El Salvador se enfrenta a una problemática en la que ciudadanos inocentes son enviados a prisión debido a llamadas anónimas que los acusan de colaborar con pandillas. La antigua ley del silencio impuesta por las pandillas se ha transformado en una práctica en la que las y los vecinos denuncian a otros con llamadas anónimas a la policía. Esta estrategia ha llevado a la detención de individuos acusados de «asociación delictuosa», en muchos casos injustamente. El Gobierno de Nayib Bukele ha fomentado una cultura de informantes y delatores, erosionando la confianza y los lazos comunitarios.
En medio de los avances tecnológicos y la globalización, los lazos comunitarios han ido perdiendo terreno de manera sigilosa pero profunda. La interconexión digital nos permite conectarnos con personas de todo el mundo, pero al mismo tiempo, estamos perdiendo algo valioso: la fuerza y cohesión de las comunidades locales. Esta erosión de los lazos comunitarios está teniendo un impacto significativo en la sociedad, desencadenando una serie de problemas que merecen atención y reflexión.
Uno de los efectos más notorios de la erosión de los lazos comunitarios es el aislamiento social. La falta de interacción cara a cara y el alejamiento de las actividades comunitarias pueden llevar a una sensación de soledad y desconexión en las personas. Los vecinos ya no se conocen entre sí, y las amistades de toda la vida son reemplazadas por conexiones en línea, a menudo superficiales.
En comunidades fuertes, la gente tiende a apoyarse mutuamente en momentos de dificultad. Sin embargo, cuando los lazos comunitarios se debilitan, esta red de apoyo desaparece. Las personas pueden enfrentar desafíos sin el respaldo de sus vecinos o amigos, lo que aumenta el estrés y la ansiedad.
La confianza es un pilar fundamental de las sociedades saludables. Cuando los lazos comunitarios se erosionan, la desconfianza puede crecer. Las personas se vuelven más escépticas hacia los demás y pueden ser menos propensas a colaborar en proyectos o actividades conjuntas. Esto puede tener un impacto negativo en la cohesión social y en la capacidad de la comunidad para abordar problemas en conjunto.
Pertenecer a una comunidad ofrece un sentido de identidad y pertenencia. Cuando los lazos comunitarios se debilitan, las personas pueden sentir que no tienen un lugar al que pertenecer. Esto puede contribuir a la alienación y la sensación de ser «invisibles» en la sociedad.
Las comunidades sólidas tienen una mayor capacidad para enfrentar crisis y desastres. Cuando los lazos comunitarios están presentes, las personas pueden unirse para enfrentar desafíos, compartir recursos y brindarse apoyo mutuo. Sin estos lazos, la capacidad de recuperación de una comunidad se ve comprometida.
La participación en la vida cívica y política a menudo se basa en la interacción comunitaria. Cuando la gente se siente desconectada de su comunidad, es menos probable que se involucre en actividades cívicas, como votar o participar en organizaciones locales. Esto puede tener consecuencias en la toma de decisiones democráticas y en la representación de diversos intereses.
A medida que las comunidades se vuelven más aisladas y fragmentadas, surgen una serie de problemas sociales que pueden afectar la calidad de vida de las personas. Fomentar la conexión y el compromiso en las comunidades locales es esencial para abordar estos problemas y construir una sociedad más resiliente y solidaria. La inversión en actividades comunitarias, espacios públicos y oportunidades para interactuar cara a cara puede desempeñar un papel vital en la revitalización de los lazos comunitarios y en la construcción de un futuro más cohesionado.
Esta política ha resultado en la detención de personas inocentes, en su mayoría jóvenes pobres, que son acusados de manera arbitraria y sin pruebas sólidas. Las denuncias anónimas se han convertido en una base para expedientes criminales, y se asemejan a prácticas de regímenes autoritarios del pasado. La estrategia gubernamental se iguala a la época de la guerra civil, en la que se alentaba a los ciudadanos a delatar a las y los revolucionarios y sus simpatizantes, situación que pasó en todos los países que sufrieron dictadura.
La vida cotidiana en las comunidades ha cambiado drásticamente debido a esta dinámica de desconfianza. Las relaciones entre vecinos se han deteriorado y las personas viven con miedo de ser señaladas. La estrategia se ha centrado en las zonas más vulnerables y empobrecidas, afectando a aquellos que no tienen acceso a recursos legales para defenderse.
El sistema de justicia en El Salvador ha invertido la carga de la prueba, poniendo la responsabilidad en los acusados para demostrar su inocencia en lugar de que la Fiscalía presente pruebas de culpabilidad. La detención por una simple llamada anónima es suficiente para condenar a alguien, y la policía ha asumido un papel de juez en la calle.
Esta dinámica ha llevado a la fragmentación de las comunidades y a la falta de confianza en las instituciones. La estrategia de denuncias anónimas ha resultado en la detención injusta de miles de personas, lo que plantea serias preocupaciones sobre los derechos humanos y el debido proceso en El Salvador.
Lamentablemente, el método Bukele está siendo aceptado en muchos países donde la delincuencia avanza, por ejemplo, en Ecuador y Perú ya lo ven como un paradigma para enfrentarla. El gobierno salvadoreño solo muestra la cara de la aparente tranquilidad que conlleva este tipo de medidas extremas, pero no las consecuencias que traerá a futuro, porque no basta con encerrar «como animales» a los delincuentes, las causas son mucho más profundas y las consecuencias del delito y la forma de frenarlo lo sufre toda la sociedad.
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Pilar Orellana Correo del Alba