Mutaciones en el amor y en la revolución en «Arráncame la vida»

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¿Alguna vez se han imaginado a las mujeres casadas en los años 30? Yo sí, y siempre las imaginé inocentes y sumisas.

En la novela que les contaré, en este escrito que pretende ser una reseña, descubrí la versión no narrada de las mujeres de esa época, que nos muestra su mutación hacia una consciencia de sí mismas, y a la par narra sobre la desarticulación de la hegemonía del contexto social y político que las envuelve en el México postrevolucionario.

Ángeles Mastretta es la autora de Arráncame la vida, que en 1986 ganó el Premio Mazatlán en México, convirtiéndose en un fenómeno de críticas y análisis.

 De hija a esposa y de esposa a madre, sin decidirlo

Catalina Guzmán tenía 15 años cuando pasó abruptamente de ser la hija consentida de un campesino que hacía quesos a convertirse en esposa de un hombre que cuando ella nacía ya tenía más de 15 años y que llegó a ser general de la nación más por astucia que por méritos

Andrés Ascencio, su esposo, la escogió, decidió el día del matrimonio, eligió la casa dónde vivirían y cómo hacían el amor.

Catalina era feliz, sin entender mucho, sintiendo a fuego lento todo lo que pasaba en su nueva vida.

A los 17 se embarazó de Verania y fue su primera pesadilla.

Tiempo después Catalina parió a Sergio y juró que sería la última vez. Verania y Sergio fueron sus únicos hijos biológicos, pero tuvo otros que la vida le trajo de la mano de su esposo y sus amoríos pasados.

Fue en ese tiempo que se descubrió sola, un poco vacía y reemplazable. Ahí empezó su mutación.

De pañales, niños, cocina, función social y un idilio de amor a la realidad

Después de parir, conocer de la crianza y acompañar a Andrés en su campaña por la Gobernación de Puebla, Catalina sintió las primeras revelaciones.

Gestar no fue agradable y ser madre no la hacía feliz:

Son horribles las panzas. Horribles. No sé quién inventó que las mujeres somos felices y bellas embarazadas, seguro fue un hombre. Yo mis dos embarazos los pasé furiosa, qué milagro de la vida ni qué la chingada.

Después de la tarde que vomité, resolví cerrar el capítulo del amor maternal. Se los dejé a Lucina [los niños]. Que ella los bañara, los vistiera, oyera sus preguntas, les enseñara a rezar y a creer en algo. Al principio los extrañé. Llevaba años de estar pegada a sus vidas, habían sido mi pasión, mi entretenimiento.

Andrés, como gobernador, había mostrado caras que ella desconocía y no le gustó conocer, por eso durante muchos días sentía que el asco y el miedo no se le salían del cuerpo. Otros días sentía necesitar a Andrés y había otros donde no deseaba ser ella:

Me hubiera gustado ser amante de Andrés. Esperarlo metida en batas de seda y zapatillas brillantes, usar el dinero justo para lo que se me antojara, dormir hasta tardísimo, librarme de la beneficencia pública y el gesto de primera dama. Además, a las amantes todo el mundo les tiene lástima o cariño, nadie las considera cómplices. En cambio, yo era la cómplice oficial.

El tedio de ser la primera dama, la repulsión con la que miraba los devaneos autoritarios del entorno revolucionario que la rodeaba y la desazón de conocer a las amantes de Andrés provocó que los sentires de Catalina muten: primero, de la pasiva calma en su hogar a la desesperación por encontrar su lugar en el mundo; luego, reacomodándose desde la indiferencia con lo que pasaba a su alrededor. A partir de ahí, poco a poco, se dio cuenta que lo que sentía por Andrés ya no era amor:

Solo que yo acababa de subir los escalones de Bellas Artes y me había enamorado de otro. Me volví infiel mucho antes de tocar a Carlos Vives. Nunca quise así a Andrés, nunca pasé las horas tratando de recordar el exacto tamaño de sus manos, ni deseando con todo el cuerpo verlo aparecer.

De esposa y primera dama a una amante anónima y feliz

En la vida de Catalina aparece Carlos Vives, un artista que llega a Puebla con la música brotando en su cuerpo e ideas frescas instaladas en su mente.

Catalina se enamora y decide vivir un romance profundo con él. Asume el reto de serle infiel al hombre poderoso y temido que era su esposo, porque quería permitirse sentir, desear y decidir por sí misma:

Hasta que anduve con Vives nunca se me ocurrió temerle a Andrés, lo miraba con la boca medio abierta, roncando seguro de que junto a él dormía la misma boba con la que se casó, la misma eufórica un poco más vieja y menos dócil, pero la misma. Su misma Catalina para reírse de ella.

Catalina muta con el cuerpo y la mente del miedo estático a la aventura osada.  Empieza a visualizar un nuevo horizonte junto a Carlos. Abandonar el cómodo lugar que le tocó ocupar para por fin decidir sobre su vida. Le arrebatan una vez más esa posibilidad, pero en el epílogo de la novela el destino se la devuelve:

Estaba sola, nadie me mandaba. Cuántas cosas haría, pensé bajo la lluvia a carcajadas. Sentada en el suelo, jugando con la tierra húmeda que rodeaba la tumba… Divertida con mi futuro, casi feliz.

Autora: Ángeles Mastretta
Género: Novela
Editorial: Planeta, 2017
Páginas: 240

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Anahí Alurralde Molina Boliviana, feminista, escritora y cientista política

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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