Del baúl de mis lecturas extraigo mi particular galería de personajes femeninos que a lo largo de aquellas me han, de algún modo, interesado, cautivado incluso: Nora, de Casa de muñecas; Nina, de La gaviota; Natasha Rostov, de Guerra y Paz; Clawdia Chawchat, de La montaña mágica; el elemento femenino del Orlando, de Virginia Woolf; la Micol, del Jardín de los Finzi-Contini; Sofía de El siglo de las luces; todas las » muchachas en flor» proustianas, Pepita Jiménez… Y las que ahora olvido, sin duda, las recordaré en otro momento y me sentiré menos injusto con las ausentes.
Y así llego a la más reciente –comprendida y amada– que me ha fascinado: Molly Bloom, mujer del héroe-antihéroe del Ulises, Leopoldo Bloom, la que, aparezca en mayor o menor medida en el texto, siempre se halla omnipresente.
Creo que, contra lo que suele afirmarse, la lectura del Ulises es menos difícil o farragosa de lo que parece, y merece mucho la pena afrontarla sin escrúpulos. Pero si alguien, quizás por “pereza lectora», solo necesita un pequeño impulso, me atrevo a recomendarle que se enfrente al menos al capítulo XVIII, el epílogo del libro en realidad, en el que Molly-Penélope, da rienda suelta a su «monólogo interior» (técnica presente en otros personajes como el mismo Bloom o su alter ego Stephen Dedalus, el artista adolescente, pero sin duda con menor fuerza literaria). Y así leer de un tirón, si puede ser en voz alta, como recitando, ese monólogo que no contiene puntos, comas, pausas (lo que cuando se publicó Ulises era novedad y hoy algo recurrente), porque el «monólogo» no es clase de gramática, sino –y nada menos– que gran literatura.
Molly es apasionada, rebelde, con intensa vida interior, aunque la exterior resulte anodina.
Molly es una mujer mediterránea –no irlandesa– nacida en esa anomalía geográfica e histórica que es el británico Peñón de Gibraltar, en un rincón del campo y el mar andaluces. Allí nace, crece y tiene las primeras y aún tímidas experiencias sexuales. Ya en Irlanda se casa con un, también en apariencia, mediocre empleado de numerosos oficios, pare una hija, una frívola Milly, y un hijo que muere a poco de nacer, lo que motiva que renuncie al sexo marital, aunque se echa un amante fanfarrón y vulgar, Boylan, del que, aparte en la carne, no se siente muy satisfecha. Molly es cantante, no muy buena, pero eso no parece disminuir la confianza en sí misma.
En el «monólogo» Molly da un repaso a toda esa vida y cabe recordar que la acción del Ulises transcurre en un solo día en Dublín: el jueves 16 de junio de 1904. Y remata su “monólogo” en un rebelde, sonoro, potente «SI» (así en mayúsculas).
Como postdata: Si con estas notas, muy personales, animo a alguien a emprender la lectura del Ulises me sentiré gratificado, y si solo se quiere enfrentar a algún capítulo aislado, yo recomendaría el XV –“Circe”– y el IX –“Escila y Caribdis”–, diálogo sobre literatura y sobre Shakespeare. (A modo de anécdota, se dice que Nora Barnacle, esposa de Joyce, al publicarse el Ulises exclamó: «ahora solo le queda uno por superar, y es ese Shakespeare”. ¿Amor de amante?)
Por último: lean como les plazca Ulises, pero léanlo… Y añadan a sus lecturas un poco de historia irlandesa.
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Jaume Domènech Catalán, ambientalista martiano