En homenaje a José Celso Martínez Corrêa
Como ayudante de dirección de José Celso Martinez Corrêa, del Teatro Oficina, en la primera puesta en escena de la obra “O rei da vela”, de Oswald de Andrade, en 1967, y como crítico teatral del diario “Folha da Tarde”, aprendí que el teatro es un recurso privilegiado para la formación de lectores. O, mejor dicho, formación humana. Gracias a la representación en escena, permite que sea “leído” incluso por aquellos que no saben leer y escribir.
Los antiguos griegos, como Esquilo, Sófocles, Eurípides, descubrieron que el espectáculo retrata nuestra naturaleza lúdica, nuestros instintos perversos, nuestros sentimientos contradictorios, en definitiva, esa multiplicidad de seres que nos pueblan.
Si para muchos soy el escritor serio que parece saber más de lo que realmente sabe, este mañana encerrado en mi cuarto escuchando Aquarela do Brasil, de Ary Barroso, le di alas al sambista que me habita. Una multitud reside en mí: el intelectual y el creyente, el cartesiano y el necio, el adulto y el niño.
En escena, el actor o actriz asume un personaje al que da vida, voz, movimiento y emoción. El teatro es un ritual mágico, transfigurador de la realidad, un espejo que nos devuelve a nosotros mismos. Podemos ser Edipo y Creonte, y también Yocasta, Electra y Medea.
Teatro viene del griego “theatron” – lugar donde se contempla. Y contemplación no es sinónimo de observación. Es una experiencia misteriosa, endógena, en la que me dejo invadir por el objeto contemplado. El contemplativo es el místico apasionadamente habitado por la divinidad. En el teatro, son los personajes los que despiertan a sus homónimos escondidos en su subjetividad. En ellos se contempla tanto el lado trágico como el cómico. Lo que traen de divino y demoníaco.
Nuestros arquetipos se perfilan en las grandes obras teatrales. No en vano Freud recurrió a ellos para estructurar su etiología psíquica. En el teatro, el ser importa. Por eso, el escenario es el lugar privilegiado del monólogo, reflejo de nuestro continuo monólogo interior tan bien plasmado por James Joyce en su monumental obra literaria.
Como ejemplo de la diversidad cultural que aporta la dramaturgia, me centro en la Grecia del siglo V a. C., en los fundadores del teatro clásico: Sófocles, Esquilo, Eurípides y Aristófanes. Y dos personajes: Edipo y Lisístrata.
De Esquilo tenemos, entre otros, “Los Suplicantes”, “Prometeo Atado”, “Los Persas”. Fue él quien inventó la tragedia. Arcaica y religiosa, nos proporcionó las primeras luces de lo que es la democracia. Escenificada hacia el 468 a. C., “Las suplicantes” muestra a la población de Argos –es decir, la “demo”– otorgando asilo (“kratos”, el poder de decidir) a las danaides, que habían asesinado a sus maridos en su noche de bodas. Es allí donde, por primera vez, los dos términos aparecen unidos. Ya a finales del siglo V a. C. el sustantivo definía el régimen ateniense.
Sófocles creía en el poder de los dioses y la predestinación. Su personaje principal es el destino. Destaca como el mayor trágico de la antigüedad griega por su “Edipo rey”, completado posteriormente por la obra “Edipo en Colona”. Lo encontraremos en el psicoanálisis, pero no hay literatura creada de la nada. Los inicios de Edipo se encuentran en el Canto IV de la “Ilíada” y IX de la “Odisea”, y en la obra “Los siete contra Tebas”, de Esquilo. Debido al destino trazado por los dioses, mata a su padre y se casa con su madre. Pero su geometría escénica es mucho más que un mero triángulo conflictivo, hoy utilizado en las telenovelas para atraer público. Edipo abarca todos los campos de la experiencia humana: la relación del hombre con lo divino (el oráculo); poder (realeza) y familia. Es decir, piedad, autonomía y afectividad.
Antígona es la mujer que prefiere escuchar a los dioses y cerrarlos a los tiranos. Enfatiza la protesta, la autonomía, la libertad de conciencia y de expresión. Es la pionera del feminismo.
Eurípides es el autor de «Electra», (Esquilo y Sófocles también escribieron sobre la leyenda de Electra, quien venga la muerte de su padre instigando a su hermano, Orestes, a matar a su madre y al amante de ella). De él tenemos “Medeia” (“Gota D’Água”, en la versión de Chico Buarque), “As troianas” (libelo contra la guerra), “As bancantes”, entre otras piezas.
A diferencia de Sófocles, Eurípides introduce la duda, nos invita a criticar a los dioses, a las autoridades, a las supuestas verdades generadas por imposición. Seguidora del feminismo “avant la lettre”, enfatiza a las mujeres como seres fuertes, dotados de coraje y ternura, odio y pasión, a diferencia de los hombres, que son débiles y cobardes. Sus obras destacan por el retrato psicológico de los personajes y exaltan el amor en sus diversas manifestaciones: pasional, conyugal, maternal. Ifigenia renuncia a su propia vida para favorecer la expedición a Troya; Medea vive intensamente sus pasiones amorosas.
Aristófanes polemiza, introduce la sátira social, hace del arte un arma de crítica política. En “Los Caballeros” desmoraliza a los demagogos Cleón e Hipérbolo. En “Las ranas” muestra una contienda entre Esquilo, Sófocles y Eurípides, los tres grandes trágicos. Satiriza a Eurípides y exalta a Esquilo. En “Las nubes” crítica a los metafísicos ya los sofistas, sin escatimar en su amigo Sócrates. Se burla de la justicia ateniense en “Las avispas” y, en “Lysistrata”, la huelga sexual de mujeres obliga a atenienses y espartanos a hacer un acuerdo de paz.
Los dramaturgos griegos parecen haber capturado todos los matices del alma humana. Nos dejaron obras inmortales e insuperables. Lástima que ya no prestemos atención a sus creaciones artísticas y, cada vez más, suframos de phronemophobia, [fronemofobia] el miedo a pensar.
__________________________
Frei Betto Brasileño, fraile Dominico, teólogo y escritor
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a
Maravilha