daniel Noboa ofreció al Comando Sur de los Estados Unidos la utilización de las Islas Galápagos para una base militar, además de la Base Aeronaval de Manta. Pasó también cuando en Perú, en septiembre, hubo el ilegal indulto otorgado al genocida Alberto Fujimori por el gobierno de Dina Boluarte, que truncó varios procesos judiciales por violaciones a los Derechos Humanos cometidos durante el régimen fujimorista (1990-2000).
No se puede dejar todo librado a la resistencia que en cada país se organice contra todas estas medidas regresivas. Las condiciones para esas luchas son especialmente difíciles en los cuatro países mencionados, donde la represión sistemática debilitó a los movimientos populares. La rearticulación solo puede venir desde el internacionalismo de los pueblos. Este internacionalismo puede asumir la necesidad de enfrentar los programas de ajuste que descargan todo el peso de la crisis económica en las trabajadoras y los trabajadores, en las jubiladas y jubilados. Como causa vital asume este internacionalismo la defensa de la naturaleza contra la depredación extractivista minera y petrolera, que contamina el aire, tierras y aguas. Valora este internacionalismo la seguridad ciudadana como un bien colectivo que no puede ser utilizado como pretexto para militarizar las sociedades. Refuerza los derechos de las mujeres rechazando la misoginia institucionalizada por Trump, Milei y Bukele. Es un internacionalismo que reivindica como un derecho la movilidad humana de un país a otro, negándose a mirar como enemigos a los migrantes. Y defiende la soberanía de todos los países latinoamericanos ante intervenciones militares extranjeras, como desde siempre hizo con Cuba y hoy lo hace con Venezuela.
Pero hay que organizar este internacionalismo de los pueblos para emprender movilizaciones continentales por las causas anotadas. Se necesitan nuevos espacios en que confluyan los gobiernos progresistas y populares, los movimientos sociales y las organizaciones políticas de izquierda. Se necesitan espacios de debate teórico, pero fundamentalmente de coordinación de acciones, en las que se sumen las causas feministas y ecologistas, visibilizándolas en toda su importancia y potencial transformador.
La construcción de estos nuevos espacios internacionalistas deberá aprender y superar las experiencias del Foro de São Paulo, que se restringe solo a partidos políticos, y del Grupo de Puebla, que optó por priorizar la participación de personalidades (expresidentes y excandidatos presidenciales). Hoy, ante la gravedad de la situación, ni el Foro de São Paulo ni el Grupo de Puebla son suficientes para organizar la lucha social de los pueblos y así frenar el avance del neofascismo.
Y no se trata de caer en los estériles optimismos de quienes se distraían hablando de “segundas olas progresistas”. Como tampoco se trata de contagiarse de los pesimismos de quienes piensan que todo está perdido. Hay que ser realistas, analizar con frialdad y serenidad la actual correlación de fuerzas, juntar todas las resistencias, valorar lo bueno que están haciendo algunos gobiernos progresistas, ser críticos a los errores cometidos. Solo así podemos seguir avanzando.
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Alfredo Rada Boliviano, exministro de Gobierno