Twitter: de la ficción a la realidad

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Ninguna sociedad en el mundo es tan parecida a la narrativa de la ficción cinematográfica como precisamente aquella donde se creó la más poderosa máquina de propaganda jamás concebida por el ser humano. Es decir, Hollywood.

Para el norteamericano promedio, que por lo general repudia a la política como forma de organización de la sociedad (lo que le brinda a las élites políticas la invaluable oportunidad de preservar para sí de manera permanente el control social de su población) el contenido mediático, tanto del cine como de la televisión, al que por su condición de sociedad eminentemente alienada y altamente consumista está expuesta durante la mayor parte de su vida, es no solo válido e irrebatible, sino determinante.

Es esa narrativa mediática, más que la academia o la teoría política en cualquiera de sus corrientes ideológicas, la que construye los principios y valores sobre los cuales se sustenta la sociedad que se dice más avanzada del planeta, en una desquiciante mezcolanza de calvinismo con racismo, supremacismo, capitalismo salvaje e imperialismo, en los que cree a pie juntillas como si en efecto de un mismo paquete dogmático se tratara.

Estados Unidos es con toda seguridad la nación más atrasada del planeta en cuanto a ideología política se refiere. Su fundamento es imposible encontrarlo en el doctrinario político conocido hasta ahora por la ciencia social, incluso en sus formas más vanguardistas, como no sea en las arbitrarias síntesis pseudo religiosas elaboradas progresivamente a través del tiempo por sus élites políticas de signo eminentemente calvinista, como la inefable Doctrina Monroe y el funesto Destino Manifiesto que en algún momento de su historia brotó con la savia del racismo, el supremacismo y el expansionismo que signó desde siempre la cultura de los norteamericanos.

Después de uno de los más completos y bien documentados estudios sobre la materia, Vladimir Acosta sostiene en su libro “El monstruo y sus entrañas” que “Los Estados Unidos son una sociedad profundamente religiosa en la que la religión se manifiesta en todas partes y a cada paso: una sociedad atada al cristianismo y a la Biblia, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento […] De todos los países desarrollados, modernos, industriales del actual mundo capitalista, los Estados Unidos es el más atrasado en este campo. Tanto que, en términos de su formulación moderna, ese fundamentalismo cristiano es un producto del país y constituye una de sus expresiones culturales”.

Pero, que sea esa una nación de honda vocación religiosa (aunque absurdamente cultora del capitalismo y el libre mercado como concreción del mandato Divino que profesan) no la convierte en un país guiado por referente alguno de tipo político o ideológico. De acuerdo al filósofo Noam Chomsky, las supuestas diferencias entre republicanos y demócratas no son de ninguna manera ideológicas sino estratégicas, porque, en el fondo, son lo mismo. Lo que se persigue con ellas es aparentar un ambiente de alternancia democrática que en realidad no existe, ni puede existir en ese país, mientras el propósito imperialista común sea su razón de ser como estadounidenses.

Pero en la lógica cinematográfica es distinto. En ella, según la cual, por ejemplo, los zombis aparecen como abominaciones que eventualmente brotan de la tierra o, cuando mucho, caen del cielo, sí hay en efecto un enemigo a confrontar. Los zombis son seres de un inframundo (por lo general comunista) donde los gobiernos norteamericanos jamás son responsables de su desgracia, sino más bien los salvadores, así no hagan nada por resolver los problemas.

El hecho de que el cine coloque siempre a esos enemigos de la humanidad en los Estados Unidos, habitúa al norteamericano común a pensar que son ellos quienes tienen la responsabilidad suprema de defender al mundo de cualquier amenaza. Por lo que asumen como correcta y hasta necesaria cualquier acción militar o intervencionista de Estados Unidos más allá de sus fronteras.

Es lo que explica la inacción de esa sociedad frente a la escandalosa proliferación de cientos de miles de drogadictos que, víctimas del flagelo del fentanilo están hoy deambulando cada vez más como zombis por las calles de sus ciudades sin que nadie, ni la sociedad ni los organismos públicos, se responsabilicen por ello. Es un problema entendido como la invasión alienígena de la que hablan las películas, pero a la que no deben combatir porque se encuentran dentro de su territorio y en definitiva son ciudadanos norteamericanos.

Exactamente la misma lógica que durante décadas ha inoculado Hollywood a través del género del western, o película de vaqueros, con la idea de que si cualquiera dispara a diestra y siniestra sobre la gente en la calle (o en las escuelas, o en los centros comerciales) logrará imponer su supremacía sobre los demás, a lo que cada uno cree tener todo el derecho simplemente por ser estadounidense. Tal como sucede hoy en día con las masacres que se producen casi a diario en ese disfuncional país.

Por eso no es difícil entonces concluir que Elon Musk, el más estrafalario y controversial magnate norteamericano en todo lo que va de siglo, no es más que la encarnación en la vida real de Lex Luthor, el acaudalado archienemigo de Supermán, que trató siempre de dominar al mundo usando su poderío económico para poner al servicio de su delirante proyecto de dominación la tecnología más inimaginable.

Visto así, se comprende perfectamente que la caída de la gigantesca empresa de comunicación social, Twitter, no es tan simple como mucha gente lo ha percibido en un primer momento, en medio del estupor que haya podido causar la extinción del inefable pajarito azul para darle paso a otra imagen no tan graciosa ni tan confiable, como la equis, que en la simbología universal es el código de la reprobación; el signo que se usa para tachar o negar algo.

Para los entendidos en las lides empresariales de alto calibre, la adquisición de una empresa por parte de un gran consorcio, como lo hace en este caso X Corp, propiedad de Musk, con Twitter, no es un capricho por no saber qué hacer con tanto dinero, como lo han puesto algunos fanáticos de la serie Succession, sino una muy calculada operación de estructuración de un gigante corporativo que tiene un claro propósito de supremacía empresarial y a la vez de control social no solo en Estados Unidos, sino en el mundo.

Su empeño en invertir las milmillonarias sumas que ha invertido desde hace años en la industria espacial (con la que persigue nada más y nada menos que llegar a Marte antes que cualquier gobierno de la tierra) así como su obsesivo desespero por colocarse con sus vehículos eléctricos (él solo) por encima de la más importante industria productora de energía en el mundo, como lo es la petrolera, y en lo que estaba faltando solamente el componente mediático con la más eficaz y expedita capacidad de control social, como Twitter, lo ubica inevitablemente en el perfil de ese fabuloso personaje de ficción que es Lex Luthor, tan enraizado en la cultura norteamericana como el más exquisito y a la vez admirable villano, que puede hacer lo que le venga en gana simplemente porque dispone del todo el poder del dinero. Y en eso, y mucho menos en el Olimpo del capitalismo, tampoco tiene nadie derecho a meterse o a censurarlo en modo alguno.

Evidentemente la adquisición de Twitter no estuvo pensada nunca por Musk, como un negocio para sacarle provecho a la marca (que ya era objeto de denuncias cada vez más frecuentes que mermaban su rentabilidad) sino como un movimiento perfectamente estratégico orientado a reunir y consolidar en la Corporación X, todo el andamiaje de una superestructura multidisciplinaria capaz de proyectarlo y sostenerlo como el más poderoso magnate sobre la tierra, cuyas únicas limitaciones no son las que imponen las leyes para el común de los mortales sino las que derivan eventualmente de la inexpugnabilidad del universo.

Cuando se dispone de la descomunal riqueza que gente como Musk posee, sin estar obligado de ninguna manera a cumplir con la normativa que obliga y limita el desempeño de las instituciones del Estado, particularmente en el ámbito del derecho laboral de los trabajadores, por ejemplo, por lo cual se da el lujo de despedir en la forma más despiadada y sin contemplaciones a más de cuatro mil empleados de Twitter de la noche a la mañana y sin aviso previo, es perfectamente lógico pensar que el camino para alcanzar un verdadero poder sobre la tierra es mucho más expedito mediante la lógica de la ficción llevada a la realidad, que mediante el pragmatismo ideológico o religioso por el que se han regido las naciones y los líderes más poderosos del mundo a través de la historia independientemente de su orientación política o ideológica.

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Alberto Aranguibel B. Venezolano, comunicador social

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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