La compulsiva manía opositora de inflar sus cifras para quedar siempre en ridículo

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El afán del autoengaño es con toda seguridad el más pernicioso percance que ha debido padecer la oposición a lo largo de un cuarto de siglo de derrotas electorales y fracasos de toda índole, generados casi siempre a partir de ese maniático empeño de abultar sus números, para hacerle creer a su propia militancia y al mundo que en verdad son una mayoría absoluta en términos de apoyo popular, pero sin tener nunca cómo demostrar esa supuesta mayoría a partir de datos efectiva y sólidamente verificables.

La desproporción de sus irresponsables cifras son en cada caso su peor enemigo, porque cada una de sus burdas mentiras adolece siempre el mismo defecto de la fragilidad frente al poder de convicción de la verdad que se constata con hechos ciertos y cuantificables. Por eso la frase “la mentira tiene patas cortas”, acuñada a través del tiempo por la sabiduría popular, ha terminado siendo todo un apotegma universal de verosimilitud incontestable. Porque la verdad no puede ocultarse eternamente, pero los escuálidos están convencidos de todo lo contrario.

La manipulación mediática que ha acompañado esa narrativa de la mentira como recurso indispensable del discurso opositor, ha sido determinante en la construcción de ese imaginario de la aproximación al poder a la que, según esa descabellada hipótesis opositora, conduciría el uso constante de la mentira con la que invariablemente buscan engañar al pueblo.

Por eso durante años, en perfecta sincronía entre esa mercenaria mediática y los sectores antichavistas, el país fue sometido en la forma más tortuosa imaginable al perverso relato de la muerte como supuesto emblema definitorio de la revolución, a través de titulares de la prensa canalla que día tras día hablaban de cientos de cadáveres acumulados en la morgue de Bello Monte, hasta que el fenómeno del Covid le mostró al mundo entero, en la forma más cruda y dolorosa, pero a la vez rotundamente irrefutable, que los muertos, en esas demenciales cantidades de las que hablaba la pérfida derecha, son absolutamente imposibles de esconder. No pudieron esconderlos en Ecuador, donde la reguera de muertos en las calles fue desde un primer momento más dramática que en ninguna otra parte. Pero tampoco en Brasil, donde las excavaciones de tumbas impactaron más que cualquier noticia en aquel momento. Y mucho menos en Nueva York, donde las largas colas de conteiner repleto de cadáveres llenó las calles de esa poderosa ciudad del imperio que ya había agotado los espacios disponibles para la enorme cantidad de fosas comunes que hubo de excavar por tal motivo.

No le duró la mentira a la derecha venezolana con el tema de una descabellada cantidad de cadáveres que jamás pudo demostrar que existían más allá de su miserable discurso, porque para los más de quinientos muertos que decían estar llegando mensualmente a la morgue de Bello Monte, aquel pequeño edificio resultaba simplemente insuficiente. Por eso la mediática de la derecha, existiendo hoy la misma institución forense de entonces y estando aún en el poder la misma revolución bolivariana, borró sin embargo por completo el tema morgue de su línea editorial.

Pero el empeño en el uso de la exageración de las estadísticas de supuesta popularidad referidas a la oposición sigue siendo la demencial norma de siempre. De ahí que cuando la vocería opositora habla de millones de seguidores, de asistentes a sus marchas o a sus concentraciones de calle, ni siquiera sus propios militantes se lo creen. De alguna manera les siguen el juego porque, tal como sus líderes, están perfectamente convencidos de que el uso de la mentira es la forma correcta de hacer política. Sus “padres fundadores”, Acción Democrática y Copei, los mismos que inventaron la mentira de “la más perfecta democracia del continente” en tiempos del puntofijismo, les formaron en esa disparatada idea sembrada entre su militancia desde hace casi un siglo, que convierte el concepto de la triquiñuela numérica en toda una doctrina ideológica. La misma que llevó a Lilian Tintori en su momento a hablar con la más entera naturalidad de “los miles de países” que según ella apoyaban a Guaidó.

Fresco todavía en la memoria de la gente el bochornoso affaire de aquella señora Albanes, a quien en 2012 pusieron a presidir el Comité Electoral de Primarias de la MUD, que apareció mostrando una cifra razonable de votantes en su informe a la prensa, cuando un connotado dirigente opositor le salió al paso conminándola a corregir para que dijera la cifra abultada que seguramente habían acordado en privado (y que le sumaba unos cien mil votos más a lo que declaraba la buena mujer, evidentemente traicionada por el subconsciente, quizás por su falta de veteranía en las lides mentirosas de ese sector) aparecen ahora quedando una vez más en evidencia, con el desastre comunicacional que significa que a su llamado a inscribirse para votar en las primarias de la oposición previstas para octubre, solamente respondan menos de treinta mil venezolanos, luego de más de una década cacareando la descomunal cifra de más de ocho millones de supuestos opositores que estarían en el exterior esperando la más mínima orden para salir en bandadas a votar contra Maduro.

Quedan una vez más en evidencia no por una trampa o un fraude del gobierno revolucionario (porque todo el proceso de primarias lo controla la oposición, tanto en el país como en el exterior) sino por su enfermizo afán abultador que les impide considerar como posible que en algún momento tendrán que ser contados, ya no mediante su irresponsable vocinglería, sino a través de mecanismos verificables que den cuenta de las verdaderas cifras de electores con los que podrían contar en un momento determinado. Se cansaron de abultar las cifras de exiliados buscando un beneficio político con ello, y ahora no haya cómo hacer para que ese abultamiento de ayer se convierta en el voto verdadero de hoy.

No se percataron nunca, porque no parten jamás de principios serios que les ayuden a discernir racionalmente, de la posibilidad de ser eventualmente cuantificados, incluso por sus propios mecanismos, lo que inexorablemente los llevaría a fracasar, fracaso tras fracaso, de la manera más estrepitosa.

Algo que en este caso en particular no está determinado nada más por esos treinta mil inscritos como eventuales votantes en sus primarias, sino por la más elemental y simple realidad numérica a la que se exponen a la larga con su expectativa de respaldo de venezolanos en el exterior para ese evento; si a un primer llamado (que debiera concitar siempre el mayor número de simpatías en cualquier proceso) para una inscripción para la cual no hay necesidad de realizar ningún tedioso papeleo de chequeos o validaciones, ni trasladarse a ningún sitio porque el proceso es completamente electrónico a través de la web, no responde sino un exiguo 1,5% de los generosos dos millones de simpatizantes que todas las encuestadoras y analistas políticos estiman que podría alcanzar la oposición en el exterior (en el más optimista de los escenarios) entonces, ni un segundo, tercero o cuarto llamado lograría aglutinar un muy significativo porcentaje de esa tan optimista cifra.

Es decir, que en el mejor de los casos la oposición podrá alcanzar una participación de un 15, un 20 o un 30 %, cuando mucho, del total de exiliados con el que en un principio cuenta. Lo que, para el padrón electoral definitivo de venezolanas y venezolanos aptos para votar en las presidenciales de 2024, representaría todavía un más irrisorio porcentaje.

¿Qué podría salvarlos entonces de tan estrepitoso desastre? Pues, mentir de nuevo inventando, como es su enfermiza costumbre, una cantidad de participación grotescamente abultada para medio aparentar un músculo político del que ya el mundo está perfectamente claro que no disponen. Sobre todo, cuando los precandidatos que lleva a esta nueva contienda interna son exactamente los mismos vetustos y ultra derrotados, que ya la militancia opositora está cansada de desechar una y otra vez en los anteriores procesos preelectorales por ellos realizados. Los han desechado, entre muchas razones perfectamente válidas, precisamente por el hondo desengaño al que esos mismos dirigentes han sometido reiteradamente a sus propios seguidores.

Que quede claro; la euforia que dicen concitar hoy no es de ninguna manera el reconocimiento que el opositor de a pie le brinda a ninguna generación emergente o de relevo frente al desgastado liderazgo que hasta ahora los ha representado. Se trata de la resignada ansiedad que expresan esos venezolanos que amargamente se percatan de que lo que hay es simplemente lo que queda después de la quemazón que consumió a la derecha en nuestro país.

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Alberto Aranguibel B. Venezolano, comunicador social

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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